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¿Primera vez? La paradoja del suicida reincidente
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Alberto Olmos

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¿Primera vez? La paradoja del suicida reincidente

Clancy Martin explora en 'Cómo no acabar con todo los impulsos por quitarse la vida', según su propia experiencia

Foto: Los últimos momentos de Sócrates. (iStock)
Los últimos momentos de Sócrates. (iStock)

Imaginen que el libro que hoy les traigo, Cómo no acabar con todo (Gatopardo), tuviera una primera edición de 4.000 ejemplares. Imaginen que, antes de su publicación, hubiera despertado un gran interés y tanta gente lo hubiera adquirido en pre-venta que se hubiera agotado. Los 4.000 ejemplares estarían siendo enviados por correo, o esperarían en tu librería favorita a que fueras a recogerlo. Sin embargo, pasados unos días desde su comercialización, nadie habría ido a recoger su ejemplar. Además, en miles de domicilios no hubo respuesta cuando llamó el cartero. Los 4.000 ejemplares volverían entonces al almacén, sin abrir. Se amontonarían en un palet. Todos sus lectores desaparecieron.

Fueron justamente 4.000 las personas que se suicidaron en España el año pasado, tantas como ejemplares se tiran de un libro sobre el que el editor muestra algún optimismo. Todos los suicidas de España están amontonados en un almacén, también sin abrir, también sin leer. Es un libro de poco éxito, suicidarse.

Habla mucho a los suicidas Clancy Martin, el autor de esta biblia de la autolisis (perdonen el volatín). Tiene miedo, de hecho, de que leyéndolo alguien vea muy claro que lo mejor es acabar con todo. Hasta incluye al final de su libro decenas de páginas de ayuda y apoyo. Sin embargo, me parece buena señal verse leyendo un libro sobre matarse. Es un poco mejor que haberse matado ya.

Clancy Martin aborda el suicidio sin particular humor, y dedica capítulos enteros a sus distintos intentos de quitarse la vida. También glosa la incompetencia autodestructiva de varios amigos, y de algunos escritores famosos. En algún momento, esto me pareció cómico: tratar de suicidarse, suicidarse varias veces, reiterar lo definitivo. El propio autor se da cuenta de que tiene que explicar por qué esta práctica terminal, paradójicamente, puede repetirse innumerables veces. "Hay un número asombrosamente alto de personas que, por increíble que parezca, han saltado de acantilados y sobrevivido traes caer desde alturas terroríficas. Al universo le gusta gastar este tipo de bromas a los suicidas".

Todos los suicidas de España están amontonados en un almacén, también sin abrir, también sin leer. Es un libro de poco éxito, suicidarse

Sin embargo, algunas frases me siguen sonando raras: "Una amiga trató de suicidarse hasta el final de la adolescencia". Es como ser fusilado en una película de Woody Allen.

Hasta aquí, como diría Bill Burr a otros efectos, lo más gracioso que podemos decir sobre el suicidio.

Clancy Martin se pone en el centro de su estudio sobre el tema, pues ha dedicado trece años a leer y escribir sobre los impulsos fatales. También ha tratado él mismo de matarse como diez veces, y todas las recuerda y nos las cuenta, y unas son más patéticas que otras. Aunque al principio sobrecoge y genera empatía este mosaico frustrado de muertes propias, a medio libro uno acaba encontrando la impudicia del autor sumamente exhibicionista, casi de diva. Así, lo más interesante del libro acaban siendo los cientos de referencias culturales que Clancy alinea sobre el suicidio, la depresión y el sinsentido de la vida. Todo ello nos lleva a comprender que el suicidio puede ser "un hábito", incluso "un tipo de impaciencia".

placeholder Portada de 'Cómo no acabar con todo. Un retrato de la mente suicida', de Clancy Martin.
Portada de 'Cómo no acabar con todo. Un retrato de la mente suicida', de Clancy Martin.

Del bagaje cultural sobre matarse (el título en inglés era mucho más brutal que en español: How not to kill yourself), algunas referencias son obligadas y conocidas, como las de Albert Camus, Jean Améry o David Foster Wallace; o, más en primera línea popular, Robin Williams o Marco Pantani ("consumió cocaína hasta morir"). Se bucea también en los clásicos grecolatinos y en la obra de Schopenhauer. No en vano, el autor es profesor de filosofía. De ello debemos concluir algo penoso: la filosofía no sirve de nada.

Cualquiera que haya vivido momentos muy dramáticos (no sólo el suicidio lo es), habrá comprobado cómo las personas más formadas y supuestamente sabias pueden de hecho naufragar en la desgracia como si de un niño pequeño se tratara. Y también habrá comprobado que algunos niños pequeños no naufragan. Clancy Martin, en su ensayo, ofrece sin duda involuntariamente un ejemplo definitivo de cómo la ciencia de la vida, las horas de estudio, las lecturas incansables no preparan a nadie —al cabo— para nada.

El autor llega a conclusiones a las que un rapero negro ya llegó hace décadas: para no suicidarte es estupendo tener problemas de verdad

También es curioso ver cómo el autor llega a conclusiones a las que un rapero negro ya ha llegado hace décadas. A saber: que para no suicidarte es estupendo tener problemas de verdad. Miren qué frase: "Lo de pegarme un tiro en el cuarto de baño de mármol y bronce de mi joyería de lujo vestido con mi traje de Armani y mi corbata de Zegna era algo tremendamente teatral". (Clancy fue joyero; su padre, además, "era dueño de la mitad del centro de Miami"). De ahí que nuestro autor mime como oro en paño un dato a su juicio fascinante: las personas con menos posibilidades de suicidarse son las mujeres de raza negra. O sea, las mujeres más pobres de todas. Ante lo cual, Clancy Martin acuña: "El privilegio de entregarse libremente a la depresión".

O, en palabras de 50 Cent, el rapero que les digo: "Deprimirse es un lujo. En mi familia no había tiempo de deprimirse porque había que pagar las facturas".

Foto: Clancy Martin, profesor de Filosofía en la Universidad de Misuri en Kansas City y adicto al suicidio. (Lauren Schrader)

Hay un momento en el que la vanidad liquidadora de Clancy Martin me irritó (página 277); ahí hace una lista de todos los ansiolíticos o similar que tomaba: valium, litio, ativan, zoloft… Se percibe una especie de orgullo en esta decadencia. En general, la gente habla de la ingesta de benzodiazepinas con evidente fatuidad, como sintiéndose muy especiales. Súmenle que nuestro autor también se declara alcohólico, amén de cocainómano y marido infiel. Una joya. "Mis dos divorcios fueron, a su manera, intentos de suicidio".

También impresiona, extraña, la cantidad de amigos o amigas que el autor cita y que muestran idénticas tendencias suicidas que él. Prácticamente toda su agenda de contactos está formada por gente que intenta matarse. Yo, por suerte, no he conocido a nadie así, y, viendo un nuevo "mi amigo X trató de suicidarse el verano pasado" he tenido muchas ganas de decirle una cosa importante a Clancy Martin: cambia de amigos.

Ya.

Imaginen que el libro que hoy les traigo, Cómo no acabar con todo (Gatopardo), tuviera una primera edición de 4.000 ejemplares. Imaginen que, antes de su publicación, hubiera despertado un gran interés y tanta gente lo hubiera adquirido en pre-venta que se hubiera agotado. Los 4.000 ejemplares estarían siendo enviados por correo, o esperarían en tu librería favorita a que fueras a recogerlo. Sin embargo, pasados unos días desde su comercialización, nadie habría ido a recoger su ejemplar. Además, en miles de domicilios no hubo respuesta cuando llamó el cartero. Los 4.000 ejemplares volverían entonces al almacén, sin abrir. Se amontonarían en un palet. Todos sus lectores desaparecieron.

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