El Teatro del Dinero
Por
Euforia envenenada
De golpe de efecto a la desesperada cabría calificar el improvisado disfraz de mecanismo de estabilización financiera, embozando el flamante salvavidas heleno, con el que Fantasías
De golpe de efecto a la desesperada cabría calificar el improvisado disfraz de mecanismo de estabilización financiera, embozando el flamante salvavidas heleno, con el que Fantasías Ponzi & Co. ha logrado apremiar otro original rescate al alimón. Un 2x1 en toda regla, amparado en la virtuosa defensa del euro y de la solvencia soberana, mientras la industria respira aliviada tras renovar otro crédito de Chronos y las maltrechas finanzas públicas se asen con fuerza a la única tabla de salvación que aún queda a flote. Una vez más, el prolífico tándem banca-estado gana, el sufrido contribuyente pierde. Y es que, según decíamos ayer, permanecemos rehenes del incesante trasiego de endeudamiento y riesgo moral entre sector privado, público, y mediopensionista, pasando una pelota que sólo sabe crecer y caldearse, merced a esos perversos incentivos que refuerzan temeridad y complaciente desvergüenza. Pero qué les voy a contar.
Mejor tarde que nunca, aseguran, ante la horrible visión de malvados lobos ávidos de inocentes caperucitas, entregados a una gula excitada por el reflejo del pantagruélico festín en el cristal azogado de la tragedia griega. No quedaba otra que extraer, con nocturnidad y alevosía, un compromiso eurobillonario antes de la apertura de unos corrales que había que vaciar de especuladores con desmedido apetito por el riesgo, llenándolos de inversores confiados en un idílico porvenir. Así, una primera parte del botín corre a cargo de la UE, supeditada a estrictas condiciones y sin perjuicio de la ayuda financiera para balanzas de pagos; y el resto, largo me lo fiais, mediante una entidad instrumental garantizada por aquellos miembros eurolandeses que participen, proporcionalmente y de forma coordinada, en la particular expedición corsaria; esperándose además que el FMI afloje la mosca facilitando, al menos, la mitad de la contribución europea. Satisfacción por un lado, euforia por el otro, e tutti contenti.
Sin embargo, y pese a la banda de funámbulos afanándose por vender una burra cargada de inéditos pilares que enderecen la casa torcida, la aparente realidad es la de una coartada perfecta para oficializar, de manera agregada y solidaria, tanto el rescate preventivo del Club Med y de sus contingencias bancarias asociadas, cuanto la excusa ideal que permita al BCE el abordaje sin cortapisas del fantasmagórico QE & CE, evitando seguir a remolque del Eje Anglosajón et al. Triste despedida para lo que había sido, al menos sobre el papel, un modelo de independencia como banco central en sus dos vertientes básicas: la política, atendiendo a su grado de emancipación a la hora de establecer el diseño y la ejecución de la política monetaria; y la financiera, en función del nivel de coerción existente para conceder, directa o indirectamente, crédito a las autoridades públicas. Una independencia, consagrada en el TUE y llevada muy a gala, cuya vital importancia radica en su relación directa con el mantenimiento del poder adquisitivo de la moneda única, y de sus efectos sobre la economía real a través de una adecuada formación de expectativas, habida cuenta que un banco central libre de injerencias políticas tiende a tomar decisiones que resultan predecibles, lo que aumenta el grado de certeza, favorece la reducción de las primas de riesgo, y promueve la estabilidad económico-financiera.
Una autonomía operativa cuyo fundamento descansaba en tres elementos esenciales: en primer lugar, la absoluta prohibición de otorgar financiación a instituciones comunitarias o nacionales de los Estados miembros, evitando así que los poderes públicos controlen la base monetaria del Eurosistema, y acotando los riesgos inflacionistas de origen político. En segundo, la veda a la compra directa de deuda pública, es decir, de adquirirla en los mercados primarios, eliminando la tentación de influir en la estructura de los tipos de interés y, de esa forma, rebajar sustancialmente el coste de endeudamiento, cercenando la imprescindible disciplina de mercado. No obstante, su actividad en el circuito secundario se justificaba en la necesidad de instrumentar la ejecución de la política monetaria a través de operaciones de mercado abierto, siempre a los tipos de interés y condiciones vigentes en cada momento, a modo de blindaje frente a potenciales pérdidas derivadas de intervenciones en circunstancias anómalas, lo que luego obligaría a acudir en su rescate. Finalmente, la imposibilidad de conceder financiación privilegiada al sector bancario, proveyendo facilidades de redescuento automático que supondrían una vía indirecta de crédito a las autoridades políticas, devolviendo el favor por el apoyo recibido en el sufragio de sus dispendios.
Pues bien, nada de lo anterior queda ya en pie a tenor de los últimos acontecimientos. Además de un renovado Enhanced Credit Support, barra libre de liquidez garantizada por colaterales elegibles, que en caso de instrumentos emitidos o avalados por el gobierno griego apaña ya cualquier cosa, ahora se abraza también la intervención esterilizada en los mercados de deuda pública y privada. Bajo el cómodo eufemismo se esconde, dadas la complejidad y mimada opacidad de la gobernanza institucional, la necesidad de reducir las primas de riesgo derivadas de insostenibles posiciones fiscales e insolvencia apalancada, abriéndose la espita a la sucesiva monetización de deuda, déficits, y pufos varios mediante aumentos de la base monetaria. Y aunque se han negado, por activa y por pasiva, presiones e injerencias a la hora de enrolarse en un barco abocado a irse a pique, lo cierto y verdad es que credibilidad e independencia han resultado irremediablemente dañadas, sembrando serias dudas, en propios y extraños, acerca de la capacidad de mantener el doble compromiso de estabilidad de precios y ortodoxia monetaria, una vez eliminados los estímulos precisos para procurar una adecuada prudencia, disciplina, y austeridad.
En cualquier caso, la exigua capitalización del Eurosistema en general, y del BCE en particular, unida a la ausencia de un mecanismo de respaldo fiscal robusto y bien definido, refuerzan los temores de que medidas destinadas a mitigar iliquidez, y que en modo alguno resuelven el problema de fondo, insolvencia, además de volverse recurrentes, traspasen indefinidamente los riesgos de default a la banca central, exponiéndola a severas pérdidas derivadas de la toxicidad de su cartera de inversión. Una clara amenaza para la estabilidad de Europa que, sin embargo, sólo ha cotizado euforia, quizá porque el pan de unos pocos sigue siendo, más que nunca, el veneno de tantos.
De golpe de efecto a la desesperada cabría calificar el improvisado disfraz de mecanismo de estabilización financiera, embozando el flamante salvavidas heleno, con el que Fantasías Ponzi & Co. ha logrado apremiar otro original rescate al alimón. Un 2x1 en toda regla, amparado en la virtuosa defensa del euro y de la solvencia soberana, mientras la industria respira aliviada tras renovar otro crédito de Chronos y las maltrechas finanzas públicas se asen con fuerza a la única tabla de salvación que aún queda a flote. Una vez más, el prolífico tándem banca-estado gana, el sufrido contribuyente pierde. Y es que, según decíamos ayer, permanecemos rehenes del incesante trasiego de endeudamiento y riesgo moral entre sector privado, público, y mediopensionista, pasando una pelota que sólo sabe crecer y caldearse, merced a esos perversos incentivos que refuerzan temeridad y complaciente desvergüenza. Pero qué les voy a contar.