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¿Son las empresas responsables de la inflación?
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¿Son las empresas responsables de la inflación?

Si el gasto agregado no aumenta, entonces es imposible que los precios aumenten generalizadamente

Foto: Una frutería, en un mercado de Madrid. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
Una frutería, en un mercado de Madrid. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
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De acuerdo con el termómetro empresarial elaborado por el Banco de España, el 30% de las empresas nacionales ya está aumentando los precios de sus productos, un 44% prevé hacerlo en el primer trimestre de 2022 y un 60%, a lo largo del resto del ejercicio.

Parecería, pues, que son las propias empresas, deseosas de maximizar sus ganancias (o al menos de no verlas rebajadas después del encarecimiento de sus 'inputs'), las que están provocando la inflación que estamos experimentando en estos momentos y que acaso sigamos padeciendo a lo largo del próximo año: si el conjunto del tejido empresarial, por el motivo que sea, se conjura para aumentar los precios, entonces habrá inflación. Es lo que se conoce como 'profit-push inflation'. Desde otra perspectiva, las cada vez más frecuentes renegociaciones salariales al alza son las que estarían alimentando el fuego inflacionista: si, por el motivo que sea, el conjunto de los trabajadores se conjura para aumentar los salarios, entonces habrá inflación. Es lo que se conoce como 'wage-push inflation'.

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Pero, en realidad, ni la sed de mayores beneficios ni el ansia de mayores salarios son condiciones suficientes para que haya inflación. Por mucho que empresarios o trabajadores se lancen a incrementar sus objetivos de ingresos nominales, esos objetivos deberán ser posteriormente validados por la demanda de mercado (por el gasto agregado) y, si el volumen de gasto agregado no es lo suficientemente elástico como para absorber los mayores precios o los mayores salarios, entonces esas infladas peticiones se traducirán en inventarios invendidos o en trabajadores desempleados.

Por ejemplo, supongamos que el gasto agregado dentro de una economía es de 10 euros y que un empresario vende 10 unidades de su mercancía a un precio de un euro la unidad: en tal caso, los ingresos agregados del empresariado (10 euros) coinciden con el gasto agregado (10 euros). Si el empresario quisiera incrementar sus precios de venta a cinco euros por unidad y, al mismo tiempo, el gasto agregado dentro de la economía no aumentara, entonces ese empresario solo vendería dos de las 10 unidades producidas: las otras ocho permanecerían en sus inventarios a menos que optara por seguir vendiéndolas al precio original de un euro.

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El caso anterior debería bastar para ilustrarnos que, si el gasto agregado no aumenta, entonces es imposible que los precios aumenten generalizadamente (salvo que la producción de mercancías se haya contraído y el gasto agregado se mantenga). La pretensión generalizada de aumentar precios (y salarios) dentro de una economía con gasto agregado constante solo se traduciría en una alteración de los precios relativos entre las distintas mercancías, pero no a una elevación de todos los precios. Y lo mismo vale para España: por mucho que la mayor parte de las empresas quiera elevar sus precios en 2022, eso solo ocurrirá si el gasto agregado se incrementa lo suficiente. Ahora bien, ¿qué razones explican que el gasto nominal agregado crezca?

El gasto nominal es el resultado de multiplicar la propensión a gastar de los agentes económicos por sus ingresos presentes y futuros, de manera que el gasto nominal podrá aumentar o bien porque se incrementa la propensión a gastar o bien porque crecen los ingresos presentes y futuros. Y, a este respecto, las variables que pueden explicar cada uno de esos factores son variadas, pero centrémonos en aquellas sobre las que recae una cierta discreción política: la política fiscal expansiva contribuye a incrementar los ingresos del sector privado y la política monetaria expansiva coadyuva a generar un laxo clima financiero que facilita (vía endeudamiento a menores tipos de interés) que los agentes económicos transformen sus ingresos futuros en gasto presente. Además, las expectativas de inflación pueden disparar la propensión a gastar de los agentes, dado que, cuanto más tarden en gastar, más caras serán las mercancías que desean adquirir (a su vez, la inflación diluye el valor real de las deudas, lo que puede incentivar el endeudamiento para gastar).

Foto: Contenedores amontonados en un puerto. (EFE/Demian Alday Estévez)

Por consiguiente, la capacidad del conjunto de las empresas para elevar sus precios dependerá de que el gasto nominal agregado aumente lo suficiente, y en gran medida ese aumento suficiente del gasto nominal dependerá de que las políticas expansivas, tanto en materia fiscal como monetaria, prosigan su curso. Si no lo hacen, será mucho más complicado que la inflación se materialice (no imposible, dado que el sistema bancario podría igualmente acomodar vía crédito el mayor volumen deseado de gasto nominal) por mucho que las empresas quieran elevar sus precios: y, de hecho, si intentan elevar sus precios en medio de un clima no expansivo del gasto nominal agregado, se enfrentarán a ventas en declive (al igual que los trabajadores que intenten incrementar sus salarios nominales en medio de un clima no expansivo del gasto nominal agregado se enfrentarán a desempleo). Acaso por esto último, gobiernos y banqueros centrales decidan facilitar el incremento del gasto nominal a pesar del riesgo inflacionista: por anteponer la actividad y el empleo a la estabilidad de precios. Mas si los precios se descontrolan, en algún momento acabarán sacrificando la actividad y el empleo en aras de la estabilidad de precios.

De acuerdo con el termómetro empresarial elaborado por el Banco de España, el 30% de las empresas nacionales ya está aumentando los precios de sus productos, un 44% prevé hacerlo en el primer trimestre de 2022 y un 60%, a lo largo del resto del ejercicio.

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