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En defensa del modelo laboral de las Big Four
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Juan Ramón Rallo

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En defensa del modelo laboral de las Big Four

Claro que los empleados de una Big Four preferirían trabajar menos horas y mantener sus opciones de acceder a puestos altamente remunerados. Pero todo no puede ser a la vez

Foto: Foto: Reuters.
Foto: Reuters.

¿Qué preferiría usted? ¿Un trabajo estrictamente de ocho horas diarias, donde empieza cobrando 25.000 euros anuales y progresivamente va viendo acrecentar su salario hasta alcanzar los 50.000 euros anuales al final de su carrera profesional o un trabajo de 10-12 horas diarias, donde empieza cobrando 25.000 euros anuales, pero en 10 años tiene una probabilidad del 10% de cobrar 50.000 euros anuales, en 15 años una del 5% de cobrar 80.000 y en 20 años una del 1% de cobrar varios cientos de miles anuales? La elección no es obvia o, como poco, debería ser obvio que no todo el mundo tiene por qué elegir del mismo modo. Quienes deseen ingresos más previsibles y una menor carga de trabajo optarán por la primera opción y quienes aspiren a ingresos más elevados (incluso mucho más elevados), aun a costa de jornadas muy agobiantes, acaso opten por la segunda.

Foto: Sedes de PwC (i) y KPMG (c), en Madrid. (EFE/Mariscal)

Pues bien, esta segunda opción es esencialmente la que ofrecen las Big Four: jornadas laborales maratonianas, picos de trabajo estresantes, una remuneración inicial generalmente no satisfactoria, pero con la expectativa de ascender y acceder a niveles de ingresos mucho más elevados de los que tales profesionales podrían lograr en otras compañías más tradicionales. No es que todos los que entren como junior en una Big Four vayan a conseguir tan notables remuneraciones meramente esperando y perseverando: en realidad, la alta rotación de las plantillas así como su estructura jerárquica llevan a que solo una minoría de los aspirantes termine cumpliendo sus sueños. Pero ese es el modelo de relaciones laborales que ofertan esas compañías, porque ese es el modelo de relaciones laborales que demandan muchos de quienes trabajan en ellas.

Foto: La vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz. (EFE/Quique García)

Entiéndaseme correctamente: claro que todos los empleados de una Big Four preferirían trabajar menos horas y con mucho menos estrés, al tiempo que mantienen inalteradas sus probabilidades de promoción interna a puestos altamente remunerados. Pero todo no puede ser a la vez: si los junior trabajan muchas menos horas (o trabajan las mismas, pero con una remuneración mucho más cuantiosa), los beneficios de la compañía se reducirán sustancialmente… y esos beneficios (menguantes) son los que posteriormente se reparten, en forma de muy altas remuneraciones, los socios y el resto de empleados de alto rango. Para que exista la opción de que algunos de los que entran cada año en esas empresas alcancen remuneraciones muy altas con el paso de los años (posiciones que hoy están ocupadas por otros empleados que entraron en el pasado y que lograron promocionar internamente), es necesario que los ingresos netos de la compañía no se repartan de manera más o menos equitativa entre todos los trabajadores de la misma (como si de una cooperativa obrera se tratara). Aumentar notablemente la remuneración por hora de los rangos más bajos de la compañía implica reducírsela enormemente a los altos rangos. Hagan ustedes mismos el experimento: si hay un socio por cada 100 trabajadores, cada 1.000 euros que se incremente el coste anual salarial de esos 100 trabajadores supondrá una rebaja de 100.000 euros en la remuneración anual del socio.

Foto: Las Cuatro Torres de Madrid. (Reuters/Paul Hanna)

No estoy afirmando, ni mucho menos, que todas las empresas deban organizarse siguiendo el modelo de las Big Four. Probablemente, la inmensa mayoría de la población no se sienta cómoda con ese modelo: pero si hay una minoría de trabajadores que sí lo están —especialmente dispuestos a volcarse con su trabajo para tener alguna opción de cumplir con su ambición de prosperar económicamente de un modo muy importante—, no hay ninguna buena razón para prohibírselo. Quienes deseen otro modelo de relaciones laborales, que se abstengan de entrar en las Big Four o, como ocurre con muchos de los que entran, que salgan de ellas a los pocos años (o a los pocos meses) y busquen acomodo en otras empresas con jornadas laborales más estrictas y remuneraciones potenciales mucho menos explosivas. La clave no reside, en todo caso, en reprimir lo que hay, sino en posibilitar que emerjan más alternativas a lo que hay entre las que poder escoger.

¿Qué preferiría usted? ¿Un trabajo estrictamente de ocho horas diarias, donde empieza cobrando 25.000 euros anuales y progresivamente va viendo acrecentar su salario hasta alcanzar los 50.000 euros anuales al final de su carrera profesional o un trabajo de 10-12 horas diarias, donde empieza cobrando 25.000 euros anuales, pero en 10 años tiene una probabilidad del 10% de cobrar 50.000 euros anuales, en 15 años una del 5% de cobrar 80.000 y en 20 años una del 1% de cobrar varios cientos de miles anuales? La elección no es obvia o, como poco, debería ser obvio que no todo el mundo tiene por qué elegir del mismo modo. Quienes deseen ingresos más previsibles y una menor carga de trabajo optarán por la primera opción y quienes aspiren a ingresos más elevados (incluso mucho más elevados), aun a costa de jornadas muy agobiantes, acaso opten por la segunda.

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