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Juan Ramón Rallo

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Mercadona no tiene la culpa de los problemas del campo español

Los problemas del campo español no se deben a los intermediarios comerciales, por mucho que la izquierda pretenda instrumentalizar a los agricultores para atacarlos

Foto: Ilustración: EC Diseño/ Marina G. Ortega
Ilustración: EC Diseño/ Marina G. Ortega
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Todo el mundo intenta capitalizar políticamente las protestas de los agricultores en lugar de tratar de entender qué pueden tener de razonables y qué no. Así, la derecha pretende dirigir estas marchas en contra de la Agenda 2030 y, sobre todo, del gobierno PSOE-Sumar; y la izquierda, en cambio, trata de redirigir tales quejas en contra de la globalización y de las grandes empresas de la distribución que explotan a los agricultores pagándoles una miseria por su producto.

Esta última víctima propiciatoria es desde luego llamativa. A la postre, semanas atrás, esa misma izquierda se estaba quejando de lo mucho que habían subido los precios de los alimentos en los supermercados. Es decir, que los supermercados tendrían que cuadrar el círculo vendiéndole al consumidor a precios bajos y comprándole al productor a precios altos: como si el margen de beneficios de estos distribuidores fuera gigantesco y, por tanto, todos pudiesen salir ganando mucho a costa de reducirlo.

Foto: Ilustración: EC Diseño/Marina G. Ortega Opinión
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Curiosamente (o no tanto), todos aquellos que acusan a los supermercados de disfrutar de márgenes gigantescos a costa de productores y consumidores jamás nos proporcionan ni un solo dato que acredite tal circunstancia. Tan solo nos dicen que estos deben de ser escandalosos a tenor de los millonarios beneficios que cosechan y que, por ende, todos deberíamos aspirar a meter la cuchara en los mismos.

Tomemos como ejemplo un reciente post de Ione Belarra, exministra del Gobierno de España y secretaria general de Podemos: "Lo que tendría que hacer el gobierno con Mercadona es intervenir en sus márgenes de beneficio y obligarles a pagar un precio justo en el campo. No mandar a la policía para que le haga de guardia privada y reprimir a los agricultores". Dejando de lado la enfermiza obsesión de Podemos contra Mercadona (¿por qué nunca se cargan las tintas contra Carrefour, Lidl o DIA?), resulta revelador la completa ausencia de cualquier cifra que respalde sus afirmaciones. ¿Cómo sabe Ione Belarra que el margen de beneficios de Mercadona es suficientemente holgado como para pagar precios mucho más altos a los agricultores?

En realidad, es bastante sencillo de comprender la razón por la que Belarra —y todos cuantos formulan este mismo argumento— nunca ofrecen datos sobre márgenes de beneficio: porque si lo hicieran, su soflama se vendría abajo. En el año 2022, Mercadona logró unos ingresos por ventas de 28.466 millones de euros: de todos ellos, solo 928 millones terminaron convirtiéndose en beneficios (antes de impuestos). Es decir, que el margen de beneficios de Mercadona apenas asciende al 3,2%: 3,2 céntimos por cada euro de ventas (2,5 céntimos si tenemos en cuenta los impuestos abonados).

El guarismo suele sorprender a todos aquellos que se han sumado a la demagogia antisupermercados. Les resulta incomprensible que la primera cadena distribución de España tenga unos márgenes de beneficio tan reducidos… pero en verdad no resulta nada sorprendente. Todos los supermercados tienen márgenes tan o más reducidos que el de Mercadona. Y es que el modelo de negocio de la distribución al por menor no se fundamenta en un alto margen de ganancia por unidad vendida, sino en una elevada rotación del capital, esto es, en el enorme volumen de ventas anuales con relación al capital inmovilizado.

Véase: en 2022, Mercadona logró en ingresos los antedichos 28.466 millones de euros con un activo de 12.158 millones de euros. Por tanto, sus ventas fueron equivalentes a 2,34 veces su activo. Si multiplicamos el margen de beneficio por la rotación del activo (3,2% por 2,34), obtendremos la rentabilidad sobre su activo: concretamente, el 7,5% (antes de impuestos). Y si, a su vez, multiplicamos esta rentabilidad sobre el activo por la ratio de apalancamiento de Mercadona, que es igual a 1,61 (el activo total es 1,61 veces superior al patrimonio neto de la empresa), llegaremos a una espectacular rentabilidad sobre los fondos propios del 12,3% (antes de impuestos).

Foto: Imagen de una tractorada en Palencia. (EFE/Almudena Álvarez)

Es decir, que los propietarios de Mercadona lograron en 2022 una rentabilidad sobre su inversión del 12,3% (o 9,5% después de impuestos). Pero esa extraordinaria rentabilidad no la consiguieron por un enorme margen sobre sus ventas, sino por la elevada rotación de su activo y por su apalancamiento. Dicho de otro modo, Mercadona no se forra por comprar muy barato a sus proveedores y por vender muy caro a los consumidores, sino por vender un enorme volumen de mercancías y por financiar parte de esas operaciones con fondos ajenos. O expresado aún de otro modo, Mercadona apenas tiene margen para pagar más a sus proveedores sin subir los precios a sus consumidores.

Por supuesto, es perfectamente posible que Mercadona (y otros supermercados) esté pagando precios tan bajos como sea capaz a sus proveedores (entre ellos, los agricultores u otros intermediarios que han tratado directamente con los agricultores), pero si lo hacen es para poder venderles esos productos a los consumidores a un precio igualmente bajo. En caso contrario, el margen de beneficio que lograría sería mucho más alto. Y esta estrategia comercial, por cierto, tiene pleno sentido dentro de su modelo de negocio: si la rentabilidad de los supermercados depende de su elevado volumen de ventas, evidentemente tratarán de mantener los precios de venta tan bajos como sea posible (siempre con un mínimo margen positivo sobre costes) para así batir a la competencia y, sobre todo, para inducir un mayor consumo por parte de los compradores.

Foto: Los agricultores toman Barcelona. (Reuters/Nacho Doce)

Por consiguiente, para que los agricultores españoles cobren más de los intermediarios, los consumidores españoles deberían pagar también más: pero, al parecer, los consumidores españoles no están demasiado dispuestos a pagar más ni siquiera para comprar producto español (si lo estuvieran, los supermercados serían los primeros en subirles los precios). Y es el productor quien se ha de plegar al consumidor y no al revés: pues producimos para consumir, no consumimos para producir.

En definitiva, es verdad que el campo español es, en términos generales, un mal negocio tanto para capitalistas como para trabajadores: bajas rentabilidades y bajos salarios en un entorno muy volátil, incierto y duro. Pero los problemas del campo español no se deben a los intermediarios comerciales, por mucho que la izquierda pretenda instrumentalizar a los agricultores para atacarlos.

Todo el mundo intenta capitalizar políticamente las protestas de los agricultores en lugar de tratar de entender qué pueden tener de razonables y qué no. Así, la derecha pretende dirigir estas marchas en contra de la Agenda 2030 y, sobre todo, del gobierno PSOE-Sumar; y la izquierda, en cambio, trata de redirigir tales quejas en contra de la globalización y de las grandes empresas de la distribución que explotan a los agricultores pagándoles una miseria por su producto.

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