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Puigdemont: la mosca quiere tumbar a la vaca
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Antonio Casado

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Puigdemont: la mosca quiere tumbar a la vaca

Una operación de partido degenera en conjura contra el vigente orden constitucional en una España más injusta

Foto: El expresidente catalán Carles Puigdemont. (EFE)
El expresidente catalán Carles Puigdemont. (EFE)
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El Estado paga al gaitero y Puigdemont elige la tonada. Algún día tendremos que descender al subsuelo del plan "amnistía por investidura" para descifrarlo a la luz de la psiquiatría. La política resulta insuficiente para entender por qué Sánchez pone el destino de España en manos de quien no quiere ser español.

Puigdemont y Sánchez. Tal para cual. Solo sus hechuras mentales podrían explicar, antes de que algunos nos tiremos por la ventana, cómo han llegado a la conclusión de que una mosca puede tumbar a una vaca.

Una discutible operación de partido ha degenerado en conjura contra el vigente orden constitucional y en apuesta oportunista por una España más injusta. "La izquierda ha perdido el norte", dice Alfonso Guerra desde el estupor. Desde el bochorno (también desde trincheras socialistas, lo juro), otros se remiten al trastorno de personalidad narcisista que afectaría a los primeros actores de esta pesadilla, porque tienen la misma dificultad para regular su nivel de autoestima.

Pero eso no justifica el enorme poder coyuntural de ambos para condicionar la marcha del país. Uno de ellos, Pedro Sánchez, ha conseguido que el Estado (Gobierno, Congreso, Senado, Poder Judicial, Fuerzas Armadas, Hacienda Pública, el Rey, Fuerzas de Seguridad, etc.) no trate al otro, Carles Puigdemont, con la misma indiferencia represiva que la vaca aplasta a la mosca sin levantar la cabeza del pasto.

El prófugo de Waterloo es como la mosca cojonera de toda la vida. Le han dado pie y se lo puede permitir

El prófugo de Waterloo se ha puesto chulo, provocador, faltón, desafiante, como la famosa mosca cojonera de toda la vida. Le han dado pie y se lo puede permitir. No porque hable en nombre de un segmento ancho de la voluntad del pueblo catalán. Es muy llamativa su falta de representatividad.

Su propia gente (afiliados al llamado Consell de la República, con sede en Waterloo) le dejó tirado por masiva incomparecencia (95%) en su consulta sobre si debiera bloquearse la investidura de Sánchez. Del exiguo 4,4% de participantes, el 75% votó a favor del bloqueo, pero ya les digo yo por dónde se pasa Puigdemont el derecho a decidir de sus seguidores.

La calle se calienta y en las redes se multiplican las llamadas a manifestarse de forma "espontánea" ante la sede del PSOE

Por su fantasmal condición de president de Cataluña en el exili, la dirección oficial de Junts le ha otorgado el poder de pastorear a los siete diputados de este partido que, en una Cámara de 350 (menos del 2% del pueblo soberano), canjearán la investidura por una generosa amnistía por "conductas delictivas de índole política" ligadas al llamado procés.

Puigdemont no es un líder de masas. Su poder condicionador de la vida pública se lo otorga el PSOE, un partido que acaba de conceder manos libres al jefe. La altanería del personaje no nace de las urnas, sino de la ambición personal de Pedro Sánchez, cuyos apremios han derivado en una forma de claudicación que puede tener graves consecuencias. En el peor de los casos, sobre lo que Marín Castán, presidente del TS, llamó "andamiaje del Estado" en la solemne apertura del año judicial. Y en el menos malo de los escenarios, tendremos un Gobierno débil y tambaleante, que estará aquejado de sobresaltos continuos.

Foto: Vicente Guilarte. (CGPJ)

Mientras tanto, la calle se calienta y en las redes se multiplican las llamadas a manifestarse de forma "espontánea" ante la sede central del PSOE contra la ley de amnistía que, después de repeinarse el fin de semana en Bruselas, va a entrar en el telar parlamentario. Imposible evitar la tentación de comparar las manifestaciones espontáneas ante la sede del PP cuando el Gobierno de Aznar, en marzo de 2004, quería convencernos de que los atentados del 11-M habían sido obra de ETA.

En Génova contra Aznar, por mentiroso. En Ferraz contra Sánchez, por entreguista. Simetría, por favor. Aquel fue un malestar verdadero. Y este también lo es.

El Estado paga al gaitero y Puigdemont elige la tonada. Algún día tendremos que descender al subsuelo del plan "amnistía por investidura" para descifrarlo a la luz de la psiquiatría. La política resulta insuficiente para entender por qué Sánchez pone el destino de España en manos de quien no quiere ser español.

Amnistía Carles Puigdemont
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