Al Grano
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Sánchez, a los pies de los caballos
El síndrome del piloto borracho vuelve al ecosistema político-mediático tras la patada al tablero de Pere Aragonès
"Como socialdemócrata con ilusiones y melancolías regeneracionistas, me ofende el sarcasmo desabrido del presidente del Gobierno, y la frivolidad con que el Partido Socialista y toda la izquierda se enfangan en el sumidero pútrido de lo que antes se llamaba Twitter" (Antonio Muñoz Molina, El País).
El presidente del Gobierno y líder del PSOE provoca trastornos de personalidad entre votantes socialistas de siempre. Además, no lo quiere la gente: policías, funcionarios de prisiones, campesinos, jueces, fiscales, etc. Tampoco lo quiere, ojo, una mayoría de la representación del pueblo soberano, si excluimos a sus costaleros independentistas, aunque lo voten. Lo votan —hasta ahora—, no por su capacidad de pacto con diferentes sino por sus controvertidas concesiones ante quienes le garantizan la continuidad en la Moncloa. Pero cero patatero en cariño al representante del Estado "represor".
Hoy por hoy, Sánchez está a los pies de los caballos. Arrollado por los acontecimientos, se dispara la percepción de inseguridad jurídica entre los empresarios y el síndrome del piloto borracho vuelve a instalarse en el ecosistema político-mediático de nuestro país tras la patada al tablero del presidente de la Generalitat, Pere Aragonés: inesperada convocatoria de elecciones catalanas y la consecuente renuncia a presentar los PGE 2024 por parte de un Sánchez con la cintura rota.
Todo ello debido a una maniobra del socio principal del Gobierno (los "comunes" de Sumar, con religiosa aversión a las máquinas tragaperras) al actuar por su cuenta en Cataluña, al margen de la disciplina en la organización que lidera la vicepresidenta, Yolanda Díaz, tan descolocada como el presidente. Así afloró de una sola tacada la fractura del balcanizado pedestal de poder de Pedro Sánchez, con tendencia a ensancharse en los tres procesos electorales que se avecinan en modo vía crucis del PSOE (vascas, catalanas y europeas).
Aflora la fractura del pedestal de poder de Sánchez, con tendencia a ensancharse en los tres procesos electorales que se avecinan
La bronca partidista ha convertido el oficio de la política en un lodazal y nos acercamos a una primavera anunciadora de la escalonada cancelación de Sánchez. Sus costaleros se van a la guerra de las urnas y lo dejan solo con su enlatado discurso de la reconciliación. Qué excelente ocasión perdió de morderse la lengua al decir que con la aprobación de la ley de amnistía en el Congreso la legislatura se le iba a hacer muy larga a Feijóo. Es a a Sánchez al que se le va a hacer corta. Se le va a hacer muy cuesta arriba, por no decir imposible, la tarea de gobernar sin PGE y con desgaste de la fórmula Frankenstein.
Si, además, ante los casos de corrupción que acosan al Gobierno su única defensa son los incumplimientos fiscales del novio de Ayuso y, una vez más, la amarillenta foto de Feijóo con un contrabandista, es que el miedo de Sánchez a su cancelación política ya le llega al cuello de la camisa.
El presidente perdió una excelente ocasión de morderse la lengua al anunciar una legislatura larga gracias a la amnistía
Por eso creo que los acontecimientos, sin excluir la guerra de los consortes en materia de corrupción (de un lado, caso "Begoña"; del otro, caso "Amador"), parecen abocados hacia unas elecciones generales anticipadas. Me remito a la propia doctrina de Sánchez. En marzo de 2018, con Rajoy todavía en la Moncloa, sostuvo públicamente que si al presidente no le aprobaban los PGE no le quedaba otra que convocar elecciones.
Tendrá que aplicarse el cuento. Si no por coherencia, por imperativo legal. El artículo 134.3 de la Constitución Española le obliga al Gobierno a presentar los PGE, aunque se los tumben (para eso están las prórrogas). Ese carácter imperativo ("deberá", dice) no casa con los oportunistas motivos de "renuncia" a presentar el proyecto.
"Como socialdemócrata con ilusiones y melancolías regeneracionistas, me ofende el sarcasmo desabrido del presidente del Gobierno, y la frivolidad con que el Partido Socialista y toda la izquierda se enfangan en el sumidero pútrido de lo que antes se llamaba Twitter" (Antonio Muñoz Molina, El País).
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