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Donald Trump y su rentable diplomacia de usar y tirar
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Antonio Casado

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Donald Trump y su rentable diplomacia de usar y tirar

Aunque le falte finura, mueve montañas. Entre Metternich y Trump hay la misma distancia que entre Einstein y Paquirrín. Pero el friki de la Casa Blanca se lo puede permitir

Foto: Donald Trump. (Reuters)
Donald Trump. (Reuters)
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Soplan malos vientos para la llamada diplomacia pública. Supone, o suponía, renunciar al pacto secreto y la negociación oculta a la ciudadanía de los países democráticos. Generó vínculos entre los pueblos, mejoró la confianza entre sus gobernantes y, mal que bien, contribuyó a hacer un mundo más habitable tras los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Entonces llegó Donald Trump y rizó el rizo. Tan pública, desinhibida, urgente y exenta de florituras es su diplomacia que ha degenerado en diplomacia de usar y tirar.

Entre Metternich y Trump hay el mismo trecho que entre Einstein y Paquirrín. Lo malo es que, aunque le falte finura y sea de consumo rápido, mueve montañas políticas y mediáticas. El friki de la Casa Blanca se lo puede permitir porque dispone de más potencial económico y militar que nadie, o tanto como el que más, léase China y Rusia. De ahí el ninguneo de la Unión Europea, que no juega en esa liga. Y de la propia Ucrania, como consecuencia del acercamiento de Trump a Vladímir Putin, del que ha derivado el anuncio de que "Ucrania y la OTAN tendrán un papel", pero no en la mesa de las negociaciones.

Ese es el cuadro después de que Trump se limitase a contar en su red social la conversación con Putin y el inicio de los tratos orientados a declarar la paz en una guerra iniciada unilateralmente por Rusia hace tres años.

Más pública no puede ser la nueva diplomacia norteamericana. Ni más desacomplejada podía ser su ecuación de paz por territorios (¿no les suena?), aireada para apaciguar al oso ruso en nombre del "realismo". Y para advertir a Ucrania de que debe ir haciéndose a la idea, so pena de perder de un plumazo el arropamiento militar y político de Estados Unidos y que, llegado ese caso, sería tarea exclusiva de una Europa venida a menos. Entre otras cosas, por su resistencia de las últimas décadas a considerar prioritarios los gastos militares.

El friki de la Casa Blanca nos regala sobradas evidencias de que no le importan los muertos, sino la rentabilidad de su diplomacia

Dice Trump que hay que parar la guerra para que no haya más derramamiento de sangre. Pero la desenvoltura verbal del presidente de EEUU, tanto en el plano realista (Ucrania debe olvidarse de recuperar territorio y de entrar en la OTAN, porque es lo que pide Putin) como en el surrealista (Gaza será un paraíso turístico y Groenlandia un nuevo Estado norteamericano), nos regala sobradas evidencias de que no le importan los muertos, sino la rentabilidad de su diplomacia cortoplacista de beneficios largoplacistas.

Las dos palancas quedan a la vista: posiciones de poder geoestratégico y oportunidades de negocio. En su empresarial punto de mira están los minerales ucranianos, imprescindibles en el campo de la defensa, la electrónica, la comunicación y, en general, para el desarrollo de nuevas tecnologías.

Evidentemente, Putin no se irá con las manos vacías. ¿Alguien duda de que esos recursos van a entrar en las negociaciones como elementos de transición por asuntos como la neutralidad militar de Ucrania (promesa de Biden de que Ucrania nunca sería territorio OTAN), la actualización del mandato democrático de Zelensky (pendientes de elecciones), la consolidación de las tierras conquistadas por Rusia, etc.?.

Trump le ha comido la oreja a Putin con los muchos beneficios mutuos que les esperan "si Rusia y EEUU trabajamos juntos". Y en la conferencia de seguridad del fin de semana en Múnich no se habla de otra cosa, en medio de la insoportable sensación de que ya nadie escucha los discursos sobre guerras justas e injustas. Ni sobre principios tales como la integridad territorial, el respeto a las fronteras o el uso de la fuerza como medio de resolver conflictos internacionales.

Soplan malos vientos para la llamada diplomacia pública. Supone, o suponía, renunciar al pacto secreto y la negociación oculta a la ciudadanía de los países democráticos. Generó vínculos entre los pueblos, mejoró la confianza entre sus gobernantes y, mal que bien, contribuyó a hacer un mundo más habitable tras los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Entonces llegó Donald Trump y rizó el rizo. Tan pública, desinhibida, urgente y exenta de florituras es su diplomacia que ha degenerado en diplomacia de usar y tirar.

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