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Historia de un libro en dos ciudades
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Historia de un libro en dos ciudades

La razón por la que el título de estas líneas remeda la inmortal obra de Charles Dickens tiene que ver con el terror, con dos ciudades, con una revolución sangrienta y una posterior represión tampoco exenta de barbarie

Foto: Una mujer con una imagen de su abuelo, fusilado en Málaga en 1937. (EFE/Jorge Zapata)
Una mujer con una imagen de su abuelo, fusilado en Málaga en 1937. (EFE/Jorge Zapata)
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La razón por la que el título de estas líneas remeda la inmortal obra de Charles Dickens tiene que ver con el terror, con dos ciudades, con una revolución sangrienta y una posterior represión tampoco exenta de barbarie y la intervención de varias personas de forma casi anónima, como sencillas pimpinelas escarlatas, que se movieron entre Málaga y Chicago para salvar la memoria de los terribles acontecimientos que sucedieron en el sur de España a partir del 18 de julio de 1936 hasta el 7 de febrero de 1937. Aquel día el llamado impropiamente ejército nacional, integrado por italianos, marroquíes - los llamados moros -y españoles ocuparon la ciudad abandonada por las autoridades republicanas en un alarde de inigualable valor y desvergüenza.

Durante los denominados por Tamames "meses del terror rojo" en su obra sobre la Guerra Civil, los asesinatos, los incendios, la destrucción del patrimonio religioso y civil y toda suerte de monstruosidades se sucedieron en nuestra ciudad como una muestra de lo peor que el ser humano puede dar de sí. Soy un liberal conservador. Antes de que nadie vaya a tacharme de lo que no soy, diré que la posterior represión fue terrorífica. Al terror con el terror. Pero por parte de todos, no como ahora se pretende imponer inquisitorialmente por parte de un grupo de analfabetos históricos, de que solo una parte de este pueblo masacró a unos seres arcangélicos. Pocos arcángeles sobrevolaron la España de entonces.

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Mientras todo esto ocurría, la habitualmente numerosa colonia extranjera, muchos de los cuales ya eran españoles, empresarios, puros malagueños rubios de ojos azules que ceceaban, permanecían en sus casas amparados por las banderas de sus países de origen, que no siempre eran respetadas y en las listas de asesinados sin justificación alguna, son mayoría los de apellidos extranjeros. Nuestra Málaga es así. Aquí escribieron Gerald Brenan, Gamel Woolsey, Margaret Grice-Hutchinson, Sir Peter Chalmer-Mitchell y muchos otros, que crearon una forma de vida anglo-andaluza que aún se mantiene en esa zona en pie a duras penas.

En el mejor estilo memorialista inglés, escribían cuaderno tras cuaderno, narrando con interés de entomólogo, que contempla una pelea de alacranes, las peripecias que el pueblo español se dedicaba a practicar con extraordinario ahínco de mejorar la calidad de la barbarie cotidiana. Claro que nadie podía sospechar que cinco años después los exquisitos lieder de Schubert serían sustituidos por el humo de los hornos crematorios de los campos de exterminio, que los rusos entrarían en Polonia como una tribu de hunos encabezada por Atila Stalin y que los británicos bombardearían Dresde con fósforo en una de las mayores atrocidades de la II Guerra Mundial.

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Los cruceros británicos en la bahía y la cercanía de Gibraltar salvaron muchas vidas y sobre todo posibilitaron que la literatura, que aquellos extranjeros produjeron, narrando con estupor y espanto lo que contemplaban atónitos, saliera de España y se salvara. Un inglés o norteamericano, o nórdico tan habituales en las zonas burguesas del Limonar, Monte de Sancha, paseo de Sancha, Miramar y Bellavista no podían comprender que en pleno siglo XX los españoles se dedicaran a machacarse unos a otros sin piedad, mientras que el cumplimiento de cualquier tipo de ley o norma ni siquiera fuera contemplado como una mera posibilidad.

placeholder La casa de los Norton. (M.V.)
La casa de los Norton. (M.V.)

Uno de aquellos extranjeros se llamaba Edward Norton y escribió unas trágicas páginas a las que bautizó con el nombre de Muerte en Málaga. Diplomático norteamericano, había ocupado el puesto de Cónsul General en Málaga en 1909 y aquí dejo muchos amigos. Cuando fue trasladado a India. A su regreso a Washington, un problema burocrático con la Secretaria de Estado norteamericana, le hizo abandonar la carriere y escribió a un amigo Gross, que había dejado en su primera estancia aquí. Le entregó la dirección de su fábrica de frutos secos para la exportación y Edward y Nell su esposa compraron una casa a la que pusieron por nombre “Los Pinos”. Edward Norton acudió a la fábrica todos los días que el terror se impuso en Málaga, incluso cuando los grandes bombardeos de la Campsa. El terror se trasladaba de un lado de la red al otro, como en un macabro partido de tenis. Pero había mucha gente que cumplía su obligación.

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Pasó el tiempo, acabó la guerra y el señor Norton murió y fue enterrado en el Cementerio Inglés de Málaga. La casa estaba muy cerca del sanatorio ginecológico de San Ramón, dirigido por uno de los médicos históricos de la ciudad, padre de otra querida familia. El mundo de la Caleta es así todavía. Dado que la vecindad había creado unos fuertes vínculos entre ellos, Nell, ya viuda, se fue a vivir a la clínica, cuidada por las monjas de amplias tocas blancas almidonadas que recordaban a las palomas y pasaba largos ratos de charla con ellas al sol del invierno. Nell también murió y muchos de sus enseres domésticos fueron trasladados a Chicago, ciudad donde residía el único pariente de la familia, Bill Harmon, que vendió la casa y trasladó a Chicago cuadros, porcelanas, lámparas, bronces, plata y chinerías, que fueron a casas de subastas, aunque algunos han vuelto a Málaga. Pero Bill también se llevó con él doce pesados cuadernos escritos en inglés en los que su tío abuelo Edward había contado el horror de la barbarie. Curiosamente, habían desaparecido los cuadernos en los que se contaban los tremendos juicios sumarísimos que se llevaron a cabo en la represión que Arias Navarro emprendió con entusiasta frenesí. Posiblemente, Edward los había destruido antes de morir por miedo a represalias.

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Pasaron los años y otras personas que me honran con su amistad, José Luis y Cristina, tuvieron que ir a Chicago por motivos personales y conocieron a Bill Harmon. Y supieron la existencia de esos cuadernos, aquí desconocidos, pero ya publicados en inglés en América. Son personas emprendedoras, cultas y que no dejan pasar una oportunidad de ayudar a los demás. Personas que además de una gran familia han creado una gran empresa con cientos de empleados y que reciben los domingos a la caída de la tarde a una variopinta tertulia de amigos, que se divierte mientras conversan del pasado, arreglan el presente y se ríen del futuro sin miedo al paso del tiempo a pesar de los cientos de años que acumulamos entre todos. A veces da susto pensarlo.

Convencieron a Bill y se pasaron varias tardes fotocopiando cuadernos de Norton, gastando cientos de dólares en fotocopiadoras, cargaron con aquellos fardos de papeles hasta Málaga y aquí empezaron las dificultades. La publicación en Estados Unidos mostraba decenas de fotos de esquelas de asesinados, de fotos de la Caleta ardiendo y cuadros y muebles destruidos. Iglesias calcinadas. Yo mismo reconocí las fotos de las cruces de mármol, que en mis años de infancia jalonaban la subida al Camino Nuevo con leyendas que decían "lugar de martirio" y que correspondían a los múltiples asesinatos que allí se cometieron en los lúgubres amaneceres del color de las mortajas. Las cruces que pronto desaparecieron.

Foto: El escritor Charles Dickens sobre 1860. (Getty/Hulton Archive/John & Charles Watkins)

Las cunetas de España están a los dos lados del camino. Los inquisidores de turno, siempre decididos a imponernos lo que podemos y no podemos ver, lo que podemos y no podemos decir, lo que podemos y no podemos pensar empezaron a conspirar. Esos asesinatos que Nell le contaba a Edward mientras desayunaban podían relatarse pero en forma sutil.

"Ha aparecido Ricardo asesinado, o Jorge, o José Luis". Y Edward marchaba a su despacho y continuaba escribiendo la crónica de la guerra de los mil años. Con muchas dificultades, tabúes, prohibiciones y eliminación de fotografías, Muerte en Málaga, fue publicada en un esfuerzo colectivo entre la Universidad de Málaga y la Fundación Unicaja y el apoyo de muchas personas cuya enumeración haría interminable esta historia... Fue una modesta edición, que nos llenó de orgullo porque se agotó en pocas semanas y porque rompía de una vez la idea de que había buenos y malos, justos y pecadores, izquierdas y derechas, coincidiendo siempre los mismos en los mismos lugares ideológicos.

Después vino el silencio y el paso del tiempo. Y unos días varios ilusionados en tener un país normal y una patria de todos, decidimos que el libro iba a publicarse de nuevo. Esta vez entero y cabal en plena marea revisionista de un pasado que creíamos olvidado... Incluyendo hasta las fotografías que reflejan la vida diaria de los Norton, simplemente personas civilizadas, no fanatizadas, solo personas que quieren vivir una vida en paz y en libertad en la cálida tranquilidad de sus hogares. Ayer el Consejo Editorial de la Fundación Unicaja aprobó la reedición de Muerte en Málaga de Edward Norton por unanimidad. Y no aplaudimos al acabar, solo pensamos que estábamos cumpliendo con nuestras propias conciencias.

La razón por la que el título de estas líneas remeda la inmortal obra de Charles Dickens tiene que ver con el terror, con dos ciudades, con una revolución sangrienta y una posterior represión tampoco exenta de barbarie y la intervención de varias personas de forma casi anónima, como sencillas pimpinelas escarlatas, que se movieron entre Málaga y Chicago para salvar la memoria de los terribles acontecimientos que sucedieron en el sur de España a partir del 18 de julio de 1936 hasta el 7 de febrero de 1937. Aquel día el llamado impropiamente ejército nacional, integrado por italianos, marroquíes - los llamados moros -y españoles ocuparon la ciudad abandonada por las autoridades republicanas en un alarde de inigualable valor y desvergüenza.

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