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Antonio, el de Lebrija
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María José Caldero

Los lirios de Astarté

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Antonio, el de Lebrija

A lo largo de su vida escribió sobre cosmografía, metrología, botánica, sobre la reforma del calendario e incluso cultivó la poesía. Un verdadero hombre del Renacimiento

Foto: Antonio de Nebrija. (Universidad de Nebrija)
Antonio de Nebrija. (Universidad de Nebrija)

Era julio de 1522.

No se hablaba de cambio climático ni de olas de calor con nombres exóticos.

Hace quinientos años expiraba en Alcalá de Henares un andaluz universal, el introductor del Humanismo en España, entre otros méritos de un currículum envidiable.

Antonio de Nebrija.

El niño Antonio había nacido hacia 1444, “un año antes que en tiempo del rey don Juan el Segundo fue la próspera batalla de Olmedo”, según su propio relato. Y lo hizo en la provincia de Sevilla, en Lebrija.

El perfil de la Nabrissa Veneria, la Lebrija romana, con la Giraldilla de la iglesia de Nuestra Señora de la Oliva recortada en el cielo del Bajo Guadalquivir, forma parte de mi álbum familiar de viajes a Chipiona en un Ford Fiesta blanco.

placeholder Vista panorámica de Lebrija. (VisitarSevilla)
Vista panorámica de Lebrija. (VisitarSevilla)

A esta vieja Lebrija rindió honores su hijo más universal llevando su nombre junto al de pila para la posteridad.

Antonio era el hijo segundón de una familia acomodada de labradores lebrijanos. Juan, su hermano mayor, moriría años más tarde combatiendo en la guerra de Granada. Gracias al desahogo económico de la familia, el destino del pequeño Antonio empezó a encaminarse hacia los estudios. Primero en su Lebrija natal y, viendo que el chiquillo tenía capacidad para hincar los codos, lo mandaron donde estudiaban los buenos de verdad, a Salamanca.

Entonces no hubo nadie que le dijera: “No estudies Humanidades, que no tiene salida”. Eran tiempos de veneración a Homero y a Virgilio, a Platón y a Aristóteles.

Foto: 'Las tentaciones de San Jerónimo', de Ressendi. Opinión
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Allí, en la ciudad de las piedras doradas, empezará a ser conocido como Antonio el de Lebrija. Nombre de cantaor para quien nació en una de las cunas del flamenco.

Como tal, tocó todos los palos, en el sentido filológico de la expresión. A lo largo de su vida escribió sobre cosmografía, metrología, botánica, sobre la reforma del calendario e incluso cultivó la poesía.

Un verdadero hombre del Renacimiento. Un Renacimiento con el que tendría sus primeros contactos directos en Italia, en Bolonia, donde acudió becado por el Colegio de los Españoles a cursar estudios teológicos durante cinco años. El bueno de Antonio engordó un poquito el currículum para extender esa estancia italiana hasta los diez años. Así lo sostiene el doctor en Filología Hispánica Pedro Martín Baños (‘La pasión de saber. Vida de Antonio de Nebrija’, 2019), quien argumenta que lo haría para acceder a un puesto en la Universidad de Salamanca que tradicionalmente ocupaban maestros italianos. Esta mentira no computa como pecado si después escribes un manual de latín trascendental que se estuvo editando hasta la segunda mitad del siglo XIX.

placeholder Presentación de la exposición 'Nebrija en América. Y el océano se llenó de palabras’. (Consejería de Cultura)
Presentación de la exposición 'Nebrija en América. Y el océano se llenó de palabras’. (Consejería de Cultura)

A estas alturas ya se había hecho cargo de la cátedra de oratoria y poesía de la Universidad de Salamanca para, poco después, acceder a la cátedra de gramática. Casado con una señora salmantina de buena posición y con planes de formar una familia, Antonio quiso ampliar sus horizontes profesionales y escribió las ‘Introdutiones latinae’ (1481), la obra que le cambiaría la vida a él y cambiaría la forma de enseñar latín en las escuelas, no solo de Castilla y Aragón, sino de América, Francia, Italia o Países Bajos.

El segundo hito en su carrera de divulgación fue la ‘Gramática de la lengua castellana’, una materia que aprendería la reina Isabel la Católica de boca del propio autor y que serviría de instrumento en el proceso de evangelización del Nuevo Mundo.

Foto: Museo Arqueológico de Sevilla. (Wikimedia Commons) Opinión
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Antonio, que era de espíritu inquieto, vivió hasta en dieciocho localidades, aunque nunca volvería a su Lebrija natal. Veinte años de su vida los pasó en tierras extremeñas reclutado por don Juan de Zúñiga y Pimental, maestre de la poderosa orden de Alcántara, que había decidido rodearse de una corte de sabios para distraerse en sus ratos de ocio. Allí, protegido por Zúñiga y en la tranquilidad de la comarca de La Serena, tuvo tiempo el gramático para seguir publicando éxitos editoriales y para dedicarse al estudio del texto latino de la Biblia.

La inquietud por el estudio y la corrección de la Vulgata (traducción latina que hizo San Jerónimo de la Biblia) le reportó al sabio nebrisense un disgusto en forma de encontronazo con el inquisidor general fray Diego Deza, viejo conocido y rival en las aulas salmantinas, quien le amenazó con la excomunión. La destitución de Deza y su relevo por Cisneros, que era muy pro-Nebrija, salvó al filólogo de mayores problemas.

Foto: Museo de Bellas Artes de Sevilla. (EFE/Raúl Caro) Opinión
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De mente clarividente, fue precursor de los derechos de autor. Poca broma. Varias generaciones de sus descendientes seguían cobrando suculentos beneficios económicos por las obras del humanista andaluz.

La huella de Nebrija se extiende hasta América y eso que nunca viajó a las nuevas tierras descubiertas. Antonio fue pionero, cómo no, en la introducción de las primeras palabras indígenas en un manual, en su ‘Vocabulario español-latino’, fundamental para la preservación de la lenguas indígenas precolombinas.

Para descubrir la extraordinaria huella de los Nebrija en América, se está celebrando en ese santuario de la Historia que es el Archivo de Indias de Sevilla, la maravillosa exposición ‘Nebrija en América. Y el océano se llenó de palabras’. Allí, bajo las bóvedas vaídas de casetones renacentistas, el relato del nieto que heredó el nombre inmortal de su abuelo, sirve de hilo argumental para contar la relación desconocida de su familia con América. Un nieto explorador que dio el nombre de Lebrija a un afluente del río Magdalena en Colombia.

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Orgulloso de su abuelo y de sus orígenes.

El viejo sabio terminó sus días en Alcalá de Henares, no de forma contemplativa, sino haciendo lo que mejor hacía, impartiendo clases y escribiendo nuevas obras.

Bajo el artesonado mudéjar de la capilla universitaria de San Ildefonso, reposan desde hace cinco siglos los huesos de aquel chiquillo que dejó atrás su casa para convertirse en el sabio que había de engrandecer el universo de las palabras llevando con orgullo el nombre de su tierra.

Antonio, el de Lebrija.

Era julio de 1522.

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