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María José Caldero

Los lirios de Astarté

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Siempre confundí el día de Todos los Santos con el de los Difuntos. Quizá porque nunca llevé flores a los que se fueron. No me gusta lo que se marchita, pero me gusta noviembre.

Foto: Vista del cementerio de San Fernando de Sevilla. (EFE/Raúl Caro)
Vista del cementerio de San Fernando de Sevilla. (EFE/Raúl Caro)

Me gusta noviembre. Sus amaneceres tempraneros y sus tardes de corto recorrido. Sus ramitos de violetas cada día nueve. Sus treinta días de perfil discreto. Apostado en el calendario entre el pegajoso octubre y el hipercalórico y farandulero diciembre.

Me gustan los segundos planos.

Confesiones. Siempre confundí el día de Todos los Santos con el de los Difuntos. Quizá porque nunca llevé flores a los que se fueron. No me gusta lo que se marchita.

Foto: Las tentaciones de San Jerónimo. (Valdés Leal) Opinión
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Pero me gusta noviembre.

El mes de los muertos.

Noviembre carga con la misma etiqueta que Valdés Leal, a pesar de que el bueno de Juan no pintó más que dos vanitas, escalofriantes, eso es innegable.

El mes de los muertos que estuvieron vivos.

Todavía me desconcierta pensar que bajo el enlosado de la plaza de la Magdalena en Sevilla descansen los restos de Martínez Montañés, o los de Murillo bajo la plaza de Santa Cruz o los de Velázquez bajo el suelo de Madrid. Anónimos en las entrañas de la ciudad, inmortales a pie de calle.

placeholder Panteón de Joselito el Gallo, obra de Mariano Benlliure. (EFE/Raúl Caro)
Panteón de Joselito el Gallo, obra de Mariano Benlliure. (EFE/Raúl Caro)

No le ocurrió a Joselito el Gallo. Sangre joven en la arena. Bronce y mármol en la vida eterna que le regaló el valenciano Mariano Benlliure en el grupo escultórico del cementerio sevillano de San Fernando, cumbre del arte funerario en España. Algunos metros adelante, un Cristo imponente de bronce señala el lugar donde yace otro virtuoso broncista, un sevillano de la Alameda, Antonio Susillo, el del alma becqueriana y el destino trágico de quien no ha encontrado su sitio en el mundo de los vivos. Un 22 de diciembre reservó una bala como pasaporte al inframundo. Otro 22 de diciembre, dieciséis años atrás, un eclipse total de sol anunciaba la muerte de Gustavo Adolfo en Madrid. El poeta descansa desde 1913 bajo la facultad de Bellas Artes de Sevilla, en el Panteón de Sevillanos Ilustres.

“A batallas de amor, campo de pluma”. Otro poeta colosal yace bajo la bóveda vaída de la Capilla de San Bartolomé de la Mezquita-Catedral de Córdoba. A Luis de Góngora lo retrató un Velázquez veinteañero la primera vez que pisó Madrid y le regaló la eternidad en óleo sobre lienzo.

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Comparte Góngora empadronamiento en el más allá con código postal cordobés, con el Inca Garcilaso de la Vega. “Digno de perpetua memoria, ilustre en sangre, perito en letras, valiente en armas”. Siempre se van los buenos.

Y los malos también.

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En una fosa común del cementerio de San Miguel en Málaga yacen los restos de Alvin Karpis, el enemigo público número uno de la Gran Depresión, allá en los Estados Unidos. Acumuló delitos como para batir el récord de permanencia en Alcatraz, el célebre penal de la bahía de San Francisco. Quiso el destino que Creepy, apodado así por lo siniestro de su sonrisa, terminara sus días en un Torremolinos repleto de bikinis setenteros. Y aquí vino a buscarlo la parca, la única que podía ajustarle las cuentas.

Y es que la señora huesuda nos iguala a todos. En el anonimato de una fosa común y en la gloria marmórea de un sepulcro renacentista.

Doménico Fancelli diseña y ejecuta en Génova el sepulcro de los Reyes Católicos que después trasladaría a la Capilla Real de la Catedral de Granada.

placeholder Vista de la Capilla Real, en la catedral de Granada. (EFE/Miguel Ángel Molina)
Vista de la Capilla Real, en la catedral de Granada. (EFE/Miguel Ángel Molina)

Mármol de Carrara, blanco, pulido, frío de quirófano, para ponerle un vestido a la muerte que la haga menos temible. Junto a Isabel y Fernando, los sepulcros de Juana y Felipe. Hace un mes estuve en el Prado frente al imponente lienzo de Pradilla en el que la reina Juana, con una mirada que no pertenece a este mundo, embarazada de su hija Catalina y con las dos alianzas de boda en su mano izquierda, vela el cuerpo de Felipe en un inhóspito paraje palentino. Es tan grandiosa la obra de Pradilla, que te alcanza la ráfaga de viento que vuela la toca de la reina y amenaza con apagar los grandes velones dispuestos a los lados del féretro del difunto.

Pero no quiero yo dejarles con el repeluco en el cuerpo en este noviembre apenas estrenado y que les he confesado que me gusta.

placeholder Baelo Claudia, en la ensenada de Bolonia. (www.cadizturismo.com)
Baelo Claudia, en la ensenada de Bolonia. (www.cadizturismo.com)

Pueden admirar la maestría de Fancelli en el cenotafio granadino de los Reyes Católicos, o el de Pace Gazini en el majestuoso sepulcro de la nobilísima Catalina de Ribera en el Monasterio de La Cartuja. Visitar las necrópolis de Baelo Claudia, extraordinario lugar donde alquilarse una parcelita para la eternidad, o la de Los Millares, la gran ciudad de la Prehistoria de la península ibérica que nació, según investigadores de la Universidad de Granada, por la necesidad de un grupo de personas de estar cerca de los antepasados que allí encontraron su última morada.

Háganlo en este noviembre de mangas largas por la mañana y chaquetas en el brazo a mediodía, castañeras que consultan la AEMET para ver cuándo llegan los fríos y tardes de café a las cuatro. Háganlo y dispónganse a vivir de forma que el viaje haya merecido la pena.

Me gusta noviembre. Sus amaneceres tempraneros y sus tardes de corto recorrido. Sus ramitos de violetas cada día nueve. Sus treinta días de perfil discreto. Apostado en el calendario entre el pegajoso octubre y el hipercalórico y farandulero diciembre.

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