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La bella desconocida
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María José Caldero

Los lirios de Astarté

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La bella desconocida

Hoy quiero llevarles al interior. Confío en que estas líneas nos permitan cambiar el kit de playa por el de explorador urbano y, así, llegar hasta la plaza de Santa María, en Jaén: una de las catedrales más hermosas del país

Foto: La catedral de Jaén. (Alamy/Diego Grandi)
La catedral de Jaén. (Alamy/Diego Grandi)
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Está el mundo lleno de bellezas aún por descubrir a los ojos del gran público. Ante una realidad que cada vez adquiere más tintes de distopía orwelliana, abogo por iniciar una cruzada para neutralizar tanto espacio gris, tanto aire contaminado, tanto trincherismo social que nos está avinagrando el carácter, y no hay nada más efectivo que hacerlo desde la contemplación de lo bello.

Hoy quiero llevarles al interior. Confío en que cuando lean estas líneas, el termómetro se haya apiadado de nosotros, pobres mortales andaluces, y nos permita cambiar el kit de playa por el de explorador urbano y, así, llegar hasta la plaza de Santa María, en Jaén. Allí empieza el descubrimiento de una de las catedrales más hermosas de nuestro país.

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La catedral de Jaén se yergue poderosa, elegante, bellísima, quebrando la horizontalidad del skyline de la ciudad. Contemplarla es trasladarnos a la época de esplendor de la diócesis de la capital jiennense que podemos acotar entre los siglos XVI y XVIII, pero su configuración final es el resultado de un largo proceso constructivo. Hemos de remontarnos al año 1246. Tras dos intentos fallidos, el 28 de febrero de dicho año, el rey Fernando III consigue rendir Jaén, convirtiéndose en territorio fronterizo con el reino nazarí de Granada, circunstancia esta que va a redundar en el inicio de una etapa de esplendor de ciudades como Úbeda, Baeza y la misma capital jiennense.

Tras la conquista, y como ocurrió en otros lugares, la mezquita aljama fue consagrada al culto católico y, en este caso, dedicada a la Asunción de la Virgen. Esta mezquita reconvertida a la fe católica estuvo en pie hasta 1368, en que el obispo Nicolás de Biedma decide su derribo y el inicio de la construcción de una catedral gótica. Este edificio, de poca firmeza estructural, fue derribado a finales del siglo XV.

placeholder Bóveda de la catedral de Jaén. (Wikimedia Commons/Cristina Jiménez Ledesma)
Bóveda de la catedral de Jaén. (Wikimedia Commons/Cristina Jiménez Ledesma)

Correría la misma suerte la nueva catedral que se levanta a principios del XVI, compartiendo la endeblez y poca firmeza y llevando a los rectores catedralicios a solventar definitivamente el problema estructural, llamando a uno de los jefazos de la arquitectura renacentista en España, un señor natural de Alcaraz, en Ciudad Real, que había echado raíces en Jaén para suerte nuestra. Estoy hablando de, todos en pie, don Andrés de Vandelvira. El genio de la arquitectura renacentista en Andalucía vivía en Úbeda y hubo de mudarse a Jaén. En el contrato firmado con el cabildo catedralicio, se estipula el pago de cuarenta mil maravedíes, veinticuatro fanegas de trigo y otras tantas de cebada.

Firma, bendiciones y Vandelvira se pone a diseñar. Tal es el respeto por el proyecto que realiza el maestro para la catedral, que tras su muerte, los planos originales fueron seguidos de forma fidedigna por su aparejador, Alonso Barba. El diseño de Vandelvira combina de forma absolutamente magistral las formas del Renacimiento clasicista, la elegancia en la medida y la proporción, el uso de las bóvedas vaídas que tanto admiraba de Brunelleschi y la influencia del Renacimiento patrio en las columnas adosadas a los pilares, siguiendo el modelo creado por Siloé.

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La planta de la catedral, de salón rectangular, con cabecera plana, evidencia la influencia gótica alemana y su hallenkirche, algo que podemos contemplar también en la planta de la catedral de Sevilla.

Diecisiete capillas ocupan el perímetro interior del templo, con retablos que albergan tallas como la Virgen de las Angustias del granadino José de Mora, pinturas como el monumental San Fernando del sevillano Juan de Valdés Leal o reliquias como el Santo Rostro, ubicada en la capilla mayor. Varias leyendas giran en torno a la procedencia de la valiosa reliquia, pero los primeros datos veraces que aseguran su presencia en Jaén son del siglo XIV, atribuyéndose a una posible donación del obispo Nicolás de Biedma.

El Santo Rostro, la imagen que quedó impresa en el paño que enjugó el rostro de Cristo en el camino hacia el Gólgota, se convirtió en objeto de veneración del pueblo que solo podía contemplar la sagrada reliquia dos días al año: el Viernes Santo y el día de la Asunción. En una ciudad con alma de campo, el Santo Rostro se asomaba a los balcones de la catedral para bendecir los olivares. Tierra madre andaluza.

placeholder Vista del exterior de la catedral de Jaén. (Wikimedia Commons)
Vista del exterior de la catedral de Jaén. (Wikimedia Commons)

Al exterior, entre dos torres-campanarios, la fachada-retablo barroca, culminada en 1668, que nos lleva, indudablemente, a la influencia de la fachada que proyectó Carlo Maderno para San Pedro del Vaticano. Dejando atrás la etapa renacentista de Vandelvira, el barroco se abre paso en la catedral con el diseño que realiza para la fachada el iliturgitano, o andujareño, Eufrasio López de Rojas. Una fachada con cinco calles y dos niveles, columnas corintias de orden gigante en el primer nivel y pilastras y frontones triangulares en el segundo. La decoración escultórica se debe a la mano de Pedro Roldán, del que en enero estaremos celebrando los cuatrocientos años de su nacimiento. Con anterioridad, había sido el arquitecto Juan de Aranda, el encargado de terminar el crucero y la cúpula, ya con trazas barrocas.

Pero el espíritu clasicista de Vandelvira siguió presente en la evolución arquitectónica del templo y a la hora de construir el Sagrario, de entre todos los proyectos presentados, se elige el de Ventura Rodríguez, arquitecto ilustrado que sigue los postulados clásicos que sirvieron de inspiración a nuestro Andrés. La construcción del Sagrario pondría el broche al proyecto global del primer templo de la ciudad.

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Clásica, con alma renacentista, la catedral de Jaén tendrá una influencia evidente en algunas de las catedrales que se levantaron en el Nuevo Mundo. Plantas de salón, bóvedas vaídas, fachadas-retablos, se repiten en las catedrales de México, Puebla, Lima o Guadalajara. La catedral de Jaén, la que bendice sus campos con un rostro divino, tiene la belleza, callada, sutil, elegante, de quien esconde un tesoro para paladares exquisitos.

Está el mundo lleno de bellezas aún por descubrir a los ojos del gran público. Ante una realidad que cada vez adquiere más tintes de distopía orwelliana, abogo por iniciar una cruzada para neutralizar tanto espacio gris, tanto aire contaminado, tanto trincherismo social que nos está avinagrando el carácter, y no hay nada más efectivo que hacerlo desde la contemplación de lo bello.

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