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El alma del Arenal
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María José Caldero

Los lirios de Astarté

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El alma del Arenal

Cualquier última hora relacionada con las Atarazanas nos pone las orejas tiesas. Lógico, por otro lado, en una ciudad que tiene un museo de bellas artes languideciendo esperando una ampliación que no llega nunca

Foto: Vista parcial del interior de las Reales Atarazanas de Sevilla. (EFE/Julio Muñoz)
Vista parcial del interior de las Reales Atarazanas de Sevilla. (EFE/Julio Muñoz)

"Edificó el señor rey don Alonso el Sabio unas Atarazanas o Arsenal, tan grandioso que si permaneciera en su antigua forma y sirviera del uso para el que fue edificado, fuera uno de los edificios más celebrados de Sevilla (...)", así se lamentaba el poeta y sacerdote utrerano Rodrigo Caro del estado en el que se encontraban las históricas atarazanas de la ciudad de Sevilla a principios del siglo XVII. Aquel lamento perduró durante siglos y encontró eco en las voces de quienes, desde finales de la centuria pasada, hemos visto cómo aquel espacio de arcadas imponentes que se adivinaban tras los cristales rotos en la calle Dos de mayo, seguía durmiendo el sueño de los olvidados.

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Tras disputas entre administraciones, expedientes rechazados, resoluciones, recursos y una pandemia, (solo nos ha faltado la esperada invasión alienígena), por fin en febrero del año pasado comenzaban las obras de rehabilitación del histórico astillero que deberá abrir sus puertas el próximo año convertido en (inserte aquí un redoble de tambor) un gran museo de arte contemporáneo (aplausos). Al menos así lo anunciaba la semana pasada un medio local.

Aquí, cualquier última hora relacionada con las Atarazanas nos pone las orejas tiesas, lógico, por otro lado, en una ciudad que tiene un museo de bellas artes languideciendo esperando una ampliación que no llega nunca, un museo arqueológico cerrado por obras que ya sabemos que no van a cumplir plazos y un Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC) al que, con este nuevo giro de guion, dejarían tiritando. Cierto es que hay una distancia emocional, más que física, entre la isla de la Cartuja, donde se ubica el CAAC, y el resto de la ciudad, como ese vecino de planta con el que casi nunca te cruzas y dudas de que siga viviendo frente a tu puerta, en cualquier caso, algo solucionable adoptando las medidas necesarias para una mejor comunicación e integración.

placeholder Reales Atarazanas de Sevilla. (Wikipedia)
Reales Atarazanas de Sevilla. (Wikipedia)

En cuanto a las Reales Atarazanas, su origen y evolución están tan intrínsecamente ligados a la historia de la ciudad, que cuesta imaginarlas con otra piel que no sea la de la madera de las galeras que salieron de sus naves en el Arenal de Sevilla. Un edificio que debió ser comenzado a construir por Fernando III tras la conquista de la ciudad en 1248 y que concluye su hijo Alfonso X en 1252, para convertirse en un monumental arsenal, mayor en tamaño que el de Venecia, base del poderío marítimo de la Serenissima.

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Como argumenta el profesor Pablo Emilio Pérez-Mallaína, autor de la imprescindible monografía Las Atarazanas de Sevilla (2019), los astilleros sevillanos debieron levantarse para construir una flota de barcos para dominar el estrecho de Gibraltar, defender la Península de la amenaza musulmana y garantizar la navegabilidad segura de las rutas comerciales por el Mediterráneo. Para ello, no había mejores naves que las galeras, ligeras y ágiles para navegar por la costa y con capacidad para transportar hasta doscientos hombres.

Cotizadas y solicitadas, del arsenal sevillano salieron las galeras que combatieron en el canal de la Mancha contra los británicos en la Guerra de los Cien Años. Una intervención que hay que entender como el pago de un favor de Enrique II a Francia por el apoyo recibido en la guerra civil contra su hermanastro y rey Pedro I.

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Pero no solo de mar vive el hombre, también hubo espacio para otros usos, entre ellos, el de prisión, un penal por el que pasaron los cautivos capturados por las galeras en sus incursiones por el norte de África, pero también personajes históricos de renombre como el rey granadino Muhammad VI, el rey bermejo. También tuvo aquí su primera sede la Casa de la Contratación, antes de trasladarse al Alcázar, y algunas naves se destinarían a almacén de la flota de Indias.

En su época de mayor auge, las Atarazanas llegaron a tener en el agua más de 35 galeras, pero la gloria, como viene, se va, y en la segunda mitad del siglo XVI comienza un declive marcado por el fin de la citada Guerra de los Cien Años (ya no se necesitan barcos y el mantenimiento de unas naves inutilizadas tiene un coste muy alto) y por los nuevos viajes transoceánicos, travesías largas y peligrosas para las que las galeras no estaban preparadas.

placeholder Fachada del Hospital de la Caridad. (Wikipedia)
Fachada del Hospital de la Caridad. (Wikipedia)

Hasta nuestros días han llegado siete de las diecisiete naves que conformaban aquel espacio descomunal. La merma de las naves se debe a la reutilización de los espacios para albergar instituciones como la Casa de la Moneda y la Aduana, a finales del XVI.

La epidemia de peste de 1649, que supuso un punto de inflexión en la historia de la ciudad, y el traslado del comercio marítimo a Cádiz, supusieron el último golpe a un lugar que había perdido su alma.

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Pero, a veces, perdiendo también se gana. Y, gracias a la filantropía de un personaje marcado con rotulador fluorescente en nuestra historia local, Miguel de Mañara, ganamos un conjunto artístico que tengo por uno de los más extraordinarios del barroco en España, el Hospital de la Caridad, con su bellísima iglesia de San Jorge, levantados sobre cinco naves del antiguo arsenal. Al pasear por el interior del hospital, asoma el ladrillo de las arcadas góticas, caparazón irreductible al amparo de la caridad hospitalaria.

La inmensidad catedralicia de sus naves aún guarda las voces de los calafates, los buitreros, los remolares, los artesanos de las velas, los carpinteros de ribera y del flirteo de Magallanes con Beatriz Barbosa, hija del teniente de alcaide de las Atarazanas. Con la rehabilitación de las Reales Atarazanas, nos jugamos ocho siglos de historia.

Es hora de recuperar parte de nuestra alma, esa que huele a mar.

"Edificó el señor rey don Alonso el Sabio unas Atarazanas o Arsenal, tan grandioso que si permaneciera en su antigua forma y sirviera del uso para el que fue edificado, fuera uno de los edificios más celebrados de Sevilla (...)", así se lamentaba el poeta y sacerdote utrerano Rodrigo Caro del estado en el que se encontraban las históricas atarazanas de la ciudad de Sevilla a principios del siglo XVII. Aquel lamento perduró durante siglos y encontró eco en las voces de quienes, desde finales de la centuria pasada, hemos visto cómo aquel espacio de arcadas imponentes que se adivinaban tras los cristales rotos en la calle Dos de mayo, seguía durmiendo el sueño de los olvidados.

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