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La decadencia de un Gobierno y cómo arrastrar a un país en su caída
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Nacho Cardero

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La decadencia de un Gobierno y cómo arrastrar a un país en su caída

Cuando uno se encuentra en ciclo decadente y comprueba que hasta los suyos empiezan a negarle el saludo, suele tender a tomar medidas desesperadas y ocupar espacios de poder que le son ajenos para tratar de blindarse en el cargo

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante una sesión de control al Gobierno. (Europa Press/Gustavo Valiente)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante una sesión de control al Gobierno. (Europa Press/Gustavo Valiente)
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La ausencia de Miguel Barroso ha dejado una sensación de orfandad en el Gobierno. Ha quedado demostrado que el que fuera secretario de Estado de comunicación con Zapatero, directivo de Prisa y visitador de la Moncloa en la era Sánchez, manejaba los resortes del poder como un suizo haciendo relojes. Siempre en segundo plano, sabía dónde atornillar, qué tecla pulsar en cada momento. "Miguel era una roca, el acantilado que frenaba la embestida de todas las olas", escribía Javier de Paz a modo de obituario. Desde su fallecimiento, la máquina de fabricar relatos de la Moncloa parece haber gripado.

Del manual de resistencia hemos pasado al patio de monipodio, a una ley de amnistía que nadie se cree y que no ha servido para lo que fue diseñada, a unos presupuestos que decaen sin siquiera haberse presentado, a un Puigdemont que amenaza con atravesar triunfante la frontera francesa, a la foto del narco, a los novios.

Las risas nerviosas en el hemiciclo resultan sintomáticas de esta nueva etapa, estertores de un fin de ciclo. El aroma a descomposición, como de casa sin orear, se extiende por doquier. Los entornos del presidente se resienten. A su otrora Rasputín, Iván Redondo, lo lanzaron por la borda; a José Luis Ábalos, fiel escudero de Sánchez, artífice de su victoria en las primarias y de los pocos que le acompañaron cuando fue repudiado por Ferraz, lo señalan por el caso Koldo, que también es el caso Air Europa, que es, en definitiva, el caso de esa smart people que se acercó a los socialistas tras su llegada al poder.

Al secretario general de Puertos del Estado, Álvaro Sánchez Manzanares, aka Alvarito, subalterno de la terna compuesta por Sánchez, Hernando y López, lo han cesado como secretario general de Puertos del Estado por su presunta implicación en los pelotazos pandémicos; a Juan Manuel Serrano, amiguísimo y hasta fecha reciente número uno de Correos, lo acaban de recolocar al frente de las radiales, dependiente de Fomento, y a Begoña Gómez, en el centro de la diana, le han pedido explicaciones por sus reuniones con el comisionista Aldama y su amistad con Hidalgo, CEO de la rescatada Globalia.

Foto: Begoña Gómez, mujer del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Zipi)

No se trata de casos aislados que puedan salpicar bien al Gobierno, bien a Ferraz. Se trata del inner circle del presidente, de sus más estrechos colaboradores. Se trata del presidente mismo. De ahí los nervios, las risas, los relatos apresurados, esa sensación de game over.

Con semejante descripción, uno pudiera pensar en una legislatura breve. Nada más lejos de la realidad. Los diferentes actores que sustentan a Pedro Sánchez conforman un club simbiótico en el que se necesitan unos de otros para su mutua supervivencia. Si cae uno, caen todos, así que no caerá nadie.

Foto: Zapatero y Sánchez. (Europa Press)

Muchos se han apresurado, como en anteriores ocasiones, a redactar su necrológica. Pero Sánchez está muy vivo. Otra cosa es la legislatura. Con el ciclo electoral en ciernes, una ley de amnistía a la que le espera un largo desfile en los tribunales y unos casos de corrupción que se prolongarán sine die, la acción de gobierno o la posibilidad de aprobar ciertas reformas resulta mera quimera. Si los norteamericanos tienen a su pato cojo, el pato español está directamente mutilado. La legislatura se pudre.

Cuando uno se encuentra en ciclo decadente y comprueba que hasta los suyos empiezan a negarle el saludo, suele tender a tomar medidas desesperadas y ocupar espacios de poder que le son ajenos para tratar de blindarse en el cargo. Por este motivo, la decisión de Pedro Sánchez de renunciar a presentar un proyecto de presupuestos del Estado, acaso el cañón Bertha con el que conformar una sociedad clientelar business friendly, supone un serio contratiempo para los planes del laboratorio monclovita.

Los no-presupuestos complican notablemente la capacidad de gasto del Ejecutivo y las posibilidades de ampliar su campo de influencia. Nos referimos a la adquisición por parte del Estado del 10% de Telefónica. Una operación que, al precio de mercado actual, rondaría los 2.200 millones.

Foto: Josep María Cervera y Pilar Vallugera, portavoces de Junts y ERC en la comisión de Justicia, durante la sesión de este jueves. (EFE/Fernando Alvarado)

Nos referimos también a la condonación de deuda a las CCAA, a la ejecución de 10.000 millones en fondos europeos, cantidad pendiente para el presente ejercicio, y a esa nueva entidad pública denominada SETT (Sociedad Española para la Transformación Tecnológica), que estaría bajo el paraguas de Escrivá y pretende mover 20.000 millones.

Grandes proyectos empantanados en ese pandemónium en el que se ha convertido la política española. Sin presupuestos, las iniciativas deberán abordarse por la puerta de atrás, tirando de decretos leyes y tratando de aunar las voluntades de Sumar, ERC, Junts y Bildu, entre otros. Toda una lotería.

Apenas unos días antes de saberse el adelanto de Cataluña, un informe bancario alertaba de cómo la difícil gobernabilidad en España generaba incertidumbre acerca de las políticas públicas que pueda implementar el Ejecutivo en los próximos años. "Si se produce un bloqueo político", decía, "la ejecución y desembolso de nuevos fondos Next Generation podría verse afectada. Una situación que podría paralizar los proyectos". Dicho y hecho.

Foto: Nadia Calviño en una imagen de archivo. (EFE/Javier Lizón)

Es el caso de la industria de Defensa. Los presupuestos debían servir para canalizar los compromisos internacionales adquiridos por España, esto es, que el gasto en Defensa alcance el 2% del PIB. Un objetivo ambicioso, pero necesario habida cuenta de la nueva guerra fría a la que se dirige el mundo, con un Putin que se perpetúa en el poder, una Europa que clama por autonomía estratégica, el frágil flanco de Oriente Próximo y un Trump que anima a Rusia a atacar a los aliados de la OTAN que paguen poco.

En este escenario, las herramientas de prospectiva que manejaba la industria elevaban hasta el 50% la probabilidad de que el gasto en Defensa en España se disparara y alcanzara el 3% del PIB, por encima de lo esperado. Dejaban un 40% al cumplimiento de las previsiones oficiales (2% del PIB) y tan solo un 10% a la inobservancia de lo pactado, "lo que sacaría a España del juego europeo", comentaba un alto ejecutivo.

Pues bien, al final parece que va a ganar ese 10%. El cainismo de la clase política es capaz de doblar la cerviz al algoritmo y llevarse por delante a este país en su caída.

La ausencia de Miguel Barroso ha dejado una sensación de orfandad en el Gobierno. Ha quedado demostrado que el que fuera secretario de Estado de comunicación con Zapatero, directivo de Prisa y visitador de la Moncloa en la era Sánchez, manejaba los resortes del poder como un suizo haciendo relojes. Siempre en segundo plano, sabía dónde atornillar, qué tecla pulsar en cada momento. "Miguel era una roca, el acantilado que frenaba la embestida de todas las olas", escribía Javier de Paz a modo de obituario. Desde su fallecimiento, la máquina de fabricar relatos de la Moncloa parece haber gripado.

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