Crónicas desde el frente viral
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China ha sido derrotada por el covid
No han puesto la vida por delante de la economía, no han sido más eficientes científicamente y el daño económico que han provocado va a ser de mayor alcance que en Occidente
Se hace difícil permanecer indiferente ante la evolución de los casos de covid en China. Tenemos el trauma a flor de piel todavía. Y no son pocas las dudas razonables, la falta de transparencia de aquel Gobierno es de todo menos tranquilizadora.
No disponemos de datos fiables. Pero algunas cosas sí que las sabemos. Sabemos que las cosas están en este punto porque allí surgió una fuerte contestación social durante el pasado mes de noviembre.
La erupción de malestar fue sorprendente y al mismo tiempo lógica. Los años de férrea política de covid cero, de controles y confinamientos estrictos terminaron de hacer mella en la población. Y cuando aquello emergió, todos los occidentales nos equivocamos.
Pensamos que el malestar se sofocaría con la represión. Y había motivos para creerlo, la respuesta a los movimientos de Hong Kong había sido muy dura. Además, la pandemia aumentó los niveles de vigilancia, la caja de herramientas de control social está hoy más llena. Nada parecía indicar que las cosas podrían tomar un rumbo diferente al esperado. Y, sin embargo, sucedió.
Hubo giro de los acontecimientos, una enmienda a la totalidad de la política sanitaria que hasta entonces se había llevado a cabo. Súbitamente, a principios de diciembre, comenzaron a desmantelarse todos los elementos de la política covid cero. Los testeos masivos, las cuarentenas, también los confinamientos draconianos. Beijing terminó 2022 anunciando la próxima retirada de los controles al transporte internacional.
El castillo de naipes quedó demolido desde dentro en unas pocas semanas. Y la pregunta es… ¿Por qué?
La respuesta sanitaria no parece bastar para desvelarlo. La evidencia era clara: con la baja eficacia de la vacuna china —única disponible en aquel país—, con la baja tasa de vacunación nacional y con la llegada del invierno, solo podría ocurrir lo que ha ocurrido. La ola de contagios y muertes era automática si se tomaba la decisión.
Las imágenes de los hospitales desbordados y las morgues colapsadas son tan trágicas como el silencio del Gobierno chino. No hay datos. Pero se estima que solo en los primeros 20 días de diciembre fueron contagiados 250 millones de personas en aquel país.
Nunca, nadie podrá decir que las autocracias son más eficaces para afrontar las crisis sanitarias.
Nunca, nadie podrá erosionar la legitimidad moral y material de las democracias recurriendo a la sanidad.
El virus ha derrotado a China porque ha quebrado la base entera de su argumento: no han puesto la vida por delante de la economía, no han sido más eficientes científicamente y el daño económico que han provocado va a ser de mayor alcance que en Occidente.
Añadamos a lo anterior dos crisis mundiales de confianza en Beijing. La primera respecto al origen del virus, donde el Gobierno chino no ha podido ser más opaco. Y la segunda, sobre el nuevo riesgo que está surgiendo: la eventualidad de que pueda estar surgiendo allí una variante distinta más peligrosa que las anteriores.
Señalar que podría discutirse la figura del líder supremo, Xi Jinping —con su mandato recientemente renovado—, sería una absurda temeridad. Sin embargo, cabe apuntar que existe una diferencia entre la potestas y la auctoritas.
El máximo mandatario tiene todo el poder, todos los resortes de la dominación y ninguna oposición. Y, al mismo tiempo, podría estar sufriendo una crisis de credibilidad entre su propia población.
Durante estas últimas semanas, el régimen se está empleando a fondo para evitarlo. Se han televisado nuevas maniobras militares alrededor de Taiwán, también un encuentro con Putin para reforzar la cooperación. El discurso de fin de año ha sido milimétricamente diseñado para emitir sensaciones positivas. Pero hay más enfermos que camas en los hospitales y más muertos que tumbas disponibles. Y eso es algo que ninguna propaganda, por muy potente que sea, puede tapar.
Queda además la segunda retroalimentación vírica. El próximo cambio de año lunar conlleva un aumento en la circulación de personas y, como consecuencia, mayor expansión del virus. Será imposible que la economía china no sufra todavía más.
Y no lleva poco sufrimiento acumulado. Los tres años de estrategia covid cero ralentizaron su crecimiento. Pero el pasado mes golpeó al tejido productivo entero. Desde febrero de 2020, la actividad de los sectores de industria y de servicios no había caído tanto como lo hizo en diciembre de 2022.
Notaremos en todo el mundo —debemos estar notándolo ya— el impacto de esta ola china de contagios. Las cadenas globales de distribución se resentirán y ya veremos qué consecuencias tiene esto en nuestros precios. Por lo pronto, el consenso general apunta a que faltan muchas semanas para que la normalidad en China pueda recuperarse.
Los más optimistas apuntan a mediados de febrero. Las tesis de los más pesimistas alcanzan un grado de pesadilla que bien puedo ahorrar a nuestro lector.
En cualquier caso, no parece muy aventurado sostener que los dirigentes de las empresas con plantas industriales en aquel país partidarios de una mayor diversificación irán a más y no a menos tras este capítulo de la pandemia que se podía haber evitado.
Aquí es donde puede verse aquello con nuestra mirada eurocéntrica. Claro, nos resulta natural argumentar que la apertura de la economía termina siendo inevitable. Nos parece tan natural como plantearnos cuándo nos vacunaremos contra el bicho por cuarta vez. La cuestión es que allí no tienen nuestras vacunas —que son las que funcionan— y eso altera por completo el análisis de la situación.
El Gobierno chino corrió para vender a sus ciudadanos y al planeta entero una superioridad científica que se ha demostrado falsa. Y por una soberbia injustificable no permite la entrada de las vacunas occidentales en su país. Y el precio de ese pecado se mide en muertes.
Permiten, eso sí, un antiviral de Pfizer que, desgraciadamente, no se distribuye equitativamente. Se sabe que las élites del partido están haciendo acopio de ese medicamento para distribuirlo entre sus círculos mientras perjudica a la población.
Ese escándalo nos cierra la conclusión. El covid ha derrotado a China. Lo ha hecho en lo sanitario, en lo económico, en lo internacional, también en la credibilidad del Gobierno y, sobre todo, en lo moral. No me alegro. Pero no hay matices para la derrota, es completa.
Se hace difícil permanecer indiferente ante la evolución de los casos de covid en China. Tenemos el trauma a flor de piel todavía. Y no son pocas las dudas razonables, la falta de transparencia de aquel Gobierno es de todo menos tranquilizadora.
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