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Pornopolítica, la legislatura que llega (y el antídoto)
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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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Pornopolítica, la legislatura que llega (y el antídoto)

Conviene ir ensanchando los umbrales de tolerancia del espectador. Poco a poco, después de la amnistía, vendrá la consulta

Foto: Fachada del Congreso de los Diputados. (EFE/Fernando Alvarado)
Fachada del Congreso de los Diputados. (EFE/Fernando Alvarado)
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Hay que prepararse. Si no hay sorpresa, la sociedad española se adentrará a mediados de octubre en una vida pública dominada por la obscenidad ética y estética. España está entrando en una sala X que tendrá consecuencias tangibles y que reconfigurará la forma en que los españoles concebimos la convivencia. Se nos va a pornoficar la democracia.

La pornografía es un negocio en el que se representa el sexo sin sexualidad, sin narrativa, sin emoción, sin placer compartido, sin significado, ni propósito, ni objetivo. Una inversión en la soledad humana.

Foto: Sede del Tribunal Constitucional en Madrid. (Europa Press/Eduardo Parra)

Y la pornopolítica que llega será un negocio en el que se representará el politiqueo sin política, sin proyecto, sin diálogo, sin voluntad de acuerdo, sin principios, sin progreso, ni verdad. Una inversión en la división social.

El resultado de las pasadas elecciones generales ha acelerado el proceso de instalación del único estilo y los únicos contenidos que podrían sostener al poder político.

Sin tabú, sin razón y sin motivo sentimental al que agarrarse, el poder ya solo puede mantenerse en modo impúdico y en eso estamos. Estamos experimentando la suspensión de la realidad y su distorsión.

¿Quién necesita convencer a la población de la bondad de someter el gobierno al separatismo cuando puede callar y distraer al público?

Lo real se suspende aplicando el silencio respecto a la negociación. La información transparente y el debate político se hurtan a la opinión pública. Y la pantalla se inunda con una sucesión de escenas de alto voltaje sensorial que concentran la atención y desactivan la razón.

Imposible mirar hacia otro sitio: Rubiales, Sancho, la DANA, el repugnante chat de los chavales y lo que vendrá. Todo a todo volumen, para que la conversación ciudadana no pueda centrarse en lo sustancial —la conformación de un proceso destituyente que se podría y se debería evitar—.

¿Quién necesita convencer a la población de la bondad de someter el gobierno al separatismo cuando puede callar y distraer al público hasta que los hechos sean del todo consumados y vendidos por el oficialismo como conquistas históricas que todo lo desinflaman? El dominio del paisaje mediático sirve para eso, para que lo descarnado evite el debate.

Foto: Carles Puigdemont y Yolanda Díaz. (EFE/Olivier Matthys) Opinión

A su vez, lo real se distorsiona cuando el poder se atribuye la distribución y la redefinición de los roles, fetiches y rituales. Con esas herramientas los pornógrafos nos separan de la vida y construyen, moldean, nuestra imaginación por nosotros.

Roles. Los herederos del terrorismo son presentados como responsables progresistas. Los golpistas se nos muestran disfrazados de víctimas interesadas en el bienestar común.

Rituales. La visita de Yolanda Díaz a Puigdemont se cuenta a la parte conservadora de la audiencia como poco más que una visita entre dirigentes de partidos, mientras se emite hacia el resto como una ceremonia que anticipa lo que llegará.

Fetiches. Los objetos más insospechados pueden adquirir propiedades eróticas. Un pinganillo, por ejemplo, puede ocupar el primer plano y condicionar la conformación de la mesa del congreso. Suspensión y distorsión de la realidad, como si no hubiese ninguna cuestión más urgente en el país que poder enfrentarnos en más lenguas.

Foto: El rector de la Universidad de La Rioja anuncia la apertura de un expediente a los alumnos. (EFE/Raquel Manzanares)

Es un ejemplo perfectamente acabado para el constante moldeado de pequeñas expectativas que define a la pornografía. Expectativas que nunca llegan a concretarse porque detrás siempre vienen más. Así es como la industria sustituye el placer del deseo por la necesidad de nuevos estímulos.

En la pornopolítica eso también es determinante. Se especula con la gradación de los estímulos para generar adicción y restringir la libertad, tal y como hemos podido comprobar esta misma semana

Foto: Carles Puigdemont y Yolanda Díaz. (EFE/Olivier Matthys) Opinión

Vimos a Puigdemont presentar sus exigencias en un ejercicio de soberbio sadismo. Y, con los mimos ojos, después de la sesión de dominación, pudimos ver al gobierno sonriendo a cámara y diciendo que no había sido gran cosa. Tienen que educar al público porque lo que vendrá después solo podrá ser mayor. Conviene ir ensanchando los umbrales de tolerancia del espectador. Poco a poco, después de la amnistía, vendrá la consulta.

¿Quién necesita blanquear a Puigdemont o a Otegi cuando puede demonizar a todos los demás? La atribución de roles, fetiches y rituales tiene su envés y su revés.

El poder, en una práctica más cercana al autoritarismo que a la democracia, decide arbitrariamente qué sujeto político puede convertirse en objeto de su violencia para ser deshumanizado. Y esa decisión se aplica en dos ámbitos.

Es evidente que el poder político pornográfico se guarda la violencia para volcarla únicamente en quien puede ser su alternativa de poder

Primero, en el sistema de partidos, donde la aplicación de la demonización no responde a la ideología porque el PNV o Junts son partidos de raigambre conservadora. Y tampoco valorando el nivel de extremismo que cada uno representa: Vox es un partido muy conservador que juguetea despreciablemente con el machismo y con la xenofobia, pero que también está objetivamente lejos del vomitivo supremacismo que caracteriza a los de Puigdemont.

Es evidente que el poder político pornográfico se guarda la violencia para volcarla únicamente en quien puede ser su alternativa de poder, al mismo tiempo en que transige gustosamente con cualquier tipo de degradación y humillación dictada desde quien manda en la relación de dependencia.

El segundo espacio de la violencia pornopolítica es el institucional, con especial énfasis en los mecanismos de control y separación de poderes, así como en las organizaciones públicas que pueden ser colonizadas. La pasada legislatura marcó el principio de estas prácticas, la próxima lo completará aprovechando precisamente el aumento de los umbrales de tolerancia de los españoles ante la obscenidad que no cesa.

Hay algo risible en el poder que quiere ser representado como grandioso y solo puede ejercer una política vulgar

La pornografía viola mediante la obscenidad los cánones de la cultura y de la convivencia con el objetivo de excitar al público y la voluntad de hacer negocio. ¿Qué es obsceno en democracia? ¿Qué es lo que debe permanecer fuera del escenario, del espacio de lo público? La mentira, el sometimiento del interés general a los intereses parciales, la deshumanización del distinto, la violación de las instituciones y de los usos democráticos, la polarización, el desentendimiento de la necesidad de entendimiento…

Todo eso, pero no solo, también puede reconocerse a través del tono, del acabado. La vulgaridad se erotiza, se convierte en un bien de consumo atractivo, incluso se glorifica. Se ofrece como una referencia socialmente válida para el comportamiento social. También eso nos está pasando.

Y justamente en ese aspecto es donde el poder pornográfico tiene su punto más débil. Hay algo tremendamente risible en el poder que quiere ser representado como grandioso y solo puede ejercer una política vulgar para aparentar que sigue mandando. El humor también es el antídoto a la pornopolítica. Y yo me voy a reír mucho.

Hay que prepararse. Si no hay sorpresa, la sociedad española se adentrará a mediados de octubre en una vida pública dominada por la obscenidad ética y estética. España está entrando en una sala X que tendrá consecuencias tangibles y que reconfigurará la forma en que los españoles concebimos la convivencia. Se nos va a pornoficar la democracia.

Pedro Sánchez
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