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(Lady) Macbeth: corrupción y amnistía
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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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(Lady) Macbeth: corrupción y amnistía

Nos encontramos ante una ambición que, además de la traición y la mentira, necesita generar un ambiente moralmente corrupto para instalarse y expandirse

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Congreso. (EP/Pérez Meca)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Congreso. (EP/Pérez Meca)
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Si Shakespeare escribiese hoy la obra que mejor alumbra los pliegues mentales de los adictos al poder, Macbeth ni aparecería. Él es poco sofisticado, la parte débil de la pareja, poco más que un títere. Ella, sin embargo, nos resulta mucho más compleja e interesante.

Sin él puede narrarse la historia de una ambición desenfrenada. Sin ella no puede contarse la corrupción moral, la manipulación y la obsesión por el control que acaban tejiendo los hechos y las consecuencias. La devastación.

El motor de la acción está siempre en Lady Macbeth. Es desmedida y no duda, posee la astucia persuasiva, impulsa la traición, huye hacia delante sin pausa hasta que revienta. Él muere dramáticamente a manos de los enemigos. Pero la tragedia es para ella en su descenso vertiginoso hacia la locura.

En ese estado de enajenación, cada vez menos transitoria, está adentrándose este Gobierno. Y todo parece indicar que queda por delante lo peor, sobre todo si no toma medidas serias pronto. Aunque quizá no sea tarde ya y este sea uno de esos finales marcados por el principio de aceleración de los acontecimientos.

Como en Macbeth esta legislatura lleva impresa la traición desde el origen. Ni se discute

Esta es la historia de una ambición hueca y desenfrenada en la que todo se explica desde la pulsión para alcanzar y preservar el poder a cualquier precio. Una sed que desprecia cualquier consideración ética. Fue así desde el principio y no hay motivo para que el público se sorprenda estando como estamos ya en el tercer acto.

Como en Macbeth esta legislatura lleva impresa la traición desde el origen. Ni se discute. Y claro que hay traición al electorado: se negó que habría amnistía porque el rechazo electoral es mayoritario. Y claro que es inconstitucional: si no lo fuese, no tendría el sanchismo motivo para asediar a los tribunales. Y claro que nos están mintiendo impúdicamente: sin manipulación no hay anestesia a la conciencia social.

Sin embargo, todo eso, no basta para llevarnos al punto en el que estamos. Ya dejamos atrás el instante en el que Lady Macbeth pronunció: "Hemos avanzado tanto por el lago de la sangre, que ya es más fácil avanzar que retroceder".

Hemos avanzado tanto por el lago de la sangre, que ya es más fácil avanzar que retroceder

Nos encontramos ante una ambición que además de la traición y la mentira, necesita generar un ambiente moralmente corrupto para instalarse y expandirse. Nos referimos a una forma muy concreta de ejercer el poder, también desde el origen, en realidad desde las primarias, desde la urna del pucherazo que se quiso perpetrar en el Comité Federal del PSOE. Eso, y no la política, es el sanchismo: una forma corrupta de ejercer el poder, como en Macbeth.

Borrar los significados de las palabras, prometer que nunca se hará lo que se está preparando, y vender como deseable la impunidad de los indeseables, no es un juego retórico, es un espejo de la corrupción adyacente.

¿Qué distinción de carácter ético puede trazarse entre violar la verdad y violentar a las instituciones públicas colonizándolas de amiguetes? ¿Para qué hacen falta los amiguetes?

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters/Ueslei Marcelino)

¿Qué diferencia de cariz moral puede establecerse entre conceder barra libre a los delitos de los nacionalistas y ocultar los presuntos delitos de los sospechosos socialistas bajo el manto de la victimización, la minimización y la agresión a quienes informan? ¿Para qué hace falta la impunidad?

No hay indicador más preciso para medir la corrupción de un gobierno que el grado de impunidad que concede a su propio entorno.

Cuando la evidencia de la podredumbre emerge, el poder político puede terminar perdiendo el volante, como está pasando ahora, pero no dejarse llevar por el remordimiento.

El poder político puede terminar perdiendo el volante, como está pasando ahora, pero no dejarse llevar por el remordimiento

Sin embargo, el miedo existe, y llega, y no se va. Y esa sí que es la clave más brillante que laten en esta obra de Shakespeare: el miedo corrompe y enloquece a partes iguales.

En Lady Macbeth, como en Sánchez, no hay arrepentimiento, pero sí miedo. Un miedo que hace temblar a la razón. A pesar de la ilusión de omnipotencia, de los intentos de reprimir el pánico, la realidad de las consecuencias va haciéndose con el escenario. Hay retraimiento, aislamiento, antes de que las alucinaciones ocupen el primer plano verbal y factual.

Ella ve manchas de sangre en sus manos que intenta lavar y lavar, pero no puede borrar porque tiene ante sí el rastro indeleble de sus propias acciones.

Esta semana nos ha ofrecido el retrato de un gobierno consumido por sus demonios

Con el pasar de las páginas, la mente se convierte en un enjambre de pensamientos obsesivos y pesadillas paranoicas. La obra, con una crudeza tremenda, nos sitúa frente a una persona que va desgajándose de toda cordura y racionalidad. Y ahí habita el instante en que sus palabras empiezan a dejar de importar, porque sabemos que, en el fondo, ya no está.

Esta semana nos ha ofrecido el retrato vívido y desgarrador de un gobierno consumido por sus propios demonios. No son pocos. Vienen con fuerza desde dos sitios porque son dos los entornos podridos que amenazan con convertir al poder político en víctima de sí mismo.

Primero, el entorno parlamentario que domina al palacio a ojos de todo el público. Impone las condiciones, es inflexible hasta conseguirlas sin negociar ni un mínimo detalle, y concluye cada episodio de dominación con un anuncio de nueva humillación. No, no son cambios de opinión, son incrementos de masoquismo y degradación en el guion que escribe Puigdemont.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Javier Martín)

Tiene además ahora la ocasión de cobrarse la cabeza de Salvador Illa antes de las urnas catalanas. El de Waterloo trasladará la guillotina que tiene puesta en el Congreso hasta las puertas de la sede del PSC antes de que impriman su cartel electoral. Bajará la cuchilla y nadie protestará, aunque todos nos dijeron que bien valía la pena sacrificarlo todo a cambio de una victoria socialista en Cataluña. Por la ruta de la amnistía estamos pasando de la desinflamación a la decapitación.

Y segundo, segundo foco de los demonios propios, el entorno inmediato. Los ministros, los números dos, la trama entera saliendo en racimo.

Frente a la actualidad, como un instinto, el rechazo de la responsabilidad y el distanciamiento público mientras la intimidación privada. Habrá más. Luego la obsesión por la limpieza y la pureza. A continuación, la volatilidad en el comportamiento. Los errores de cálculo. Después, la pérdida de control sobre las propias acciones. Y más tarde la desesperanza y con ella la desintegración de la personalidad.

Sánchez puede acabar como Macbeth, derrotado por los adversarios, o finalizar como Lady Macbeth, destruido por su propia pulsión. Ya veremos si el telón cae con estruendo de drama o de tragedia. Lo seguro es que aquí no hay espacio para la comedia. Nunca lo hubo.

Si Shakespeare escribiese hoy la obra que mejor alumbra los pliegues mentales de los adictos al poder, Macbeth ni aparecería. Él es poco sofisticado, la parte débil de la pareja, poco más que un títere. Ella, sin embargo, nos resulta mucho más compleja e interesante.

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