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Crónicas desde el frente viral
Por
Bomba de tiempo: el fiscal general del Estado y más allá
El fiscal general del Estado puede terminar siendo una pieza más en el efecto dominó, no la última
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La secuencia es tremenda, no deja ni parpadear. Al principio de La vida de los otros, el protagonista explica a los futuros agentes de la Stasi cuál es la clave principal de los interrogatorios, cuenta la diferencia de comportamiento entre quienes son inocentes y quienes son culpables. Es el tiempo, dice, quien se encarga de hacer que la verdad emerja. Una cuestión de paciencia.
Llevo meses dándole vueltas y vueltas a esa distinción. No logro desembarazarme de ella a medida que van avanzando los casos de presunta corrupción que afectan al entorno del presidente del Gobierno. No consigo evitar la sensación de que los distintos actores no se están comportando como se comportan las personas inocentes.
Y llevo una semana pasada con la impresión agudizada. No he conseguido deshacerme del mal sabor que me dejó la declaración en el juzgado de Badajoz de David Sánchez, el hermano de Pedro.
Naturalmente, puedo equivocarme, pero, bajo el asombroso aire de descaro que percibí en sus palabras, aprecié una autoconfianza exagerada que me pareció sintomática. Ya la había detectado antes, al menos en otras dos ocasiones. ¿Dónde? En el comportamiento de Ábalos y en la conducta de Begoña Gómez.
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Reconozco que siempre he sentido repulsión ante el aliento de quienes se consideran impunes y que, al mismo tiempo, me resulta fascinante porque ahí se oculta alguna de las más oscuras raíces de la condición humana.
Creo que la fantasía de omnipotencia que intuyo en la esposa, el hermano y la mano derecha podría responder a una combinación de deseo de aparentar lo que no se es y de ignorancia desacomplejada.
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Me pregunto si podríamos estar ante personas que creen entender el funcionamiento del Estado de derecho y no comprenden que los hechos tienen consecuencias, si la mezcla de impudicia y falta de conocimiento podría explicar la ausencia de precauciones que, en mi opinión, se les transparenta.
El caso del fiscal general del Estado, sin embargo, me parece de cariz completamente distinto. En realidad, desde el origen, porque estamos ante alguien que, por su propia formación, es inevitablemente consciente de que hay cosas que legalmente no pueden hacerse en ningún caso.
Confieso que, salvo la sumisión personal, no consigo encontrar una explicación a su presunto concurso en una operación diseñada contra una adversaria política del Gobierno aireando información privada de su pareja. El fiscal general del Estado, mejor que nadie, debería saber que no es un funcionario al servicio exclusivo del presidente del Gobierno.
Y él, también mejor que nadie, tendría que haber sabido que la maniobra estaba llena de riesgos, que por la posible jugada de contrarrestar los problemas de Begoña Gómez corría el peligro de adentrarse en un campo de minas sin obtener beneficio alguno.
Seguramente, el funcionamiento de sus resortes mentales durante aquellos días seguirá siendo un misterio incluso para él.
Probablemente, ya habrá hecho el cálculo de costes y quizá necesite tiempo para digerir la amarga verdad de que ninguna recompensa servirá para contrapesar el descrédito social y el repudio de todo el sector. Nada compensa al deshonor.
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Mientras tanto, lo único que puedo opinar mientras los acontecimientos avanzan es que Álvaro García Ortiz también parece tener comportamientos no muy propios de personas inocentes.
A lo mejor es un problema mío, no lo descarto. Pero no conozco a una sola persona que borre los mensajes de su móvil teniendo la conciencia tranquila, ni cambiando de teléfono de golpe. Ese tipo de acciones las asocio más a traficantes en el cine que a personas ejemplares.
El protagonista de La vida de los otros nos cuenta que las personas inocentes sufren variaciones emocionales al verse investigadas y que los demás actúan de manera automática. No se alteran.
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En España, veo a quienes conocen las reglas y se saben pillados utilizando mecánicamente sus conocimientos para poner obstáculos a la investigación y a quienes no comprenden el funcionamiento del derecho proyectando reiteradamente una autoconfianza desmedida que podría volverse en su contra. Ahí reside, para mí, lo esencial: la tensión entre la duda razonable frente a la inocencia.
Sucede que encima desde ayer se nos amplió el campo de batalla, que el fiscal general del Estado puede terminar siendo una pieza más en el efecto dominó, no la última.
La posición de Álvaro García Ortiz es insostenible porque ha sido citado como investigado por el Tribunal Supremo por un presunto delito tan grave como la revelación de secretos, porque según el juez instructor podría haber utilizado su posición de superioridad jerárquica en los pasos que llevaron a la filtración con una clara finalidad política, porque según la UCO tuvo un papel protagonista y directo y porque hay evidencias documentadas de acciones sospechosas.
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Pero, además de todo eso, hay más. El auto del juez menciona explícitamente a la “Presidencia del Gobierno” como un actor clave en la filtración de información contra la pareja de Isabel Díaz Ayuso. Esto es, al entorno inmediato del presidente. Esa mención desborda el ámbito de la suposición y acciona una bomba de tiempo cuyo tic-tac resuena ahora en Moncloa.
Queda por ver cómo se desarrolla el caso y qué solidez tendrán las pruebas que lleguen durante la investigación. Pero ya puede verse activado otro camino de potenciales consecuencias judiciales avanzando hacia el círculo cercano de Sánchez. Pronostico que llegará más de una citación como testigo y después, probablemente, como investigado.
Creo que desde palacio nos seguirá llegando la misma imagen de autoconfianza exagerada. Pienso que seguirán girando los engranajes de las estrategias basadas en la apelación al victimismo, las teorías de la conspiración, las tentativas de retrasar los procedimientos, el uso intensivo de la propaganda, y los intentos de uso alternativo del derecho. Y también intuyo que debajo de toda esa mecánica está el miedo. Casi puedo olerlo.
Es el tiempo quien se encarga de hacer que la verdad emerja. La Justicia funciona con un reloj distinto, casi siempre nos parece lento, pero nunca se detiene. Una cuestión de paciencia. La paciencia siempre ha sido la reina de las virtudes.
La secuencia es tremenda, no deja ni parpadear. Al principio de La vida de los otros, el protagonista explica a los futuros agentes de la Stasi cuál es la clave principal de los interrogatorios, cuenta la diferencia de comportamiento entre quienes son inocentes y quienes son culpables. Es el tiempo, dice, quien se encarga de hacer que la verdad emerja. Una cuestión de paciencia.