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Cronicavirus
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No hagas planes en otros seis meses
Desde el principio de la pandemia, subestimaron nuestra capacidad para encajar malas noticias, pero sobrevaloraron nuestra paciencia para los eufemismos. Es un toque de queda
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Al escucharle decir al presidente del Gobierno que la situación por el covid-19 “es extrema” y que, para hacer frente a la segunda ola de la pandemia, España necesita confinamiento nocturno y un estado de alarma durante seis meses para dar cobertura jurídica a las restricciones, pensé que el Gobierno por fin nos empezaba a tratar como personas adultas. Nada de paños calientes. Llevamos semanas oyendo que los datos no son todo lo buenos que quisieran cuando en realidad lo que debían decirnos es que eran un desastre. Si se trata de evitar que mueran miles de personas en las próximas semanas, mejor prepararse jurídica y mentalmente para los esfuerzos que conlleva evitarlo.
Ya era hora de que, si esto va para largo, el Gobierno lo reconociera. Mejor hacerse a la idea cuanto antes, ¿no? No como cuando en primavera nos andaba transmitiendo un falso optimismo infantiloide, asegurando que la curva de contagios estaba siempre a punto de aplanarse. No como cuando aceleró torpemente la desescalada por las prisas en hacernos creer que ya estaba todo controlado. Ni como cuando dio por vencido el virus y nos animó a salir de vacaciones delegando toda la responsabilidad en las autonomías y los ciudadanos. Si ahora la situación epidemiológica es gravísima, dígannoslo y actúen en consecuencia. Pero explíquennos, de paso, por qué este Gobierno piensa que es mejor un confinamiento nocturno prolongado que un confinamiento más estricto y breve. Transparencia no es solo comunicar lo decidido, sino explicar por qué.
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Desde el Palacio de la Moncloa, el presidente aseguró que nunca nos va a ocultar la situación de la pandemia ni maquillar la realidad. Nos dejó con la duda de si durante los últimos meses la ha ocultado conscientemente o simplemente no ha sabido verla. De hecho, mientras el presidente del Gobierno comparecía para anunciar el nuevo estado de alarma y el toque de queda nocturno, los hospitales de todo el país continuaban camino del colapso sanitario. Y hacia él continúan, los que no han llegado ya. Así lo reconoce el propio Gobierno en el preámbulo del real decreto aprobado en el Consejo de Ministros extraordinario, que, a diferencia del presidente Sánchez en su comparecencia, sí utiliza la palabra 'colapso'. No será que no le habían avisado.
Nos dejó con la duda de si durante los últimos meses la ha ocultado conscientemente o simplemente no ha sabido verla
Cuando a mediados de agosto nueve sociedades médico-científicas alertaron de que si el Ministerio de Sanidad y las comunidades autónomas no establecían nuevas medidas "coordinadas, rápidas y eficaces" para frenar el coronavirus, había una "alta probabilidad" de un nuevo colapso sanitario a corto o medio plazo, Fernando Simón compareció para aclarar que en España ese riesgo no existía "ni muchísimo menos". Todavía hubo que esperar otros dos meses hasta que el Gobierno aprobase hace apenas una semana unos indicadores de riesgo con los umbrales de contagio y ocupación hospitalaria a partir de los cuales las comunidades tendrían que actuar. Para cuando se ha aprobado, a mediados de octubre, casi todo el país está entre el naranja y el rojo de este nuevo semáforo de alertas.
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Sin embargo, hace solo 10 días, Fernando Simón veía en los datos muestras de optimismo y anunciaba que entrábamos en una fase de estabilización. Ha pasado exactamente lo contrario. El problema no es que desde el Centro de Alertas Sanitarias del ministerio no hayan sabido adelantar lo que iba a pasar, ya que cada vez son más los epidemiólogos que advierten de lo imprevisible que es este virus, sino que en pleno agravamiento de la segunda ola en toda Europa, se dejara llevar por esa manía de prometer buenas noticias que no es posible anticipar. Ese afán por querer darnos buenas noticias ha sido contraproducente y muy dañino para el país. Ha provocado que se baje la guardia demasiadas veces tanto en el Gobierno como en la propia ciudadanía, en la que los ánimos empiezan a flaquear. ¿No será este un buen momento para cambiar de portavoces? Para entender la dureza de las medidas necesarias, no solo necesitamos que nos hablen claro. También escucharlas de alguien de quien nos podemos fiar.
Para justificar la necesidad de alargar seis meses un nuevo estado de alarma, ayudaría que este Gobierno especifique que lo que no quiere es repetir errores del anterior. Es decir, reconozca que se equivocó. Además de convencer primero al Congreso, estaría bien que dotara a las comunidades de nuevas herramientas de coordinación necesarias para gestionarlo de forma eficiente, reforzando la atención sanitaria, la prevención y el rastreo. Y además de limitar la movilidad, podría por ejemplo volver a pedir el teletrabajo a todas las empresas siempre que sea posible y añadir ayudas específicas para los sectores más afectados por las restricciones. Los gobiernos regionales conservarán sus competencias y decidirán si cierran sus fronteras, pero es el Gobierno quien sigue teniendo la responsabilidad de la pandemia.
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No me parece mala noticia que por fin el Gobierno reconozca que la situación es tan grave. Ni voy a criticarlo por hacer algo que muchos llevábamos meses considerando necesario. En marzo, titulé un artículo "No hagas planes en los próximos seis meses", denunciando lo absurdo que era negarnos que la crisis del coronavirus iba para largo por esa manía de dar buenas noticias cuando no las hay. Reconozco que es tentador. Yo también me he dejado llevar por el optimismo al principio de este artículo, cantando victoria demasiado pronto al pensar que a partir de ahora nos hablarían claro. Puede que el estado de alarma haya vuelto, pero los eufemismos no se han ido. Durante la misma comparecencia en Moncloa en la que Sánchez prometía transparencia, el presidente pidió que dejemos de llamarle toque de queda al toque de queda que acababa de decretar, por las connotaciones que pudiera tener. Como si establecer un estado de alarma hasta mayo no las tuviera. Pueden volver a morir miles de personas a la semana si no restringimos la movilidad urgentemente. Y si la limitamos demasiado, los daños en la economía pueden resultar terriblemente destructivos. Todo esto resulta demasiado terrorífico como para hacernos perder el tiempo en ir a la RAE a confirmar que, efectivamente, el toque de queda se define como la prohibición del tránsito en las calles durante determinadas horas, generalmente nocturnas. Esto es exactamente lo que nos espera durante, al menos, 15 días (a partir del 9 de noviembre, dependerá de cada autonomía).
Por el covid-19, vivimos tiempos excepcionales, así que no es extraño que necesitemos términos que también lo sean. Y si desde que llegó la pandemia se han vuelto cotidianas expresiones que asustan, es porque esta situación da también mucho miedo. Pero daba mucho más que durante semanas se ignorase la gravedad de la segunda ola. O que el toque de queda no sea suficiente para evitar el colapso sanitario y no seamos capaces de evitar otro confinamiento total. Desde el principio de la pandemia, subestimaron nuestra capacidad para encajar malas noticias, pero han sobrevalorado nuestra paciencia para los eufemismos.
Al escucharle decir al presidente del Gobierno que la situación por el covid-19 “es extrema” y que, para hacer frente a la segunda ola de la pandemia, España necesita confinamiento nocturno y un estado de alarma durante seis meses para dar cobertura jurídica a las restricciones, pensé que el Gobierno por fin nos empezaba a tratar como personas adultas. Nada de paños calientes. Llevamos semanas oyendo que los datos no son todo lo buenos que quisieran cuando en realidad lo que debían decirnos es que eran un desastre. Si se trata de evitar que mueran miles de personas en las próximas semanas, mejor prepararse jurídica y mentalmente para los esfuerzos que conlleva evitarlo.