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Miriam González

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¡Nos invaden los 'wokes'!

La prueba del algodón para saber si estamos siendo invadidos por la ideología 'woke' es preguntarse si un californiano se sentiría aquí como en su salsa

Foto: El profesor Ramón Tamames. (EFE/Chema Moya)
El profesor Ramón Tamames. (EFE/Chema Moya)
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Dice la derecha que nos está invadiendo la ideología woke. Debe de ser cosa seria, porque hasta montan think tanks para luchar contra ella. De tanto bombo que le están dando, ya hasta nos lo hemos empezado a creer. En el imaginario popular colectivo, el país está siendo invadido por una plaga de clones de Irene Montero. Aunque cada cosa que ella y sus acólitos/acólitas/acólites dicen se convierte en noticia (la señal más fiable de que algo no es la norma), la derecha sigue empeñada en que lo woke no es minoritario. Nadie sabe con precisión dónde están todos esos wokes, pero haberlos haylos.

A los que hemos vivido en California, la cuna incontestable del wokismo, el que esto se haya convertido en una preocupación española nos tiene un pelín desconcertados. Déjenme que les ponga en contexto: en los colegios de California, hay niños con dos o tres identidades de género distintas y se ofenden si el profesor no acierta a adivinar la que han elegido ese día. Hay listas con todos los pronombres e identidades de género que uno puede elegir: 72 y sigue contando. La ropa con detalles étnicos se ve como una apropiación cultural. Hablar de "ser una oveja negra" se considera ofensivo desde un punto de vista racial. Y en algunos cafés ya no sirven flat white (café con leche, es decir, café blanco) por si alguien de raza negra se ofende. Ideología woke en estado puro.

Foto: Partidarios de Trump, fuera del evento de Ron DeSantis en Nueva York. (EFE/Justin Lane)

La prueba del algodón para saber si estamos siendo invadidos por la ideología woke es preguntarse si un californiano se sentiría aquí como en su salsa. A ver si consigo que no se me molesten por decir esto, pero si alguien de California (no un woke extremo, sino uno del montón) nos oyese hablar de las tiendas de los chinos, así como hacemos nosotros, en general y encima asociándolas a tiendas de poca calidad, alucinaría en colores. Si descubriese que todavía hay conguitos (Congo-itos) con los ojos saltones y los labios rojos e hinchados le daría un jamacuco (que sería doble si encima viese que se ha intentado mitigar haciendo algunos conguitos blancos). Y si oyese cómo nos referíamos al exmarido de Anabel Pantoja cuando estaba en televisión como el Negro, habría que ponerle respiración artificial asistida para que se le pasase el ataque de ansiedad. Los españoles seremos muchas cosas, pero honestamente wokes, lo que se dice wokes, no somos.

Ello no quiere decir que España no participe de algo que ahora es tendencia global: ser mucho más conscientes de los estereotipos, porque pueden hacer un daño enorme y encima no aportan nada positivo. Ser más cuidadosos con nuestras expresiones y costumbres y adaptarlas en lo que sea necesario es algo sencillo. Si encima lo logramos hacer centrándonos en la substancia y no solo en la narrativa (al contrario de lo que han hecho en Estados Unidos), sin enfrentarnos los unos con los otros y manteniendo nuestro característico sentido del humor, ya sería la bomba.

Foto: EC Diseño.
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Pero es justo pedir que ese esfuerzo se haga por parte de todos y que cubra todas las circunstancias. Uno de los grupos de población que los wokes dejan sistemáticamente de lado son las personas de edad avanzada, que sufren estereotipos constantes sin que casi nadie salga en su defensa. El ejemplo más reciente ha sido el torrente de crueldad que sufrió Ramón Tamames con ocasión de la moción de censura, por cierto sin que la ministra de Igualdad (que tiene entre sus cometidos evitar toda forma de discriminación por razón de edad) ni siquiera se inmutase.

No quiero reproducir los comentarios más fuertes, que fueron muchos. Pero hasta los medios más respetuosos se refirieron sistemáticamente a Tamames como el viejo profesor. Algunos tuvieron la perspicacia de criticarle utilizando la fórmula "no es por viejo, es por…". Si leyésemos un titular criticando a un parlamentario diciendo "no es por musulmán, es por", "no es por ser mujer, es por" o "no es por gorda, es por", pondríamos el grito en el cielo. Y hasta se insinuó que la capacidad mental de Tamames está mermada por la edad, porque se olvidó de pedir formalmente el voto. Un rasero radicalmente distinto del que se utilizó con el presidente del Gobierno, que no fue capaz de adaptar su discurso sobre la marcha y acabó criticando cosas que Tamames no había dicho porque cambió el borrador del discurso que se había filtrado con anterioridad. La falta de agilidad mental de Sánchez (que es improbable que esté motivada por su edad) ni siquiera se comentó.

Foto: Protesta de la Asamblea Antirracista de Madrid frente al Ministerio de Igualdad. (Europa Press/Diego Radamés)

No es cuestión de tratar a los mayores con veneración, como se hace en otras culturas. Es cuestión de tratarles al menos con el mismo respeto con que se trata a los jóvenes y a todos los demás. Los estereotipos nos hacen daño a todos, independientemente de raza, género, sexo, condición, religión o edad. Un poco más de wokismo en el trato hacia los mayores no nos vendría mal.

Dice la derecha que nos está invadiendo la ideología woke. Debe de ser cosa seria, porque hasta montan think tanks para luchar contra ella. De tanto bombo que le están dando, ya hasta nos lo hemos empezado a creer. En el imaginario popular colectivo, el país está siendo invadido por una plaga de clones de Irene Montero. Aunque cada cosa que ella y sus acólitos/acólitas/acólites dicen se convierte en noticia (la señal más fiable de que algo no es la norma), la derecha sigue empeñada en que lo woke no es minoritario. Nadie sabe con precisión dónde están todos esos wokes, pero haberlos haylos.

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