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Los 320 migrantes que llegaron en un cayuco no cabrían en un Airbus A220 (ni en un Boeing 787)
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Jaime Pérez-Llombet

Con siete puertas

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Los 320 migrantes que llegaron en un cayuco no cabrían en un Airbus A220 (ni en un Boeing 787)

Qué más decir sobre la frialdad y distancia con la que en Madrid o Bruselas se sigue asistiendo a la consolidación de la ruta canaria entre organizaciones que juegan con la esperanza, el dinero y la vida de los inmigrantes

Foto: El puerto de La Restinga, en El Hierro, recibió el cayuco con más inmigrantes a bordo del que se tiene constancia. (EFE/Salvamento Marítimo)
El puerto de La Restinga, en El Hierro, recibió el cayuco con más inmigrantes a bordo del que se tiene constancia. (EFE/Salvamento Marítimo)
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La cantidad de personas que viaja en un avión comercial varía según la capacidad de la aeronave. Los de fuselaje estrecho —normalmente utilizados para vuelos de media distancia— suelen transportar entre cien y doscientos cuarenta pasajeros (el Airbus A220, el Boeing 737 o los Embraer E-Jet, entre otros). Un Boeing 787 Dreamliner puede llevar cerca de trescientos viajeros que, como en los ejemplos citados u otros, viajan con estándares de comodidad, servicios y seguridad. Este último fin de semana llegó a El Hierro un cayuco con trescientas veinte personas a bordo, inmigrantes que han hecho la ruta canaria del éxodo africano desafiando cualquier requisito mínimo de espacio físico, higiene, previsibilidad o garantías de supervivencia.

Hay que tirar de comparativas, de paralelismos, para dimensionar adecuadamente el número de migrantes que alcanzaron el sábado al puerto de La Restinga. Quienes alcanzaron El Hierro en un cayuco no cabrían en un Airbus A220, en un Boeing 737 o 787, tampoco en un Embraer. No han sido transportados en un vuelo o línea regular. Han convivido con días y, sobre todo, con noches en alta mar, preguntándose en qué momento el mar podría sorprenderlos con un golpe fatal o temiéndose que el GPS dejara atrás la isla del meridiano y los llevará océano adentro. Suma, y sigue. La crisis migratoria continúa su curso sin que los comisarios europeos den señales de vida, qué decir de los seis o siete ministerios competentes. Nada se sabe, al menos nada más allá de los dos aviones que el ministro del Interior anunció durante su última visita relámpago a las Islas.

Foto: Una trabajadora de Cruz Roja escolta a dos menores inmigrantes llegados a Canarias. (EFE/Gelmert Finol)
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Está gestionándose de forma más ágil la derivación de los migrantes que llegan a El Hierro hacia otras Islas, preferentemente a Tenerife —es cierto—. Se ha incrementado, siquiera un poco, la presencia de sanitarios —es verdad, así lo confirman quienes viven en La Restinga—. Sin embargo, en el archipiélago sigue desconcertando la ausencia de un plan tan decidido como comprometido para mejorar el seguimiento y los posibles rescates en alta mar, la respuesta cuando pisan tierra firme o la corresponsabilidad autonómica en la acogida y atención a los menores que llegan a diario a bordo de los cayucos.

Las calmas de agosto, septiembre u octubre pasarán, pero no decaerá la necesidad de reforzar o engrasar los mecanismos de respuesta. La Unión Europea sigue de perfil. Los ministerios pedalean sobre una bicicleta estática, sin apenas tomarse la molestia de comparecer, aparecer o proponer. Hay voces que denuncian que lejos de avanzarse en cooperación y desarrollo desde la UE, algunos acuerdos —el de pesca con Senegal, entre otros— están dejando sin trabajo a miles de jóvenes en ese y otros países. Desde esa perspectiva, no solo no se invierte en formación o en la generación de economía y empleo, sino que, al contrario, se les está quitando de las manos algunas opciones de trabajo. Años atrás, algunos acuerdos (con Marruecos, por ejemplo) incluían cláusulas de inversión, condiciones de contratación o formación. Ahora no es el caso.

Foto: El ministro del Interior en funciones, Fernando Grande-Marlaska, saluda a su llegada a la reunión de ayer en Canarias. (EP)

En breve se entrará en un escenario distinto, en ningún caso mejor. Cuando en Canarias terminen las calmas (y el mar está empezando a agitarse) lo previsible es regresar a un espejismo de calendario. La estadística volverá a reflejar el efecto óptico de creer que a las costas de las Islas llegan menos inmigrantes porque —según el relato gubernamental, tirando de manual— a raíz de las gestiones realizadas con terceros países, se reduce el número de personas que salen de Senegal o de otros puntos de la costa occidental africana. No será la primera vez que ocurre. Cuando pasan las calmas, el repunte migratorio da una tregua porque las condiciones en alta mar se complican, multiplicándose los riesgos durante la travesía, provocando tragedias, naufragios que a veces no están en estadística alguna porque el océano se los lleva sin que lleguemos a saber de ellos.

Cuando eso pase (en días o semanas) nunca terminará de saberse con certeza si es que llegan menos o que están muriendo más. Pocas certidumbres pueden tenerse con la ruta canaria moviéndose en un déficit de información que genera sombras, cuando no apagones. A la espera de que las calmas den paso a partes meteorológicos menos tranquilos, en el archipiélago se sigue conviviendo con el día a día de una crisis a la que cada vez resulta más difícil encontrar un precedente. Qué decir en El Hierro, donde este fin de semana llegó ese cayuco con 320 personas hacinadas a bordo. Nunca antes había alcanzado Canarias una embarcación con tantos inmigrantes.

Foto: El grupo fue rescatado  por una patrullera de la Guardia Civil mientras navegaban en una patera al sur del Hierro. (EFE/Alberto Valdés)

En apenas veinticuatro horas la llegada de migrantes alcanzó cifras que se actualizan constantemente. Otro cayuco con más de 200 personas. Y otro, con cerca de cien que fueron socorridos cerca de Los Cristianos, en Tenerife. La incesante llegada de migrantes va incorporando algo tan excepcional y extraordinario a la normalidad, a la rutina, al paisaje. Solo la embarcación con 320 personas desafiando las limitaciones de espacio (y las condiciones a bordo) ha logrado romper la rutina estadística. Únicamente la tentación de establecer paralelismos —con aeronaves, por ejemplo— puede ayudar a que la crisis migratoria recupere espacio en las agendas informativas.

¿Esto es lo que hay?

Qué más decir sobre la frialdad, y distancia, con la que en Madrid o Bruselas se sigue asistiendo a la consolidación de la ruta que lleva a Canarias (y de las Islas, cuando ponen pie en tierra) como una alternativa cada vez más utilizada por las organizaciones que juegan con la esperanza, el dinero y la vida de cada vez más inmigrantes. Qué decir sobre cómo pasan semanas sin que se dé un paso, al menos no lejos de declaraciones para ganar tiempo —o para perder tiempo ganándolo—. Se suceden cifras sin precedentes. La siempre penúltima, los 1.400 migrantes que se han rescatado en menos de 48 horas.

¿Esto es lo que hay?, ¿esto es todo lo que se puede esperar de Madrid o Bruselas? Crece la convicción de que en algunos despachos cuentan con que lo excepcional mutará en ordinario, y, en esa idea, con el temor de que más pronto que tarde no quedará espacio para la crisis migratoria en las agendas informativas. Parece que nada agita ya lo suficiente la atención o comprensión de lo que está ocurriendo. Llegan en un cayuco 320 inmigrantes hacinados, que no cabrían en un Airbus o en un Boeing, y sin tiempo a dimensionarlo hay que atender a la siguiente embarcación.

La cantidad de personas que viaja en un avión comercial varía según la capacidad de la aeronave. Los de fuselaje estrecho —normalmente utilizados para vuelos de media distancia— suelen transportar entre cien y doscientos cuarenta pasajeros (el Airbus A220, el Boeing 737 o los Embraer E-Jet, entre otros). Un Boeing 787 Dreamliner puede llevar cerca de trescientos viajeros que, como en los ejemplos citados u otros, viajan con estándares de comodidad, servicios y seguridad. Este último fin de semana llegó a El Hierro un cayuco con trescientas veinte personas a bordo, inmigrantes que han hecho la ruta canaria del éxodo africano desafiando cualquier requisito mínimo de espacio físico, higiene, previsibilidad o garantías de supervivencia.

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