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Juan José Cercadillo

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El premio son las entradas

Los premios de los toreros no se entregan en despachos, ni se conceden, ni se regalan. Se luchan en una plaza, a la vista y a las claras

Foto: Sebastián Castella en la feria de San Isidro. (EFE/Kiko Huesca)
Sebastián Castella en la feria de San Isidro. (EFE/Kiko Huesca)
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Yo no quiero entrar al trapo. Me sujeto los instintos. Por bueno que sea su cita no perseguiré trampantojos. No me encontrarán enfrente por mucho que me provoquen. No quiero ser media España vociferando a la otra. Los premios de los toreros no se entregan en despachos, ni se conceden, ni se regalan. Se luchan en una plaza, a la vista, a las claras, y los reclama el pueblo en pago a sus emociones miles de tardes al año. Por eso yo no me quejo sin premio de Tauromaquia. Ha sido tan transparente y oportuna la celada, que me resulta evidente no querer participar de esta burda y, cada vez, más previsible jugada. Es un guiño con los suyos y llega con tufo indecente de campaña electoral.

En Cataluña los toros sufrieron la militancia de ser de un bando o ser de otro. El catalán de este siglo, traicionando tradiciones, -que persiguen como toros encelados en otros ámbitos más rancios y menor sentido- debe ser antitaurino, antiespañol y antipático. Anticipan el aplauso, que recibirá de los suyos el provocador ministro, los que exageran el gesto de mostrar beligerancia. No olviden la nueva misión de descubrir enemigos para concentrar la atención y distraer a los tuyos de problemas más reales que tendrían solución. A toro pasado lo veo más claro, no entremos al trapo absurdo de hacernos sus enemigos.

Foto: Julián López 'El Juli', en la corrida en septiembre de 2023 de despidida de Madrid. Francisco Guerra / Europa Press

Porque veo que al ministerio lo que le gusta es el circo. El mediático y el otro. Al de carpas y payasos, acróbatas y animales enjaulados les ha mantenido su premio. Pero que no se confíen esos artistas tan nómadas como los toreros, en el libreto de tópicos de lo que es un mundo bueno aparecen en la lista de realidades obsoletas. Quizá sean los próximos objetos de la piñata, que mientras pegas a otros duelen menos tus heridas, lo saben bien los que buscan enemigos cada día. En el país de las Maravillas cualquiera puede ser indecente, basta con que quien manda lo diga. El criterio y el respeto, misterios de un Ministerio que se dice de cultura, se desvanecen en medio de ideologías y frentes, de simplezas y tontunas. Con su minuto de gloria arrancará algunos votos de los que se quedaban en casa, espero que le compense poner enfrente las Españas para seguir él en medio y azuzar las diferencias en lugar de aglutinarlas.

Foto: El ministro de Cultura, Ernest Urtasun. (Europa Press/Eduardo Parra)

Pero no quería yo lo de entrar al burdo trapo. No argumento con empeño lo de gobernar para todos, lo de la libertad sin daños, el componente económico, el medioambiental y conservacionista, ni siquiera el cultural que no podría tener réplica. Creo que el toro en si mismo conserva aún tanta fuerza que no necesita de gestos, limosnas o ayudas trampa. Lo demostrará San Isidro aglutinando afición, éxitos y repercusiones. Qué oportuna anulación si, como promete el ambiente, Madrid llenara su plaza casi treinta días seguidos. Con gente a contracorriente, de los de los pies en el suelo, de las manos en la masa, de los que conocen los retos y saben recompensarlos. De gente que valora la vida echando un vistazo a la muerte. Ni rastro por esas graníticas filas de afiliados a las fábulas, a los cuentos, y a las cuentas de los otros. El aficionado a la tauromaquia no reclama ningún premio que no sea compartir sus emociones con el toro y el torero, y en tiempo real, por cierto. Y paga por ello su precio más Iva y más otros impuestos que nunca regresan luego. Igual que toros y toreros que pagan el precio más alto.

Foto: El diestro Miguel Angel Perera. (EFE/Rodrigo Jiménez) Opinión

Se habla de progresismo, de libertad, de voluntad popular. Si un pañuelo es un voto, eso sí que es democracia. Y libertad de expresión a voz en grito en una plaza. Y debate, y discusión, y puntos de vista distintos desde la sombra o el sol. Espectáculo y progresismo. No podrían atacarlo con peor fondo de lo que lo están haciendo. Proyectando sus prejuicios, sus dotes de prohibición, su evidente sectarismo, al ruedo representativo de tantas sensibilidades de España, de matices y de gustos que en cada tarde de toros se muestran en una plaza. Porque habrá quien le grite a Morante, quien aplauda su paseíllo, quien le perdone un cante y quien niegue su valía. Convivirán hombro con hombro manifestando sus gustos con pañuelo o con insultos, que no hay que ser tan entendido para expresar tus opiniones sentado en cualquier tendido. Un pañuelo, un voto. Respeto a las mayorías aún con discusiones de fondo.

Foto: El ministro de Cultura, Ernest Urtasun, en la clausura el pasado 25 de abril de la XXVIII Lectura Continuada de El Quijote en el Círculo de Bellas Artes. Eduardo Parra / Europa Press Opinión

El premio de la Tauromaquia es poder ver a Morante, a Talavante, a Roca Rey, a Cayetano. A Manzanares, a Aguado, a Galván o a Ángel Téllez. A Borja Jiménez con Victorinos, a Escribano con Adolfos, a novilleros en ciernes, a jinetes consagrados las tardes de rejoneo. El premio es cómo han crecido los abonos, cómo han subido los precios, como ha bajado la media de edad de año en año. Cómo salen complementos que aglutinan y generan a las dos horas de toros. Con tertulias, con más prensa, con conciertos en la plaza, y con visitas guiadas, con más patrocinadores, con empresas invitando sin demagogia o buenismo, con más turistas que nunca, con una audiencia creciente en convicciones y número.

Y si hubiera alguna protesta que cursarle a este Ministro compúlsela con un ticket, con bolsa de pipas o puro. Lleve a su hijo a la plaza, enséñele a su nieto que la libertad se premia desde lo profundo del alma. Premiemos la tauromaquia, vamos todos a los toros.

Yo no quiero entrar al trapo. Me sujeto los instintos. Por bueno que sea su cita no perseguiré trampantojos. No me encontrarán enfrente por mucho que me provoquen. No quiero ser media España vociferando a la otra. Los premios de los toreros no se entregan en despachos, ni se conceden, ni se regalan. Se luchan en una plaza, a la vista, a las claras, y los reclama el pueblo en pago a sus emociones miles de tardes al año. Por eso yo no me quejo sin premio de Tauromaquia. Ha sido tan transparente y oportuna la celada, que me resulta evidente no querer participar de esta burda y, cada vez, más previsible jugada. Es un guiño con los suyos y llega con tufo indecente de campaña electoral.

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