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Juan José Cercadillo

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Mandar al carajo

Pasa con los guardias jurados, porteros de discotecas, camareros envalentonados, aparcacoches con chaqueta. Con Elena Congost y su guía. Y esa estrechez de miras que se aplican los que mandan cuando llevan al absurdo la pena

Foto: Elena Congost. (REUTERS/Jennifer Lorenzini)
Elena Congost. (REUTERS/Jennifer Lorenzini)
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Es muy difícil mandar, pregúntenles a los mandados. En todos los órdenes de la vida. Gorra de plato, vara de mando, puesto en la empresa, o hasta un amor descompensado, otorgan poder y comando, autoridad y fuerza, para doblegar voluntades y sojuzgar espíritus acomodados. Disfrazar de liderazgo la fuerza de la convicción propia tiene el riesgo de ocultar las injusticias flagrantes que todos los que mandan algo cometen, y cometemos, en nuestro día a día. Cada vez se manda más y peor, pregúntenles a los mandados.

Y no sé si es peor lo de más o lo de peor, pero es un hecho contrastable a cada paso que das, a cada noticia que sale. La sociedad se va acomplejando. Por tener muchos complejos y por volverse más compleja. La hidra perversa de las estructuras de poder crece fagocitando libertades. Le siguen saliendo cabezas que, primero, ponen normas, y en la vigilancia de su cumplimiento garantizan su perpetuo modo de vida. Camino vamos de más cabezas mandantes que de mandados.

Todo está regulado. Hasta el exceso. Todo supervisado, hasta lo rocambolesco. La maquinaria de los Estados con su poder legislativo, la tradición de las religiones con su poder moral, los intereses políticos y electorales de los gobiernos con su poder ejecutivo, conforman un monstruo global que, salta a la vista, tan bien cumple su función de tenernos reprimidos y ordenados. Por no decir maniatados si alguna vez lo ven preciso, que eso ya lo han demostrado.

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Al aumentar la regulación y los condicionantes para desarrollar cualquier actividad aumenta el cuerpo de supervisores y funcionarios. Se alimentan de los fallos, normal que traten las normas como las arañas sus telas. Intrincadas y pegajosas, cada vez más eficientes, hacen caer en sus redes a incautos que mueren con sus proyectos o euros compensatorios que te dejan avanzar… hasta la siguiente tela. ¡Y vaya tela! Que diría un cheli.

Es un problema complejo la actual relación entre el mandatario y el mandante. Casi irresoluble. Por lo que no me preocupa. Seguiremos adaptándonos y volando mientras sorteamos los miedos que la gente a la que mandamos mandar, por contrato social, laboral o moral, nos impone. La dimensión sí que es lo preocupante, y aún peor, el modelo. Cuando esta fórmula de ejercer el poder transciende de lo organizativo y pasa a ser la forma propia de relacionarnos, es un tormento. Y no pasa desde hace tanto, o al menos yo no lo recuerdo.

Esa losa inquisitoria de ejercer y manifestar con bombo el mando se está trasladando por su propio peso a todos los órdenes de la vida, llegando a cualquier recoveco. Todo evento vital se encuentra ya sometido a valoración, y, por tanto, a posible castigo, y está ya poseído por la contundencia y la irracionalidad con la que se le otorgó al Estado la sanción, la coerción y el uso de la violencia. Imitamos al Estado en nuestro día a día, a ese estilo de gobierno que apenas da derecho a réplica.

"Esa losa inquisitoria de ejercer y manifestar con bombo el mando se está trasladando por su propio peso a todos los órdenes de la vida"

Me explico con algunos ejemplos de los miles que me vienen a la cabeza de cómo hemos trasladado esas malas maneras a nuestra forma de relacionarnos. Las redes sociales, el exceso de prensa, la facilidad de opinión son hoy el ejemplo prototípico. Opinar sin ton ni son es la forma de mandar de los que no tienen mando. Imitan a los poderosos aplicando violencia, en este caso verbal, en los castigos que lanzan al aire sabiendo que nadie les va a juzgar. La superior instancia de la réplica pierde todo su valor víctima del anonimato del causante. Es una perversión de nuestra sociedad falaz que va a más y a peor.

Pasa también, por ejemplo, en otra institución de estudio, las comunidades de propietarios. Es el ejemplo diminuto, de laboratorio, del conjunto de la sociedad. Uno se pone a mandar y busca sus colaboradores en la confianza absoluta del absoluto desinterés de la mayoría de sus convecinos. No es difícil llegar al absurdo en una comunidad. El camino hacia lo ilógico se hace corto cuando te pones enfrente en vez de al lado de quien a tu lado vive. Cuando se siente más placer al ejercer tu cuota de mando que al mejorar la convivencia, difícil que salga un mandato racional y coherente, proactivo y empático, solidario y humanizado. Terrible cuando el presidente necesita el protagonismo y hace crecer los problemas que justifican su puesto y urde su permanencia con alianzas de vecinos de intereses contrapuestos.

Pasa con los guardias jurados, porteros de discotecas, camareros envalentonados, aparcacoches con chaqueta. Con celadores sin trabajo, presidentes en los toros, recepcionistas sin criterio, mecánicos malhumorados, tenderos poco dispuestos, jurados de Operación Triunfo. Pasa con árbitros de fútbol, comités de competición, tribunales de arbitraje, ligas y demás engendros que rigen nuestro deporte.

El último caso es perverso. Elena Congost y su guía. Y esa estrechez de miras que se aplican los que mandan cuando, para justificar su cargo, llevan al absurdo la pena. Yo me moría de pena al verla descalificada. Como cada día que paso al albur de algún criterio que más que mejorar en algo el trabajo de unos muchos pulen el ego de algunos que necesitan del mando. A los que han castigado a Elena habría que mandarlos entre todos al carajo. Y que cundiera el ejemplo con los yonquis del mandato.

Es muy difícil mandar, pregúntenles a los mandados. En todos los órdenes de la vida. Gorra de plato, vara de mando, puesto en la empresa, o hasta un amor descompensado, otorgan poder y comando, autoridad y fuerza, para doblegar voluntades y sojuzgar espíritus acomodados. Disfrazar de liderazgo la fuerza de la convicción propia tiene el riesgo de ocultar las injusticias flagrantes que todos los que mandan algo cometen, y cometemos, en nuestro día a día. Cada vez se manda más y peor, pregúntenles a los mandados.

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