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Nos extinguimos
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Juan José Cercadillo

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Nos extinguimos

No sé cuándo empezó el colapso, pero esto pinta bastante mal. Quedan siete años de Sánchez, al menos cuatro de Trump; y perdurán Cristiano Ronaldo, Sofía Gascón, María Patiño, Jorge Javier, Isla de las Tentaciones, First Dates...

Foto: Sandra Barneda, tras alcanzar a Montoya. (Mediaset)
Sandra Barneda, tras alcanzar a Montoya. (Mediaset)
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Lo sabía. Nos extinguimos. Pero no va a ser por la estulticia galopante y generalizada que nos invade, como me temía. Tampoco va a tener que ver, al menos tanto como yo pensaba, el intento de la naturaleza de controlar nuestra expansión incontenible a través de la confusión de géneros y sexos, y mira que le tenía fe a esta teoría. No parece tampoco que la selección incomprensible de nuestros dirigentes vaya a influir de manera determinante en el fin de nuestro paso por la Tierra, aun siendo esta una de mis opciones más sólidas. El caso es que, como dando la razón a los que defienden nuestra presencia en una simulación casi perfecta, han puesto fecha al apagón de esta versión que, sea el número que sea, nos alumbra la existencia: 22 de diciembre de 2032, día del desenchufe.

Nos preparan con tiempo y con una historia comprensible por repetida. Un inoportuno asteroide golpeará nuestra canica y la carambola cósmica nos va a mandar al carajo. Hoy, día 32 sin cerveza, como que no veo tan mal que esto se acabe. Lo siento por el futuro de mi hijo que está resultando una reproducción informática y virtual casi perfecta. Mis felicitaciones a los programadores por cierto. Pero quitando el desperdicio del esfuerzo en el diseño, entiendo perfectamente que el que controla el ordenador central que nos crea —y que nos hace creer que todo lo que nos rodea es cierto— se esté aburriendo de nuestro mundo y decida volver a empezar prácticamente de cero.

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No sé cuándo empezó el colapso, pero hay que reconocer que esto pinta bastante mal y que le entiendo. Se le ha ido de las manos. Nos quedan siete años de Sánchez, al menos cuatro de Trump, dos o tres décadas de Putin, un quinquenio, mínimo, de Petro y lo que quiera Maduro mantenerse en el poder… Nos queda saber hasta dónde querrán llegar Musk, Bezos o Bill Gates. Quedan, o quedaban, para rato, Cristiano Ronaldo y Kanye West, Sofía Gascón, María Patiño, media docena de Kardashian, Jorge Javier Isla de las tentaciones, First Dates… La lista de estupideces, de lo más global a lo más cercano, es tan interminable que alguien ha decidido ponerla fin de un plumazo. De una pedrada por mejor decir. Y se nos viene la piedra a velocidad de crucero de lujo y, con precisión milimétrica, estampará su volumen en medio de algún océano y el evento de extinción precederá al game over de píxeles enormes y 'retros', que permitirá al jugador levantarse de la silla para algún fin mejor, una vez acreditado el nuestro.

Mi única esperanza, el clavo ardiendo al que me aferro, es que el aviso, dado con bastante tiempo, sea una argucia del juego buscando que cambie algo. El porcentaje de probabilidades del impacto ha ido creciendo desde que se filtró la noticia. Ojalá siga aumentando hasta que tomemos conciencia de que el apagón va muy en serio. ¿Servirán las estadísticas para que cambiemos algo? La perspectiva del fin quizá afloje las ansias que nos llevan a la guerra, quizá contenga las ganas de acumular sin sentido, quizá nos cambie la mirada sobre el que nos parece distinto…

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Ojalá la primera prueba del deseado cambio de tendencia fuera la fulminación inmediata del programa ese que mezcla parejas de salidillos en una isla desierta. Describo lo acontecido, que me llegó por tres medios, para dar cierto contexto al argumento expresado sobre nuestra extinción sin remedio. Las consecuencias más lógicas de mezclar y agitar hormonas le parecen una sorpresa a alguno de los rumiantes. Perdón, quise decir, concursante. Acreditando de nuevo la guasa, y la pasión por la rima de ese que nos controla, nuestro protagonista concreto resulta llamarse Montoya, tócate la… cabeza.

El minuto del plano secuencia en el que le crece la cornamenta comienza con la vileza de plantarle en la pantalla la aproximación y el acople de su novia a pene ajeno. Al hasta ahora cornicorto le empieza a picar la frente y sale en ungulada estampida a estampar testuz y frente entre gritos pavorosos que explican lo doloroso de acumular queratina y que la naturaleza la afile. El cámara —debe ser runner— sigue de cerca al bóvido y la Barneda, a la distancia que impone su recién adquirido peso, trata de sujetar sin ningún éxito al despavorido sujeto.

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El torete pierde fuelle debido a la gran distancia que separan las dos casas donde mezclan a la gente. La dama, en el entretanto, sucumbe veloz al coito. Pone interés, pone ganas, y puesto el grito en el cielo, y dada la voz de alarma, retira el arma del adúltero del vacío que, al parecer, no resultaba atendido suficientemente bien por el gritón de su novio. La cónyuge del veloz rumiante opta por la estrategia de pasar al contraataque y con las piernas aún abiertas, e incapaz por igual de cerrar la boca, suelta insultos e improperios que dan con el pobre cornudo, y sus huesos nuevos y viejos, en el islero suelo arenoso, escenario del concurso. —Sé que se dice isleño, pero es que Islero mató a Manolete y no he podido evitar tan vulgar asociación de ideas—.

En un giro inesperado de tan edificantes acontecimientos, la causante del evento sufre el arrepentimiento de haberse entregado a otro y, tras ciertos titubeos, vuelve en lágrima viva y pide perdón sollozando mientras sube sus braguitas. El urus descamisado (urus, ancestro del toro, o toro no evolucionado, que se describe en el caso) perplejo y cornamentado, acoge con brazos abiertos a la indecisa fulana y entre jipíos y reproches, besos y declaraciones acaban reconciliando sus evidentes distancias mientras el tercer interfecto pulula chupando cámara.

Llegó la presentadora algo tarde y jadeando, al estilo de la chica apenas momentos antes, y mientras recupera el resuello y algo balbuceante, da paso a publicidad mientras trata de enterarse. Y con el fin de la escena trato de recuperar el hilo, y afirmo con una gran pena que, por penes o por panas, si esto no cambia de rumbo tampoco es tan preocupante que el asteroide de marras acierte con su destino y empiece de cero el mundo. A mí me están entrando ya ganas.

Lo sabía. Nos extinguimos. Pero no va a ser por la estulticia galopante y generalizada que nos invade, como me temía. Tampoco va a tener que ver, al menos tanto como yo pensaba, el intento de la naturaleza de controlar nuestra expansión incontenible a través de la confusión de géneros y sexos, y mira que le tenía fe a esta teoría. No parece tampoco que la selección incomprensible de nuestros dirigentes vaya a influir de manera determinante en el fin de nuestro paso por la Tierra, aun siendo esta una de mis opciones más sólidas. El caso es que, como dando la razón a los que defienden nuestra presencia en una simulación casi perfecta, han puesto fecha al apagón de esta versión que, sea el número que sea, nos alumbra la existencia: 22 de diciembre de 2032, día del desenchufe.

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