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Cuando Sánchez no es serio, ni creíble ni realista
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Javier Caraballo

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Cuando Sánchez no es serio, ni creíble ni realista

Su propuesta de “unidad” solo es un señuelo para no debatir ni informar. Ni seria, ni creíble ni realista

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Fernando Villar)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Fernando Villar)
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Una pandemia devastadora, el desastre de Afganistán, una crisis energética descomunal, el encarecimiento desbocado de los precios, una guerra en Ucrania, amenazas de Tercera Guerra Mundial… ¡Hasta la erupción de un volcán! ¿Qué más tiene que ocurrir para que respondamos unidos? La pregunta que hace Sánchez es oportuna para devolvérsela tal como llega, como una bola de tenis. Y no por la sospecha que produce que quien solicita unidad en favor de España sea el autor del 'no es no', que es la única frase que está escrita en el libro de la confrontación política, manual de uso y costumbres de la clase política española. ‘No es no’, y esa es la única respuesta ante cualquier demanda. Y la razón es que ‘no es no’. Punto.

Pues bien, dejemos a un lado que quien tiene esas raíces políticas es quien exige ahora mesura, comprensión y entendimiento; pensemos que su petición es sincera y la contradicción, tan solo una más de sus rectificaciones. En lo que concierne a este momento político, el problema fundamental de la petición de unidad de Pedro Sánchez es que acaba convertida, como veremos, en un elemento más del deterioro parlamentario, de debilidad de la democracia española y de banalización lacerante de un bien político objetivo, como son los acuerdos de Estado. Para empezar, cuando lleva al Congreso de los Diputados su ‘oferta’ de pacto y de unidad, él mismo la ha adulterado, la ha contaminado. Si el presidente Sánchez se cree de verdad lo que dice, incluso si él mismo se toma en serio en sus discursos, debería empezar por reconocer que cuando uno se dirige al Congreso de los Diputados y solicita su respaldo, lo primero que tiene que hacer es respetar al Congreso de los Diputados. Empezando por la oposición; empezando por el principal partido de la oposición, el Partido Popular, sin cuyo concurso cualquier acuerdo no puede tener trascendencia de Estado. También al contrario, por supuesto.

La cuestión es que la primera quiebra del discurso de unidad de Pedro Sánchez es el mismo pleno de ayer. Se trataba de una comparecencia obligada por el último Consejo Europeo, que el presidente Sánchez ha aprovechado para meter en el orden del día todo lo que tenía pendiente: la crisis energética, la subida de precios, el papel de España en el fortalecimiento de la OTAN y la aceptación de la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara, la antigua colonia española. Hablar de todo para no hablar de nada. La burla al Congreso empieza ahí, con ese batiburrillo de orden del día, para que el debate pueda ir dando tumbos, como ocurrió, desde la factura de la gasolina hasta los refugiados de Ucrania o los campamentos de los saharauis; unos hablaban de los oligarcas rusos y otros contestaban con los oligarcas de las eléctricas; otros culpaban a los imperialistas de la OTAN del caos mundial y le respondían con la opresión del oligarca marroquí… En una asamblea parlamentaria, como el Congreso de los Diputados, con una lista interminable de intervenciones por la fragmentación política de las últimas elecciones, todo debate tiende al caos. Cuando se le añade un orden del día disperso e inabarcable, la única conclusión es que lo que se pretende es eludir el debate, que es lo que menos interesa, y pasar el trámite confundido en medio de esa polvareda.

No era unidad lo que buscaba Pedro Sánchez, sino bronca y confusión, sobre todo esto último, para camuflar que su consideración democrática del poder legislativo es la de un mero actor secundario, una muleta del Gobierno. O peor aún, una muleta del presidente del Gobierno, porque ni el Gobierno, que es a quien compete diseñar y dirigir la política exterior (artículo 97 de la Constitución), ni la jefatura del Estado fueron informados del acuerdo con Marruecos. Como ha advertido en un artículo de opinión el catedrático emérito de Derecho Constitucional Manuel Aragón, el declive del sistema parlamentario español viene produciéndose desde hace años, pero es ahora, con este presidente del Gobierno, cuando resulta más preocupante por el talante político de Pedro Sánchez, propio de un régimen de ‘parlamentarismo presidencialista’, grotescamente contrario a nuestra Constitución.

Lo ocurrido con el cambio de política del Sáhara, el desprecio institucional absoluto que se demuestra al decidir y mantener en secreto las negociaciones con Marruecos, es irrebatible, en este sentido. Como se indicó aquí mismo, puede compartirse incluso que ese acuerdo es la menos mala de las salidas para resolver el conflicto territorial del Sáhara, pero ningún presidente está autorizado a adoptarlo pisoteando sus propios límites constitucionales. Todavía podría haber aprovechado el presidente Sánchez esta última comparecencia en el Congreso de los Diputados para haber mitigado su menosprecio institucional, pero no. Por eso, seguimos sin conocer, el Congreso de los Diputados sigue sin conocer, en qué ha consistido el acuerdo con Mohamed VI en aspectos esenciales como inmigración, las aguas territoriales de Canarias, ni del respeto a la españolidad de Ceuta y Melilla.

Pedro Sánchez se ha limitado a filtrar, días antes, la lamentable carta al monarca alauí y, desde entonces, repite siempre las tres palabras clave que la diplomacia internacional ha adoptado como indispensables en cualquier discurso favorable a la autonomía del Sáhara, bajo soberanía marroquí: “Seria, creíble y realista”. Es todo lo que sabemos, que es nada, un paraguas de diseño diplomático compartido por varios países, nada más. Y en las circunstancias en las que se produce, solo nos sirve de plantilla para conocer el verdadero objetivo de su propuesta de “unidad”. Ni pretendida, ni buscada ni deseada. Solo es un señuelo para no debatir ni informar. Ni seria, ni creíble ni realista.

Una pandemia devastadora, el desastre de Afganistán, una crisis energética descomunal, el encarecimiento desbocado de los precios, una guerra en Ucrania, amenazas de Tercera Guerra Mundial… ¡Hasta la erupción de un volcán! ¿Qué más tiene que ocurrir para que respondamos unidos? La pregunta que hace Sánchez es oportuna para devolvérsela tal como llega, como una bola de tenis. Y no por la sospecha que produce que quien solicita unidad en favor de España sea el autor del 'no es no', que es la única frase que está escrita en el libro de la confrontación política, manual de uso y costumbres de la clase política española. ‘No es no’, y esa es la única respuesta ante cualquier demanda. Y la razón es que ‘no es no’. Punto.

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