Matacán
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El 'escándalo black' de Martínez-Almeida
Este caso es equivalente al de las tarjetas 'black' y su problema como alcalde es cómo se puede aliviar la sensación de burla, de escarnio, de los ciudadanos
La alarma social es el barómetro de la corrupción, la que establece los decibelios de la repercusión política, la que traza los límites de la desvergüenza y la inmoralidad en los escándalos que conocemos. Ni siquiera la cuantía económica o la institución que se ve afectada por el fraude o la malversación son más importantes que la alarma social. Ese es el verdadero problema que tiene ante sí el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, por el escándalo de las mascarillas, el contrato que sirvió a dos tipos para forrarse en los momentos más trágicos de la pandemia.
Solo tenemos que fijarnos en algunos de los escándalos más importantes de los últimos años: el de los ERE en la Junta de Andalucía, por ejemplo. Más allá incluso de la cifra defraudada según las estimaciones judiciales (en torno a 800 millones de euros), lo que acabó encendiendo a la población fueron los destellos de desfachatez, de descaro sin límites, de alguno de los implicados. La certeza de que uno de los dirigentes socialistas de la época se gastaba el dinero en fiestas, prostitutas y cocaína atronó entre la ciudadanía con más gravedad que cualquiera de las noticias anteriores en las que se hablaba de ayudas a empresas concedidas arbitrariamente o de colocaciones de familiares o parientes, tan propias y habituales del clientelismo político. Lo mismo ocurrió con el escándalo de las cajas de ahorros. El desfalco milmillonario de esas entidades —la cantidad exacta es incalculable, pero desorbitada, en cualquier caso— no provocó tanta irritación entre la ciudadanía como el escándalo de las tarjetas 'black' de Caja Madrid.
Ese fue el punto de inflexión, ahí se jodió España, que diría Santiago Zavala; esa fue la gota que colmó el vaso de la paciencia y comenzó el declive de la clase política que, desde entonces, viene dando tumbos hacia los extremos. La crisis económica y financiera se desató en 2007; el presidente socialista Zapatero volvió a ganar las elecciones en 2008 y no fue hasta 2011 cuando, al borde del abismo, abandonó Lla Moncloa por la puerta chica. Comenzaron los ajustes presupuestarios, las durísimas restricciones de la Unión Europea, y el personal aguantaba sin grandes alteraciones electorales hasta que, en diciembre de 2013, se conoció el uso de unas tarjetas opacas entre los consejeros de Caja Madrid.
En 2014, el mapa político explosionó, el bipartidismo saltó por los aires porque, como se apuntó aquí entonces, lo que no pudo soportar ya el personal fue que, encima, se burlasen de él, como si le escupiesen en la cara. No tenían bastante aquellos consejeros con embolsarse 400.000 euros anuales, o dos millones los presidentes, sino que además les daban una tarjeta de dinero negro para que cargasen ahí todos los lujos y caprichos, desde las bebidas para una fiesta particular hasta los hoteles o la ropa íntima de sus amantes. El importe de lo defraudado por las tarjetas 'black', en torno a los 12 millones de euros, es una cantidad irrisoria, insignificante en el total del desfalco de las cajas de ahorros, pero la repercusión social, la alarma que despertó en la ciudadanía, fue la que convirtió aquel escándalo en un punto de no retorno, una ola repentina que lo arrasa todo.
Las decenas de miles de millones que se gastaron en la pandemia, por el procedimiento extraordinario de urgencia que estableció el Gobierno para acelerar la compra de materiales sanitarios, van a provocar, sin ninguna duda, un rosario de procedimientos judiciales por la irregularidad de algunos contratos. Desde el mismo año de 2020, hay investigaciones judiciales en curso que, con seguridad, acabarán afectando a instituciones de todos los niveles del Estado, locales, provinciales, autonómicas y nacional. Todo eso ya se conocía, sí, pero es el escándalo del Ayuntamiento de Madrid el único que ha traspasado los límites de la paciencia, el único de los conocidos hasta ahora que provoca alarma social. Solo hay que pensar en el escalofrío que produce que en el ayuntamiento de la capital de España un par de pícaros —sin entrar en otras consideraciones políticas— puedan llenarse los bolsillos sin que nadie se percate de nada; ningún control, ningún funcionario, ninguna inspección o revisión posterior.
Solo el testimonio en El Confidencial de uno de esos tipejos, Luis Medina, la pasmosa naturalidad con la que contaba cómo se ganó un millón de euros con solo conseguir el teléfono de un cargo público, produce urticaria y nos inflama el ánimo. Imposible que a cualquiera no se le quede cara de imbécil al escuchar sus explicaciones. Y cara de engañado, de timado, de burlado, de pitorreado, por el recochineo posterior del gasto en Rolex, yates, juergas y Ferraris. No le bastarán al alcalde de Madrid con las auditorías, internas y externas, que ha decidido encargar, ni con su decisión tardía de personarse como perjudicado en los tribunales. Mucho menos le bastarán a Martínez-Almeida las explicaciones que ha aportado para justificar la participación de un primo suyo en este escándalo.
Este caso es equivalente al de las tarjetas 'black' y su problema como alcalde es cómo se puede aliviar la sensación de burla, de escarnio, de los ciudadanos, no solo de los madrileños. La imagen de hombre campechano, sencillo y cordial, que tanto sorprendió cuando, inesperadamente, alcanzó la alcaldía de Madrid se ha hecho añicos en cuatro o cinco semanas. Ahora parece el político que nunca se entera de nada, ni cuando en su partido le pusieron espías a su lado para acosar a Isabel Díaz Ayuso, ni cuando su primo ejercía de contacto con comisionistas desaforados que se ponen las botas a costa del Ayuntamiento de Madrid.
La alarma social es el barómetro de la corrupción, la que establece los decibelios de la repercusión política, la que traza los límites de la desvergüenza y la inmoralidad en los escándalos que conocemos. Ni siquiera la cuantía económica o la institución que se ve afectada por el fraude o la malversación son más importantes que la alarma social. Ese es el verdadero problema que tiene ante sí el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, por el escándalo de las mascarillas, el contrato que sirvió a dos tipos para forrarse en los momentos más trágicos de la pandemia.
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