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El hartazgo del catalán 'per collons'
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Javier Caraballo

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El hartazgo del catalán 'per collons'

Están dispuestos a llevar la inmersión lingüística hasta el vientre materno, como ese nuevo anuncio de aplicar la exclusión del castellano también desde los cero a los seis años

Foto: Manifestación a favor de la inmersión lingüística en Barcelona. (EFE/Quique García)
Manifestación a favor de la inmersión lingüística en Barcelona. (EFE/Quique García)
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Al independentismo catalán siempre tendremos que agradecerle su sinceridad abrupta. No sabemos si es por despecho, por chulería o por su propia simplicidad, una ideología ramplona y populista, nada sofisticada, pero la cuestión es que esta gente no disimula. Siguen en lo suyo, sin perder la linde. En la típica entrevista de las vacaciones de agosto, el presidente catalán, Pere Aragonès, ha contado que es muy bueno haciendo arroces a la cazuela, al estilo de su abuela, que era de Palamós, y que lo que más le gusta de la cocina es la paciencia que se requiere. ¿Por qué? Porque esa es el arma fundamental de un independentista, la paciencia.

De forma que, ahora que se han levantado del batacazo de la declaración de independencia de 2017, se han dado cuenta de que tienen que cambiar de estrategia, volver unos pasos atrás y persistir en la elaboración del caldo social necesario para que, la próxima vez que se decidan a dar el salto, el resultado no sea un engrudo, como el de antes. En su entrevista de vaqueros, camisa remangada y paseo junto al mar, en 'La Vanguardia' Aragonès lo ha explicado así: “La buena política necesita paciencia. A mí me inspira Gramsci: necesitas la hegemonía cultural y luego vienen las victorias políticas. Las transformaciones, la construcción de mayorías sólidas, también para la independencia, necesitan tiempo”. Como podrá comprobarse, se trata de un pensamiento genuino de inspiración totalitaria, expuesto sin reparo alguno: frente a la diversidad, la uniformidad.

Foto: La presidenta de JxCAT, Laura Borràs. (EFE/Toni Albir) Opinión

Hegemonía cultural… En fin, sin dramatizar, apuntemos simplemente —porque es obligado antes de seguir— que ninguna sociedad acaba bien cuando emprende esos caminos de imposición social y cultural. Porque ya sabemos lo que ocurre, las atrocidades que pueden provocar. Los nazis, en sus orígenes, tenían una palabra para todo esto: ‘Gleichschaltung’, que quiere decir sincronización. Un proceso de unificación de la vida social y política, que abomina del pluralismo y trabaja intensamente para que sea la propia sociedad la que promueva la autocensura y rechace o margine las acciones que cuestionen la hegemonía cultural.

Sin dramatizar, repetimos, pero vamos a ponerles nombre a las cosas, sin pasarlas por alto. Solo eso. Y ahora volvamos a este Pere Aragonès relajado a pie de playa. Bien podríamos concluir que, una vez que los tribunales y la cárcel han persuadido al ‘valiente independentismo’ de aprobar nuevas leyes ilegales, la gran decisión política ha sido la de intensificar las políticas de la ‘hegemonía cultural’, que ya se practican desde los años ochenta. La más importante de todas ellas, la inmersión lingüística, y por eso se aprobó, justo antes del verano, la reforma de la ley. Como ya se dijo en junio pasado, el objetivo fundamental de esa reforma es intentar eludir los tribunales de Justicia, que vienen condenando desde antiguo a la Generalitat de Cataluña por no respetar el castellano en los centros educativos, como lengua oficial del Estado, ni siquiera en el mínimo porcentaje del 25% de las asignaturas.

Foto:  La jurista Teresa Freixes (c). (EFE/Quique García)

Con esa ley nueva, aprobada por una amplia mayoría, incluyendo al Partido Socialista, se establece que el catalán es la lengua propia de Cataluña y, por tanto, la que es “normalmente utilizada como vehicular y de aprendizaje”, mientras que el castellano se califica como también “lengua curricular”, pero se utilizará según los criterios lingüísticos que fije cada centro.

Ya veremos qué ocurre con esa nueva ley, si se confirman los vicios de inconstitucionalidad que ya ha detectado el propio Tribunal Superior de Justicia de Cataluña. Pero, entre tanto, conviene apartarse de la melé política por un momento y volver la mirada hacia lo que está ocurriendo fuera de las escuelas. Porque resulta que, por descaradas que sean las ansias totalitarias de Pere Aragonès, en una sociedad esos intentos de imposición no siempre tienen el efecto requerido. Se trata de un simple mecanismo sociológico de ‘acción, reacción’ que puede provocar en la sociedad lo contrario de lo que se persigue. Sucede en las dictaduras y, por supuesto, también en sociedades democráticas como la nuestra.

Foto: El 'conseller' de Educación, Josep González Cambray. (EFE/Quique García) Opinión

En Cataluña ya está pasando, y eso es lo más relevante. Todas las encuestas que se realizan inciden en lo mismo: el uso social del catalán, sobre todo entre los jóvenes, está descendiendo. Pueden hablarlo en clase, en el recreo y hasta en la sopa, pero cuando salen a la calle y se van con sus colegas, hablan castellano. En el debate aquel de junio en el Parlamento de Cataluña, cuando la aprobación de la nueva ley de inmersión, lo estuvo contando Alejandro Fernández, el discreto y pertinaz líder del Partido Popular en Cataluña, mientras muchos independentistas lo miraban con gesto serio, como de contrariedad o fastidio.

Lo bueno que tiene este hombre como dirigente político es que, en estos debates, opta por los datos, en vez de las pasiones. Es decir, la táctica más eficaz, aquella que suele resultar incontestable; la táctica de lo irrefutable, que es la contraria a la de los insultos y las descalificaciones. No solo es que la inmersión lingüística sea una anomalía democrática y social que no sucede en ninguna otra parte del mundo donde conviven dos lenguas oficiales (como Finlandia, Eslovaquia, Gales, Malta, Bélgica, Luxemburgo, Irlanda o Suiza), sino que, además, es perjudicial para el catalán. Alejandro Fernández citó la teoría del escritor y filósofo Miquel Porta Perales, para quien el estancamiento y retroceso del catalán en ciertos sectores de población se deben a un rechazo de la sociedad ante la imposición, igual que ha podido ocurrir en otros momentos de la historia.

“La política lingüística de la Generalitat de Cataluña ha creado anticuerpos, porque el catalán se ha latinizado”, sostiene Porta Perales. El bombardeo constante de una lengua en una comunidad bilingüe y la persecución de la otra, sobre todo cuando esta última es la segunda lengua más hablada del mundo, puede producir lo contrario a lo que se busca: antipatía, rechazo y aborrecimiento. La mala noticia es que esos planes existan en España; la buena noticia es que los planes totalitarios no son tan fáciles de ejecutar en una democracia. Y esa es la contradicción que más debe irritar al independentismo, por eso nunca les parece suficiente.

Están dispuestos a llevar la inmersión lingüística hasta el vientre materno, como ese nuevo anuncio de aplicar la exclusión del castellano también desde los cero a los seis años. Si la inercia social no funciona, si la sociedad no reacciona como parece que va ocurriendo, todo irá a peor. Solo cabe confiar en la rebeldía social o, por lo menos, en la lógica pragmática que siempre fue característica de los catalanes. Como ese refrán tan propio que habla de los problemas que acarrea hacer las cosas por las bravas: “Els diners i els collons, per a les ocasions” (“El dinero y los cojones, para las ocasiones”). Pues eso, el catalán por cojones lo que puede provocar es hartazgo social.

Al independentismo catalán siempre tendremos que agradecerle su sinceridad abrupta. No sabemos si es por despecho, por chulería o por su propia simplicidad, una ideología ramplona y populista, nada sofisticada, pero la cuestión es que esta gente no disimula. Siguen en lo suyo, sin perder la linde. En la típica entrevista de las vacaciones de agosto, el presidente catalán, Pere Aragonès, ha contado que es muy bueno haciendo arroces a la cazuela, al estilo de su abuela, que era de Palamós, y que lo que más le gusta de la cocina es la paciencia que se requiere. ¿Por qué? Porque esa es el arma fundamental de un independentista, la paciencia.

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