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Si eres gay, ¿no puedes ser de derechas?
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Javier Caraballo

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Si eres gay, ¿no puedes ser de derechas?

La vinculación absurda de una condición sexual con la ideología tiene que ver, sobre todo, con la superioridad moral de la izquierda, nacida de una evidencia que no gusta a la derecha

Foto: La vicepresidenta segunda y líder de Sumar, Yolanda Díaz. (EFE/José Manuel Vidal)
La vicepresidenta segunda y líder de Sumar, Yolanda Díaz. (EFE/José Manuel Vidal)
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Un hombre homosexual. Sin más, homosexual. ¿Puede ser también de derechas? La pregunta es tan estúpida, tan imbécil, que, si merece la pena detenerse en la duda, es porque ofrece un buen retrato de quien la formula, de la persona en cuestión, de su limitación mental, y también de la ideología a la que hace referencia, en este caso la izquierda. O las izquierdas, porque, si lo pensamos, es ahí donde se originan la mayoría de los estereotipos que relacionan la ideología con la naturaleza humana. ¿Es porque la ideología de izquierdas es más sectaria que la de derechas? Eso ya nos llevaría a otro debate, pero, desde mi punto de vista, no es el sectarismo, que está repartido por igual en todo el arco ideológico y se afila, como una navaja, cuando más se fanatiza el pensamiento. La vinculación absurda de una condición sexual con la ideología tiene que ver, sobre todo, con la superioridad moral de la izquierda, nacida de una evidencia que no gusta a la derecha: las grandes conquistas de derechos sociales se producen siempre por el impulso de movimientos y gobiernos de izquierda. Ese impulso inicial es el que les lleva a la apropiación ad infinitum de las conquistas sociales.

Ocurre con todo, desde las pensiones hasta el mundo gay. Pero la realidad que vemos, aunque haya que seguir consolidándolas, es que todas esas conquistas sociales forman ya parte de nuestras democracias, de nuestro Estado de derecho, y no se cuestionan cuando un Gobierno de izquierdas pierde el poder y lo sustituye uno de derechas. La derecha europea, y también la española, por supuesto, es garante de esas conquistas, al igual que la izquierda, ya sean las pensiones o el matrimonio de parejas homosexuales. Esa realidad no se altera ni siquiera cuando gana las elecciones un partido de extrema derecha y aprueba, como ha ocurrido en Hungría, nuevas leyes contra los derechos del colectivo LGTBI. De forma inmediata, es el resto de la Unión Europea el que se activa contra ese país, lo denuncia en los tribunales y en los organismos europeos, y acabará doblándole el pulso con sanciones y condenas, hasta que se restituya la normalidad legislativa que exige un club de países como este al que pertenecemos.

Foto: Manifestación del Orgullo 2022 en Madrid. (EFE/Emilio Naranjo)

Habrá quien objete, con razón, que no solo es la extrema derecha la que supone una amenaza para los homosexuales, que ahí están los precedentes de países comunistas. Es verdad, en la Rusia de Stalin o en la Cuba de Castro, la homosexualidad se castigaba con largas penas de cárcel, con torturas y con trabajos forzados; se pensaba que la homosexualidad era un vicio propio de aristócratas y fascistas. En todo caso, al margen de los extremos, la tesis esencial de la superioridad moral de la izquierda europea es la que se mantiene, por las razones expuestas. Y puede entenderse, como queda dicho, que se reivindique la autoría de todos esos derechos, pero pretender ir más allá es querer adentrarse con paso firme en el ridículo.

Es lo que ha ocurrido en estos días de campaña electoral con Yolanda Díaz, la nueva líder de la izquierda comunista española, que ahora se llama Sumar. La líder gallega estaba en un programa con el famoso presentador Jorge Javier Vázquez, el autor de la frase “este programa es de rojos y maricones”, referido a su programa anterior de casquería. “Nunca entenderé que un gay vote a la derecha”, dijo el presentador, y la vicepresidenta asintió. “Están votando formaciones políticas que restringen sus derechos”, añadió, como para corroborar la incompatibilidad de ser homosexual y de derechas. Están tan convencidos de que eso es así que hasta Pablo Iglesias va a hacer un programa en su cadena que se llame, directamente, Rojos y maricones, según ha anunciado.

Aquí, entre nosotros, la cuestión se resuelve rápida: el retrógrado es el que piensa que ser homosexual y de derechas es algo incompatible

En fin, que lo que sorprende de que Yolanda Díaz suscriba una bobada como esa de que un homosexual no puede votar a la derecha, es que fue ella, precisamente ella, la que se encargó hace poco de desmontar otro de esos estereotipos políticos absurdos, como que un hombre de izquierdas no es machista porque es de izquierdas. “Son un peñazo —dijo Yolanda Díaz—. Se creen que no son machistas porque son de izquierdas y vienen laureados”. Qué pena que se le agote ahí el entendimiento y no alcance a ver que exactamente lo mismo ocurre con otros muchos dogmas estultos con los que la izquierda de democracias europeas intenta justificarse. Al final, se convierten en elementos de debate contraproducentes para ellos mismos, para sus intereses políticos, porque se limitan a crear artificialmente enemigos y amenazas donde no existen. A partir de peligros inexistentes, se recrean una realidad y una sociedad virtual con la que retroalimentan sus discursos, pero que tiene que ver poco con los problemas de su electorado potencial.

Foto: Una marcha LGBT en México. (EFE) Opinión

Es una verdad constatable que a muchos dirigentes de la derecha española les ha costado asumir la normalidad legislativa de las relaciones homosexuales, especialmente en lo concerniente al matrimonio, pero ya es una cuestión superada plenamente. Aquello tan delirante que dijo en su día Ana Botella (“Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas”) ya no está en el debate político y, aunque la impulsora de esos derechos fuese indudablemente la izquierda socialista, de lo que hay que alegrarse, sobre todo en un país como España, es de que, pasados unos años, se asuman plenamente por parte de las fuerzas mayoritarias. A partir de ahí, a mirar hacia delante y dar nuevos pasos.

En pocos días, estaremos en el mes del Orgullo gay, extendido ya por el calendario a partir del día internacional, que se celebra el 28 de junio. Si comparamos estas polémicas domésticas con la realidad de decenas de países en los que la homosexualidad se paga con la muerte, veremos que es una frivolidad insostenible. Además de consolidar los derechos que ya se disfrutan en nuestras democracias, lo que debemos exigirnos todos es que, en adelante, se señale y se penalice a esos países que condenan la homosexualidad, en vez de premiarlos o agasajarlos, como tantas veces vemos, especialmente con algunas dictaduras islámicas. Aquí, entre nosotros, la cuestión se resuelve rápida: el retrógrado es el que piensa que ser homosexual y de derechas es algo incompatible.

Un hombre homosexual. Sin más, homosexual. ¿Puede ser también de derechas? La pregunta es tan estúpida, tan imbécil, que, si merece la pena detenerse en la duda, es porque ofrece un buen retrato de quien la formula, de la persona en cuestión, de su limitación mental, y también de la ideología a la que hace referencia, en este caso la izquierda. O las izquierdas, porque, si lo pensamos, es ahí donde se originan la mayoría de los estereotipos que relacionan la ideología con la naturaleza humana. ¿Es porque la ideología de izquierdas es más sectaria que la de derechas? Eso ya nos llevaría a otro debate, pero, desde mi punto de vista, no es el sectarismo, que está repartido por igual en todo el arco ideológico y se afila, como una navaja, cuando más se fanatiza el pensamiento. La vinculación absurda de una condición sexual con la ideología tiene que ver, sobre todo, con la superioridad moral de la izquierda, nacida de una evidencia que no gusta a la derecha: las grandes conquistas de derechos sociales se producen siempre por el impulso de movimientos y gobiernos de izquierda. Ese impulso inicial es el que les lleva a la apropiación ad infinitum de las conquistas sociales.

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