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Matacán
Por
El PNV, nuestro nacionalista insaciable
Ya sabemos que los nacionalismos son insaciables, pero es un error despreciar a los nacionalistas vascos moderados en vez de atraerlos a un pacto de estabilidad constitucional
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Tenemos que pensar, antes que nada, si a los nacionalistas vascos del PNV le debemos aplicar aquella frase de Kissinger (o de Roosevelt, porque hay distintas versiones) sobre los dictadores sudamericanos que eran ‘amigos’, aunque fueran unos hijos de perra. Son nacionalistas insaciables, lo sabemos, pero son nuestros nacionalistas. Realpolitik, pragmatismo político y experiencia histórica. Eso es lo que tenemos que pensar, si merece la pena en la España actual otorgarle esa consideración al histórico Partido Nacionalista Vasco por las ventajas que puede acarrear, como ha ocurrido en todo el período democrático cuando se han prestado de bisagras de las mayorías a izquierda y derecha.
Que sí, vamos a repetirlo otra vez, que son insaciables en sus demandas, pero con la misma firmeza se debe decir que el PNV tiene demostrado en el Congreso de los Diputados que es una minoría en la que se puede confiar porque siempre suele cumplir los acuerdos que alcanza. Nada que ver con Esquerra Republicana, que tiene su prioridad en el deterioro de la estabilidad constitucional, y mucho menos con los cafres sediciosos del fugado. A los herederos de ETA no hace falta ni mencionarlos, con lo cual volvemos a la tesis anterior. Son los más fiables, dentro de que son nacionalistas y siempre actuarán como tales ideologías, excluyentes y privilegiadas. Son insaciables, pero no traicionan la palabra dada.
Habrá quien diga al instante que el PNV traicionó al Gobierno de Mariano Rajoy cuando apoyó la moción de censura de Pedro Sánchez, en junio de 2018, a pesar de haber pactado, y aprobado, pocos días antes los presupuestos generales del Estado con el Partido Popular. Es verdad, eso fue lo que ocurrió, pero ya es hora de que algunos dirigentes del PP de entonces cuenten abiertamente lo que sólo confiesan en privado, que los peneuvistas se mantuvieron fieles hasta que Ciudadanos se decidió a apoyar la moción de censura del PSOE. En ese momento, cuando ya todo estaba perdido para el Gobierno de Rajoy, los diputados del PNV recibieron la ‘carta de libertad’ por parte de Rajoy para que actuaran de la forma que más les podía convenir.
Fue Albert Rivera, en fin, quien apuñaló al Gobierno del Partido Popular por la sencilla razón de que el líder de Ciudadanos se veía ganador si Pedro Sánchez cumplía su promesa de convocar elecciones generales de forma inmediata… ¡La primera promesa de Pedro Sánchez! El incauto de Albert Rivera se lo creyó y desde aquel primer engaño, hasta hoy… Pero esa es otra historia, así que volvamos a la confianza que se debe depositar en el PNV con el único objetivo de frenar la radicalización exponencial que se ha vivido en la última década. Un pacto de estabilidad institucional, y respeto constitucional, que detenga la deriva en la que estamos. También el PNV se tiene que enterar de esto, por cierto.
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La reacción sobreactuada del Partido Popular de Feijóo, al lanzarse en tromba contra la cesión del famoso palacete de París, es la que nos lleva a la consideración de que es mejor confiar en el PNV, a pesar de todo lo que sabemos, que despreciarlo en su papel de bisagra en el Congreso de los Diputados. Se entiende mucho menos en un partido como el PP que lo que menos necesita es regodearse en un aislamiento que carece de sentido político. Existen motivos suficientes para rechazar las estrategias tramposas del Gobierno de Sánchez sin cargar contra los diputados peneuvistas, a los que volverán a llamar en la siguiente legislatura que los necesiten. Por supuesto que la cesión del palacete, si fuera el caso, tendría que haberse realizado a favor de la comunidad autónoma vasca por muchas y diversas razones.
La menor de todas ellas, desde luego, no es el papel que jugó el PNV en la Guerra Civil, ya que tanto se invoca la devolución del palacete como un acto de ‘justicia histórica’. Más allá incluso de la absoluta falta de lealtad a la causa de la República, como ocurrió en Cataluña, los nacionalistas vascos, con el lendakari José Antonio Aguirre a la cabeza, negociaron secretamente con las tropas golpistas en los meses previos al alzamiento del 18 de julio. Todo eso va implícito en la crítica al carácter insaciable del nacionalismo, pero hay formas de hacerlo saber sin andar dándole patadas al tiesto, que es como suele expresarse el portavoz parlamentario del Partido Popular.
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Todos los privilegios de los que gozan en la actualidad las comunidades vasca y navarra tienen un sólido respaldo legal y constitucional y, si acaso, de lo único que podríamos lamentarnos inútilmente es de la existencia de esas concesiones durante la Transición. La adicional primera de la Constitución es la que “ampara y respeta los derechos históricos de los territorios forales” y gracias a ella se ha creado un sistema fiscal único en el mundo, que es altamente beneficioso para esas dos autonomías. “Lo irónico es que no sólo el País Vasco se ha llevado todo el salami, sino que ha empezado a cortar también la morcilla de los demás.
En estos momentos, el País Vasco no sólo se queda con el equivalente al 100% de todos sus impuestos, "sino que recibe transferencias netas de las comunidades autónomas del régimen común que tienen todas unas rentas per cápita más baja que la suya”, como concluía, para perplejidad de todos, el detallado estudio que publicaron en El Confidencial Jesús Fernández-Villaverde y Francisco de la Torre Díaz. En las negociaciones políticas de la Transición, fueron los diputados de la minoría vasca quienes tuvieron la ‘habilidad’ de negociar la permanencia de ese sistema foral, al igual que viene ocurriendo, también durante la dictadura franquista, desde la primera mitad del siglo XIX, tras la primera guerra carlista. Los diputados catalanistas, por el contrario, rechazaron esa exclusividad, que ahora reclaman, al grito de “que recaude Madrid, que no hay nada más odioso que la recaudación”.
Unos y otros se han beneficiado también de un sistema electoral perverso, que favorece a los nacionalismos en perjuicio de los partidos de implantación nacional. El resultado nefasto es este que vemos siempre, que las mayorías de todo el Estado se configuran en muchos momentos gracias a los votos de los nacionalismos ricos del norte de España, que siempre exigen contraprestaciones equivalentes. Pero no se les puede culpar a ninguno de ellos de que los partidos mayoritarios, PSOE y PP, no hayan querido jamás cambiar ese statu quo, por mucho que sea evidente el daño que se provoca a la cohesión y al progreso de toda España, esa “España plural” de la que siempre hablan pero que ignoran. Con todos esos pesares, la evidencia nos demuestra que el PNV es un partido necesario, fiel y responsable en lo que acuerda, aunque como se decía al principio, sepamos bien qué se esconde detrás. Lo de Kissinger, o Roosevelt, cuando decían de un dictador venezolano, “es un hijo de perra, pero es nuestro hijo de perra”. Pues lo mismo ahora, son nuestros nacionalistas insaciables.
Tenemos que pensar, antes que nada, si a los nacionalistas vascos del PNV le debemos aplicar aquella frase de Kissinger (o de Roosevelt, porque hay distintas versiones) sobre los dictadores sudamericanos que eran ‘amigos’, aunque fueran unos hijos de perra. Son nacionalistas insaciables, lo sabemos, pero son nuestros nacionalistas. Realpolitik, pragmatismo político y experiencia histórica. Eso es lo que tenemos que pensar, si merece la pena en la España actual otorgarle esa consideración al histórico Partido Nacionalista Vasco por las ventajas que puede acarrear, como ha ocurrido en todo el período democrático cuando se han prestado de bisagras de las mayorías a izquierda y derecha.