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Todo lo que le debemos a Luis Rubiales
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Javier Caraballo

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Todo lo que le debemos a Luis Rubiales

El juicio, del que pronto conoceremos la sentencia, nos interroga también sobre los excesos que se cometen en nombre de las agresiones sexuales

Foto: El expresidente de la RFEF Luis Rubiales, a su salida de la Audiencia Nacional. (Europa Press/Matias Chiofalo)
El expresidente de la RFEF Luis Rubiales, a su salida de la Audiencia Nacional. (Europa Press/Matias Chiofalo)
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La culpabilidad de Luis Rubiales estaba demostrada y cumplida mucho antes de que comenzara el juicio de la Audiencia Nacional, del que pronto conoceremos la sentencia. La pena mayor a la que se podría haber condenado a ese tipo, que durante tantos años presidió como un emir la Real Federación Española de Fútbol, es la repulsa social generalizada que provocó su caída inmediata, abandonado por todos. Esa reacción de toda la sociedad es lo que siempre tendremos que agradecerle a Rubiales porque sólo un acto supremo de chulería y de prepotencia como el suyo simboliza esta nueva era de respeto, de rechazo absoluto a muchos actos de machismo, o de micromachismo, que deben erradicarse de nuestras vidas.

Este tiempo es otro, esta era es otra, y todo aquello que, en la relación de un hombre y una mujer, podía verse normal, o incluso divertido y aceptable, hace tres o cuatro décadas ya no tiene cabida en esta sociedad. La empleada que tiene que soportar los comentarios de su jefe de departamento sobre la silueta de su falda ceñida, las bromas pringosas que se revisten de piropos en la calle, las insinuaciones sobre la vida sexual de una compañera de trabajo… Y, por supuesto, un beso en la boca como el que Luis Rubiales le estampó a la jugadora Jennifer Hermoso cuando celebraban el triunfo en el Mundial de Fútbol Femenino. Este tiempo que vivimos, en el que el empoderamiento de la mujer y la igualdad real se contempla como la última gran revolución social de la humanidad, debemos agradecerle a un individuo como Luis Rubiales que su comportamiento arrogante, chulesco, desafiante haya acabado con todo debate al respecto. Las reglas sociales han cambiado y lo que antes pasaba desapercibido, ahora constituye un hecho inadmisible que nadie debe tolerar. Nadie como Rubiales nos ha podido enseñar más sobre qué significa el micromachismo.

A partir de ahí, de esa condena social, el debate añadido que se nos presenta es mucho más complejo de resolver. ¿Cómo se castigan esos actos de micromachismo? Y el beso, o el ‘piquito’, como tantas veces se ha definido, ¿estamos seguros de que debemos considerarlo un acto sexual? Esa es la controversia mayor que se deriva de este juicio y, por esa razón, también eso debemos agradecerlo a la prepotencia ostentosa de ese señor de Motril porque nos puede ayudar a delimitar ese tipo de delitos, que tanto se prestan a la demagogia y a la frivolización.

La supuesta agresión sexual sobre la que se enjuicia a Luis Rubiales se contiene en el vídeo de dos o tres segundos que “todo el mundo pudo ver”, como remarcó la fiscal en su informe final del juicio. Es cierto, todo el mundo pudo verlo y, por esa razón, podemos encontrarnos ante la paradoja de que esta sea la primera agresión sexual retransmitida en directo por televisión que, a continuación, se prolonga con declaraciones de los protagonistas, ante los micrófonos de uno de los programas de radio, el de la COPE, que retransmitía el evento, quitándole importancia a lo sucedido. “El beso no me lo esperaba, pero se va a quedar en una anécdota”, dijo la jugadora.

La abogada de Rubiales, la portentosa abogada Olga Tubau, una de las mejores penalistas que existe en España, es la que de una forma más eficaz ha puesto de manifiesto la contradicción que puede encerrar el hecho de que un comportamiento reprobable, censurable, de machismo no tenga por qué constituir necesariamente un acto de agresión sexual. Cuando interrogó a su defendido en el juicio, la letrada catalana se decidió por un cuestionario simple y escueto, doblemente eficaz. Nada más comenzar le hizo a Rubiales tres preguntas claves, sencillas y elementales. “¿Cuándo usted coge la cara de la señora Jennifer Hermoso lo hace con el fin de que no se pueda zafar del beso que le iba a dar?” “¿Percibió algún gesto o actitud de rechazo cuando le dio el beso?” “¿Aprovechó la cobertura que le daba ese momento de euforia y de celebración para, al dar ese beso, satisfacer un deseo sexual?” La respuesta de Rubiales a esas tres preguntas, negando los tres planteamientos, es la que nos hace dudar de la consideración de agresión sexual porque, como se decía antes, es verdad que todos pudimos ver lo sucedido.

Frente a la precisión de la abogada de Luis Rubiales, de la que nos gustaría presumir que ha aceptado defender este caso también por el interés social que supone la delimitación de los delitos de agresión sexual y el freno a las campañas de demagogia que lo mezclan todo; frente a su contundencia, en fin, la representante del Ministerio Fiscal se ha comportado durante el juicio como una incesante divulgadora de inconcreciones y sinsentidos. No es posible que haya otro juicio como este en el que el juez se ve obligado a rechazar tantas preguntas que, sencillamente, nada tenían que ver con los delitos que se juzgaban. Cada interrogatorio de la fiscal acababa como una nebulosa. La única frase contundente de Marta Durántez, teniente fiscal de la Audiencia Nacional, la incluyó en su informe final: "No les preocupaba Jenni Hermoso, les preocupaba su chiringuito". Esa es la única explicación del comportamiento del presidente de la Federación de Fútbol que ilustró su prepotencia en el palco, cuando se palpó la entrepierna en el palco, como una escena de Bigas Luna en ‘Huevos de oro’.

Foto: Imagen de la declaración de Jorge Vilda en una pantalla. (EFE/Sergio Pérez)

El chiringuito que tantas veces denunció El Confidencial y que a nadie le importó, lo que nos conduce a la última de las lecciones de este juicio que tenemos que agradecerle a Luis Rubiales. No hace falta un beso forzado, como una señal más de prepotencia, para que el comportamiento de una persona como Luis Rubiales deje de ser ejemplar. Los escándalos sexuales no pueden convertirse en la única vara de medir de nuestra sociedad. “Si él caía, caían todos”, añadió la fiscal Durántez y volvió a acertar en la clave del atosigamiento posterior, el acoso, a Jennifer Hermoso para que se prestara a una exculpación pública del beso que le estampó el mandamás para celebrar públicamente su dominio. Todo lo que le tenemos que agradecer a Luis Rubiales se escapa de este juicio, de las conclusiones que se alcancen, porque nos interroga como sociedad sobre unos hábitos machistas, o micromachistas, que debemos erradicar y sobre los excesos demagógicos de las agresiones sexuales que no se deben utilizar como única causa de alarma social.

La culpabilidad de Luis Rubiales estaba demostrada y cumplida mucho antes de que comenzara el juicio de la Audiencia Nacional, del que pronto conoceremos la sentencia. La pena mayor a la que se podría haber condenado a ese tipo, que durante tantos años presidió como un emir la Real Federación Española de Fútbol, es la repulsa social generalizada que provocó su caída inmediata, abandonado por todos. Esa reacción de toda la sociedad es lo que siempre tendremos que agradecerle a Rubiales porque sólo un acto supremo de chulería y de prepotencia como el suyo simboliza esta nueva era de respeto, de rechazo absoluto a muchos actos de machismo, o de micromachismo, que deben erradicarse de nuestras vidas.

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