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Matacán
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El emérito contra Revilla, tener razón y equivocarse
Juan Carlos de Borbón puede estar ofendido por el chuleo de quien consideraba amigo, pero ha vuelto a cometer un grave error
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El ciudadano Juan Carlos de Borbón ha vuelto a equivocarse, “¡por qué no te callas!”, habría que decirle para que deje de hacerle daño a su figura histórica y a la Casa Real. Ha decidido interponerle una demanda civil al expresidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, por haber ofendido su honor y cualquiera que sea el resultado, gane o pierda el pleito, no hay forma alguna de que Juan Carlos I, ni su hijo, Felipe VI, puedan salir beneficiados. Incluso en el supuesto de que encontremos motivos justificados para sustentar esa demanda, se trata de un error porque la naturaleza de este conflicto trasciende con mucho el plano personal en el que se enmarca la vulneración del derecho a la protección civil de nuestro honor, de la intimidad personal y familiar, y de la propia imagen.
La diferencia, como hemos remarcado otras veces, comienza en el momento en el que llegamos a la conclusión de que ni siquiera Juan Carlos de Borbón tiene derecho a emborronar la memoria histórica del pueblo español, orgulloso de la Transición tras la dictadura, de la que Juan Carlos I fue el principal protagonista. Se puede estar orgulloso del rey que heredó el poder absoluto del franquismo y lo depositó en las manos democráticas de la soberanía española y se puede detestar al ciudadano que ha admitido tener una fortuna oculta en paraísos fiscales, que ha defraudado a la Hacienda pública y que, por esa razón, ha fijado su domicilio fiscal fuera de España. Se puede admirar al monarca que consolidó en España una monarquía parlamentaria, que se ganó el respeto de la izquierda y de la derecha, y se puede repudiar a la persona que más daño le ha hecho a la estabilidad institucional y a la reputación de la Jefatura del Estado.
Esa doble interpretación del personaje público y del ciudadano que vive a 6.000 kilómetros de España es la que nos sirve para llegar a la conclusión de que la demanda civil al expresidente de Cantabria es un error. Por varios motivos. El primero de todos es que, en la actualidad, Miguel Ángel Revilla es un personaje más popular y querido en España que Juan Carlos de Borbón. El populismo de Revilla, se comparta o no, está fuera de toda duda, como demuestran sus éxitos continuados de público en programas de televisión o de radio, en conferencias y en publicaciones editoriales. Batalla perdida, de antemano.
Con un par de párrafos en la rueda de prensa que ofreció Revilla, tras conocer la demanda, basta para intuir la popularidad de su papel de víctima que le ha otorgado torpemente Juan Carlos de Borbón. Dijo así: “Yo admiraba al rey Juan Carlos. Lo veneraba… Pero cuando se descubre todo el pastel, se convirtió en la decepción de mi vida. Se me cayó un mito. Todo era mentira, estábamos ante un señor que se declaró apátrida del país en el que fue jefe de Estado. Lo que siempre diré es que hay algo más patriótico que llevar pulseras y mecheros con la bandera de España, que yo los llevo, por cierto; lo más patriótico es pagar impuestos”. Hágase la simple pregunta de cuántos cientos de miles de españoles, o millones, pueden hacer esa misma reflexión y entenderá que en esta batalla, como sucede en todo proceso judicial de esta naturaleza, el expresidente de Cantabria ya ha ganado el primer asalto. De forma contundente, además.
El principio fundamental de toda monarquía parlamentaria, a estas alturas de la historia, es la ejemplaridad de los representantes de la Casa Real. Y Juan Carlos de Borbón ha dejado de ser ejemplar hace mucho tiempo. Debe ser él la persona que mejor lo sabe porque su figura se acrecentó de forma espectacular en la Transición, no por su linaje, sino por su empatía. Su imagen cercana, sencilla, campechana… Todo aquello que se conoció como juancarlismo y que provocó que hasta los más firmes partidarios de la República se declarasen partidarios del monarca español. “Yo no soy monárquico, soy juancarlista”, como dijo Santiago Carrillo, siendo secretario general del Partido Comunista de España.
Cada aparición de Juan Carlos de Borbón que lo vincule con su pasado más oscuro, las décadas ominosas de este milenio, no sólo lo alejan a él de la ejemplaridad, como es obvio, sino que afecta inevitablemente a la Casa Real y a los múltiples y acertados intentos de su hijo, Felipe VI, para reconstituir el cariño, el prestigio y el respeto que su padre arruinó. Los episodios de Valencia, tras la DANA, son la mejor prueba. La campechanía y la espontaneidad de su padre sustituidas por la cercanía, el rigor y la altura institucional.
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Hay quien sostiene, y podemos compartirlo, que la demanda civil tiene un objetivo oculto, que sirva de ‘aviso a los navegantes’ para quienes pretendan ofenderlo en el futuro, sobre todo cuando decida volver a España para acabar aquí sus días. Y es verdad que Juan Carlos de Borbón se puede sentir traicionado por quien fue amigo y ahora se mofa de él, hasta con imitaciones burlonas sobre su forma de hablar. Si se trata de eso, la demanda también es una grave equivocación. Por dos motivos. Porque el respeto de los españoles que están ofendidos con su comportamiento no se reconquista con pleitos sino con el reconocimiento de sus equivocaciones o, por lo menos, si pensamos que eso ya no es posible, con el silencio, la discreción y la humildad. Y en segundo lugar porque es muy improbable que una demanda como esta pueda acabar victoriosa en los tribunales, una vez que finalice el proceso judicial que puede durar dos años o más.
Sostiene mi compañero José Antonio Zarzalejos en su libro ‘
El ciudadano Juan Carlos de Borbón ha vuelto a equivocarse, “¡por qué no te callas!”, habría que decirle para que deje de hacerle daño a su figura histórica y a la Casa Real. Ha decidido interponerle una demanda civil al expresidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, por haber ofendido su honor y cualquiera que sea el resultado, gane o pierda el pleito, no hay forma alguna de que Juan Carlos I, ni su hijo, Felipe VI, puedan salir beneficiados. Incluso en el supuesto de que encontremos motivos justificados para sustentar esa demanda, se trata de un error porque la naturaleza de este conflicto trasciende con mucho el plano personal en el que se enmarca la vulneración del derecho a la protección civil de nuestro honor, de la intimidad personal y familiar, y de la propia imagen.