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Los verdaderos vampiros del PSOE
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Los verdaderos vampiros del PSOE

Si el PSOE dejara mirar a su derecha, observaría que su verdadero adversario político son los nacionalismos presuntamente de izquierdas. Los mismos que atacan al Estado

Foto:  (Imagen: Enrique Villarino)
(Imagen: Enrique Villarino)

Los anglosajones suelen decir que cuando alguien exagera, pierde los detalles. Y eso es, probablemente, el error estratégico de Pedro Sánchez. El secretario general del PSOE, cercado por las minas que él mismo ha colocado a su alrededor, y de tanto mirar hacia el Partido Popular para exacerbar la crítica política, ha olvidado que su 'enemigo' duerme en casa.

No en la calle Ferraz, como falazmente suele creer, sino en el enjambre de fuerzas políticas que han nacido en los últimos años y que han acabado por devorar al Partido Socialista. Y a las que les une un mismo cordón umbilical: el nacionalismo de izquierdas. Frente a otros momentos históricos, la construcción nacional (al menos en el caso español) tiene un fuerte componente presuntamente de izquierdas, al contrario de lo que sucedió en el periodo constituyente, cuando dos partidos de derechas y ciertamente burgueses (PNV y Convergència) tiraban del carro nacionalista.

Pablo Iglesias, por el contrario, ha entendido bien esta realidad, y eso explica que Podemos haya establecido una red de alianzas que, por el momento, le garantiza una fuerte presencia pública asumiendo demandas irrealizables sin coste político alguno. Sin esas alianzas, Podemos sería poco más que la vieja Izquierda Unida más las víctimas directas de los recortes y de la recesión. Pero esas alianzas, que Podemos denomina confluencias, son hoy un activo muy valioso en términos electorales que se irá diluyendo en el tiempo a medida que se vayan alejando los efectos de la crisis, y entonces empezarán los problemas serios en Podemos. Saturno, nuevamente, devorando a sus criaturas.

Es decir, una especie de ley de Wagner pero adaptada a las actuales circunstancias políticas. El economista alemán Adolph Wagner descubrió en la mitad del siglo XIX una verdad paradójica. Observó que el tamaño del Gobierno crece según prospera la renta de los ciudadanos, lo que 'a priori' es una contradicción. Se supone que los ciudadanos de un país avanzado tenderán a depender menos del Estado que los de una nación pobre. No es así. Wagner lo vinculó a una evidencia. Al hacerse las sociedades más complejas, las necesidades de gasto público aumentan. En países muy pobres, por el contrario, no hay demanda de bienes públicos, simplemente porque falta casi todo.

El argumento que ofrece la ley de Wagner se basa en que tanto la Administración central como el resto de estructuras territoriales asumen de forma recurrente nuevas funciones en aras de realizar mejor sus competencias. Y lo que ha pasado en España desde la Constitución de 1978 con la consolidación del Estado autonómico, es un buen ejemplo. De esta forma, sostenía Wagner, los poderes públicos satisfacen de forma creciente y de manera más completa las necesidades de la población.

Un aumento del 'output' privado, de hecho, requiere mayor inversión pública en capital físico o tecnológico. De lo contrario, se correría el peligro de que la producción privada fuera estrangulada por falta de infraestructuras. Y por eso, precisamente, crece el tamaño del sector público. Y también el número de partidos en los que la identidad nacional –articulada en torno a los sentimientos locales– juega un papel central. Las nuevas formaciones, por ello, tenderán a constituirse como partidos que competirán electoralmente con los partidos de ámbito estatal..

Futuro lúgubre

Al Partido Socialista (y en el futuro a Podemos) le sucede algo parecido. Las nuevas formaciones nacionalistas que se presentan como de izquierdas –que paradójicamente viven del desprestigio del Estado– tenderán a consolidarse con sus propias marcas en sus respectivos territorios (Cataluña, Galicia o Comunidad Valenciana), y eso explica que el futuro sea lúgubre para la izquierda, que además de sufrir la crisis global de la socialdemocracia, debe repensar su posición frente a lo que Rosa Luxemburgo llamaba la cuestión nacional.

Las nuevas formaciones nacionalistas que se presentan como de izquierdas tenderán a consolidarse con sus marcas en sus territorios

"El derecho de las naciones a la autodeterminación es una paráfrasis del viejo eslogan del nacionalismo burgués de todos los países y de todos los tiempos: el derecho de las naciones a la libertad y a la independencia”, sostenía la dirigente socialdemócrata alemana.

Un futuro lúgubre por su incapacidad para construir un proyecto nacional coherente para el conjunto del Estado y capaz de evitar la fragmentación por territorios de conceptos como la igualdad, la extensión de los derechos civiles o el propio Estado de bienestar. Y por eso resulta paradójico que la actual dirección del PSOE quiera presentar ahora –probablemente lo hará este lunes– a quienes pretenden acabar con la fortaleza del Estado para diseñar políticas públicas (sanidad, educación, pensiones…) como los potenciales aliados. O que se pretenda enfrentar a los trabajadores en función del territorio.

Bertolt Brecht, con razón, sostenía que de todas las enfermedades sociales el nacionalismo político es la peor, ya que irremediablemente se contagia. Y hoy, es una evidencia, la izquierda compite con los nacionalismos ‘clásicos’ reivindicando para sí el derecho a decidir, un concepto que tiene mucho más que ver con la construcción nacional que con una demanda de carácter estrictamente democrática, como hasta el propio Lenin advertía. Una especie de 'nacionalismo tardío', como lo han denominado algunos autores, pero sin el carácter liberalizador y hasta unitario (el Estado-nación) que tuvo el nacionalismo original.

La izquierda implantada en el conjunto del Estado debe revisar sus relaciones con los nacionalistas de izquierdas, que son su principal adversario electoral

De hecho, tanto las elecciones del 20-D como las del 26-J reflejan con nitidez la trampa en la que ha caído la izquierda, y, en concreto, el Partido Socialista (IU es hoy un fantasma), que incluso ha sido incapaz de articular una alternativa de Gobierno pese a sumar casi once millones de votos y 161 diputados en las primeras elecciones. Precisamente, porque el proyecto nacionalista-independentista –por supuesto legítimo– no encaja en el marco constitucional, y ningún partido con dos dedos de frente aceptaría el derecho de autodeterminación para cada uno de los territorios. Un planteamiento que ni siquiera cabe en la arquitectura normativa de la Unión Europea, que después del desastre de las guerras balcánicas no está dispuesta a aceptar nuevas naciones.

Adversario electoral

Es por eso que la reconstrucción del Partido Socialista –que necesita un Congreso con urgencia para redefinir su estrategia– no pasa en estos momentos por ser el sostén de la construcción nacionalista en sus diferentes versiones autonómicas. Por el contrario, la izquierda implantada en el conjunto del Estado debe revisar sus relaciones con los que se autocalifican como nacionalistas de izquierdas, que lejos de ser sus aliados son hoy su principal adversario electoral.

En el ADN del PSOE está el federalismo, que nada tiene que ver con el nacionalismo. Y Sánchez, que desde hace tiempo opera únicamente en una clave puramente orgánica –su propia supervivencia como secretario general– debería solo echar un vistazo a lo que le ha sucedido al PSC en Cataluña desde el tripartito. De ser un partido hegemónico ha pasado a ser irrelevante. O en Galicia, donde será con toda probabilidad la tercera fuerza política.

Como dice una veterana dirigente socialista, el PSOE es hoy un partido gripado y víctima de sus propias contradicciones que necesita un Congreso

Aunque parezca un juego de palabras, no lo es. No es lo mismo una izquierda con ribetes nacionalistas (como puede ser los laboristas británicos o, incluso, los demócratas de EEUU), que ser nacionalistas de izquierdas, donde el componente de sentimiento a una comunidad es más fuerte que el estrictamente ideológico (derecha e izquierda en sentido clásico).

Y cuya capacidad de influencia depende de las relaciones coyunturales con lo que de manera despectiva se llama 'Madrid': versión nacionalismo de izquierdas cuando gobierna el PP y versión nacionalismo de derechas cuando ha gobernado el PSOE, revelando un oportunismo político ciertamente singular que solo refleja intereses de clase. Pero no de las clases que dicen representar. Por eso, como dice una veterana dirigente socialista, el PSOE es hoy un partido gripado y víctima de sus propias contradicciones que necesita un Congreso como el comer. Y de paso, otro secretario general.

Los anglosajones suelen decir que cuando alguien exagera, pierde los detalles. Y eso es, probablemente, el error estratégico de Pedro Sánchez. El secretario general del PSOE, cercado por las minas que él mismo ha colocado a su alrededor, y de tanto mirar hacia el Partido Popular para exacerbar la crítica política, ha olvidado que su 'enemigo' duerme en casa.

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