Mientras Tanto
Por
Anatomía de un suicidio político
Con la caída de Errejón se acaba una época. La historia de la izquierda a la izquierda del PSOE es la misma que la de Penélope tejiendo y destejiendo hasta que vuelva Ulises a Ítaca. Pero Ulises tardará en llegar
El mundo Podemos comenzó a morir el mismo día de su nacimiento legal. O tal vez mucho antes. Cuando ni siquiera sus líderes sabían que algún día, ellos mismos, habrían de tener un papel determinante en la historia reciente de España. La fecha es, incluso, lo de menos, y por eso, tras el Caso Errejón, solo cabe recordar el encomiable y gélido comienzo de El Extranjero:
—Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: 'Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias'. Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer.
El personaje de Albert Camus no necesitaba conocer cuándo falleció su madre. Para él, era lo de menos, como sucede en el caso de la muerte del Podemos original —no del actual— y de sus confluencias. Sus fundadores no podían sobrevivir a una España que no era la que imaginaban y que solo conocían por la academia. Y lo que es peor, por las emociones, esa pulsión extraordinaria, tan necesaria, que a la vez representa, la mayoría de las veces, lo peor de la política. Las emociones, de hecho, son a menudo la representación formal de la antipolítica. El discurso vacuo que solo busca marginar la razón. Los aprendices de brujo que pululan en los entresijos de los partidos envileciendo la vida pública lo saben bien. Da voto, pero mata la política.
Cuando los dirigentes del mundo Podemos se dieron cuenta de que la España que imaginaron era distinta apostaron por la gobernabilidad, pero ya era demasiado tarde. El ejercicio del poder y los excesos en la oposición —ha pasado solo una década— se los ha llevado por delante. El alguacil alguacilado, que diría Quevedo. Errejón devorado por Errejón. Las revoluciones, ya se sabe, y el 15M fue nuestro mayo francés, tienden a liquidar primero a quienes sacuden a las sociedades de su incuria y de su letargo. Hoy, y aquí está la cruel paradoja, apenas una docena de años después, la extrema derecha merodea y crece sobre sus cenizas ocupando las calles con insolencia, sin complejos. Algo va mal, como diría Tony Judt.
Gobierno y oposición
No es que el mundo de Podemos haya muerto, como la madre anónima de El Extranjero, ni que a nadie le importe su supervivencia. Al contrario, ese espacio, desde el derrumbe del PCE en 1982, está ahí, y siempre buscará ocupante. Sumar, ante tanto titubeo, llegó varios años tarde para ocupar ese espacio. Ser Gobierno y oposición al mismo tiempo se antoja algo estrafalario.
Las emociones, de hecho, son a menudo la representación formal de la antipolítica. El discurso vacuo que solo busca marginar la razón
Otra cosa es la dimensión y la densidad de población de un territorio situado a la izquierda del PSOE que ahora se le ha hecho pequeño, muy pequeño, y hasta hostil. Pero pensar que sus ideas eran compatibles con los cinco millones largos de votos que obtuvieron en 2015 (el 20%) era, simplemente, una ensoñación. Una quimera. Desde entonces, se ha malgastado un increíble capital político con guerras estériles. A lo mejor, hay que decir, no podía ser de otra manera a la luz de la obstinada realidad, cuya transformación pasa por proyectos sostenibles en el tiempo y con dirigentes curtidos en el tajo. Si se empieza reivindicando la utopía, es más que probable que al final del viaje no haya pasajeros. En algún momento de la travesía alguien descubrirá que debajo de los adoquines de París no había arena de playa.
Hacer lo que hizo el mundo de Podemos, ocupar el poder, como si se tratara de un mecanismo de defensa, era no conocer la correlación de fuerzas. Es probable, incluso, que su discurso hubiera sido más eficaz desde fuera del Gobierno. Hasta el asunto Errejón hubiera sido un mal trago, pero desde el Ejecutivo todo es distinto. Se impone la fuerza bruta de la política, siempre inmisericorde y en ocasiones dispuesta a practicar el garrote vil a las primeras de cambio.
Sí, correlación de fuerzas, ese concepto de otra época que es tan útil para entender el momento histórico en un país acostumbrado a obedecer (para eso nacieron los poderes fácticos que coadyuvaron a desmembrar a Podemos desde las cloacas del Estado) tras dos dictaduras en el siglo XX, y que cuando se desata de las ligaduras, salvo en algunos momentos infrecuentes como sucedió en la Transición, tiende a desbarrar hasta que todo vuelve a su orden natural (que es el más artificial de todos porque desprecia el progreso).
Probablemente, por falta de cultura política, ese intangible que hoy tiende a desaparecer en las democracias liberales, arrastrada por la irrupción de las redes sociales y de la fuerza de la televisión para marcar la agenda pública. La política entendida como espectáculo —ahora voto izquierdas, ahora voto derechas, ahora la última moda— por cuya pasarela desfilan voraces salvadores de la patria embelesados en su propia podredumbre.
Los mismos errores
La ensoñación, en todo caso, fue tan trágica que la realpolitik les ha llevado en poco tiempo al suicidio político. Probablemente, porque sus dirigentes, y es lo que viene a decir la carta de Errejón desde un cierto arrepentimiento (también los presuntos culpables son a veces certeros en el análisis) cayeron demasiadas veces en los mismos errores, que ellos mismos criticaban con una severidad, a veces de forma despiadada y en la mayoría de las ocasiones sin compasión alguna. Esa virtud que ha claudicado en el discurso público.
El propio Errejón es hoy víctima y culpable de la deshumanización de la política, convertida en una batalla campal que no deja prisioneros. Todo el mundo sabe lo que pasó aquella noche, incluso hay quien ya ofrece en el telediario de turno un cuadro diagnóstico completo. Nunca el trabajo de forense fue tan fácil. Sin embargo, algunos de los que hoy vociferan contra Errejón, como si les fuera la vida en ello caerán con las mismas armas. La compasión es de cobardes, vienen a decir los tellados de turno (y hay muchos en todos los partidos). También en la izquierda.
El primer error del mundo Podemos fue no asumir que un porcentaje muy elevado de votos era prestado, y que solo podían permanecer dentro del cofre electoral si el capital era gestionado de manera humilde y, sobre todo, a largo plazo. Pero cuando el pequeño Robespierre se empoderó, como contó este periódico ya a principios de 2015, tras las elecciones municipales y autonómicas, y quiso entender fatalmente que estaba en la obligación de aprovechar su momento histórico, el castillo del nuevo mesías comenzó a desmoronarse, aunque desde dentro, no desde fuera, como cabría esperar. El olimpo de la liberación, a golpe de asalto a los cielos, cayó arrasado por el caballo de Troya que todos llevamos dentro y que todo lo aniquila. Y que es el que ha matado a tantos partidos en los últimos años después de crecer en aluvión, sin filtros. Fichando a sujetos sospechosos que solo buscaban medrar en la cosa pública. También cayó en celada el propio Errejón cuando conspiró contra Iglesias. El poder, siempre el poder.
El propio Errejón es hoy víctima y culpable de la deshumanización de la política, convertida en una batalla campal que no deja prisioneros
Es de sobra conocido que la capacidad de autodestrucción de una cierta izquierda, con un discurso a veces más parecido al de los años 30, es legendaria. Y una vez más, el asalto no venía de extramuros, sino que había sido incubado por el viejo vicio del sectarismo. O tú o yo. O lo que es lo mismo, la conspiración continua para matar herejes. El primero, ahí empezó todo, el propio Errejón y su atropellado discurso, que en una pirueta ideológica sideral quiso hacer compatible el populismo latinoamericano con la socialdemocracia renana. Un auténtico no va más, como en las partidas de ruleta. Después vinieron muchos más. La cacería había comenzado. Al final todos tomaron la misma cicuta, pero sin la dignidad de Cicerón, quien antes de ser asesinado dejó escrito que de la arrogancia nace el odio, y de la insolencia la arrogancia.
La cacería
La cacería es una seña de identidad de una cierta izquierda —por supuesto que también de la derecha atrabiliaria y ultramontana— que siempre ha confundido el poder con la política, que es, justamente, lo que caracteriza a quienes se dice combatir. El poder no tiene escrúpulos, como todo el mundo sabe desde Maquiavelo o desde Michels, pero la política, con su capacidad transformadora, es otra cosa, aunque a veces cuesta distinguir lo que parece igual, pero no lo es. Solo el poder es respetado para aniquilar al filisteo, decía el primer Lenin antes de que su heredero pasara de las palabras a los hechos. La política, por el contrario, busca mayorías y esa misma empatía que hoy, demasiado tarde, reivindica Errejón para sí, y que no tuvo, presuntamente, con sus víctimas. Ahí empezó todo. Se quiso acelerar la historia y al final volver a empezar, como en la película de Garci.
La cacería es una seña de identidad de una cierta izquierda —también de la derecha atrabiliaria— que siempre confunde poder y política
Los dirigentes del mundo Podemos cayeron en la misma trampa. No distinguir poder y política. O lo que es lo mismo, entender que las transformaciones que quedan en el tiempo son las que cuentan con una amplia mayoría social gracias a la política de alianzas (¿se acuerdan?)
Lo demuestra su propio modelo organizativo, articulado mediante un sinfín de reinos de taifas en los que cada dirigente marca su territorio: en Madrid, en Cataluña, en la Comunitat Valenciana… Allá donde alguien siente que es el líder, hay un partido político de izquierdas. O lo habrá. Cabeza de ratón antes que cola de león. Lo que ocurre es que el poder, ya sabe, tiende a ser endogámico, no se comparte. ¿El resultado? La huida de la política de muchos de quienes colaboraron en el acto iniciático, en aquel Vistalegre I en el que no cabía un alma. Desde entonces, y como en el hilo de Penélope, todo es un continuo tejer y destejer, pero sin un Ulises capaz de llevarlos a la victoria o, al menos, a la relevancia política, que no siempre se ejerce desde el poder. Troya destruido por los troyanos.
Errejón era el último superviviente, pero también ha caído, como aquellas fotografías del estalinismo de color sepia en las que iban desapareciendo a golpe de gulag quienes hicieron la revolución de octubre, que como todo el mundo sabe, fue en noviembre. Solo queda el pequeño Robespierre atrincherado en su castillo de papel. Eso sí, con un voluntarismo digno de elogio.
El mundo Podemos comenzó a morir el mismo día de su nacimiento legal. O tal vez mucho antes. Cuando ni siquiera sus líderes sabían que algún día, ellos mismos, habrían de tener un papel determinante en la historia reciente de España. La fecha es, incluso, lo de menos, y por eso, tras el Caso Errejón, solo cabe recordar el encomiable y gélido comienzo de El Extranjero: