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El triunfador de San Isidro es… el tendido siete
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El triunfador de San Isidro es… el tendido siete

El hooliganismo y dogmatismo del sector ultra desquicia una isidrada de poco brillo en el ruedo y de exasperante algarabía en la grada

Foto: Público asistente a la Feria de San Isidro en la plaza de Las Ventas de Madrid. (EFE/Juanjo Martín)
Público asistente a la Feria de San Isidro en la plaza de Las Ventas de Madrid. (EFE/Juanjo Martín)
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El análisis de las tres primeras semanas de San Isidro demuestra que la feria está resultando frustrante. Han escaseado los acontecimientos. Y se ha establecido una rutina de la mediocridad entre cuyas razones -el toro, los toreros- destaca la tiranía agotadora, exasperante, del tendido siete.

La madrasa de Las Ventas ha adquirido un peso determinante en la decadencia de la isidrada. Y sucedió desde el primer día, cuando las pancartas y las consignas del sector ultra saboteaban la feria antes de haber si quiera comenzado. Es el argumento que demuestra el propósito original de la conspiración, no digamos cuando comparecen las figuras. Y cuando el tendido siete refuerza o exhibe su dramaturgia incendiaria. Gritan “miau”. Agitan los pañuelos verdes. Y exhiben serruchos hiperbólicos para convencer a la plaza de la adulteración del afeitado.

Foto: Alejandro Talavante en Las Ventas. (EFE/Emilio Naranjo) Opinión
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Han pasado pocas cosas en la feria, decíamos. Detalles sueltos. Fogonazos. La mano izquierda de Castella. El temple de Aguado con el capote. La clarividencia de El Juli. El arrojo de Román y de Valádez. La entrega de Robleño. La calidad de Ginés Marín. El poder de Perera. La luz de Morante de la Puebla a media altura. El toreo caro de Jorge Martínez.

El balance se antoja tan precario como el “rendimiento” de las figuras. No ya Manzanares y Talavante, en flagrante crisis de identidad, sino Andrés Roca Rey, cuya capacidad de atracción en los tendidos no se ha correspondido con la reputación de su tauromaquia. El siete se propuso reventarlo.

Y puede decirse que lo consiguió. No ya desquiciando los humores de la plaza, sino convirtiendo Las Ventas en un tribunal insoportable.

Foto: Imagen de la plaza francesa de Dax en el festejo celebrado el 11 de septiembre. (R. A.)

Lástima que la indolencia y la pasividad de los restantes tendidos se haya resignado a la dictadura de los aficionados vocingleros. No son demasiados ni identifican al siete en su integridad, pero han adquirido una influencia desproporcionada con su griterío extemporáneo y sus palmas de tango.

Peor transcurre la feria, mejor le van las cosas a los hooligans del tendido siete. El dogmatismo de los saboteadores es tan elocuente como la arbitrariedad de su criterio. Lo demuestra la condescendencia con sus toreros fetiche y ganaderías favoritas. Empezando por un bravísimo ejemplar de José Escolar cuyo escasísimo trapío no incitó la menor protesta.

Condiciona la feria de San Isidro como si los aficionados radicales se observaran a sí mismos llamados a proteger la integridad de la Fiesta

Juzga y prejuzga el tendido siete. Intoxica la plaza. Y condiciona la feria de San Isidro como si los aficionados radicales se observaran a sí mismos llamados a proteger la integridad de la Fiesta después de habérnoslo pasado también en la feria de Sevilla. El siete opone el sufrimiento y el cilicio. La expiación del placer. El oscurantismo fanático de la tauromaquia.

No es fácil acudir a la plaza con un espectador laico. Con un amigo poco iniciado. Y explicarle los motivos por los que un sector de la plaza se propone cada tarde malograr la corrida y encabronar la feria. No, no es sencillo ni traducir las pancartas ni razonar todos los clichés que el siete amontona para sabotear las faenas. Que si el pico. Que si “crúzate”. Que si “fuera del palco”.

Foto: El diestro Julián López 'El Juli'. (EFE/Juanjo Martín)

No se puede atribuir al siete el deslucimiento de la isidrada, pero sí la capacidad de condicionamiento y de sugestión catastrofista. La feria degenera en un espectáculo sadomasoquista. Y demuestra que ha sido un acierto la jornada de descanso de los lunes. No por la saturación de los toros, sino por el agotamiento de la hinchada ultra-montana.

El análisis de las tres primeras semanas de San Isidro demuestra que la feria está resultando frustrante. Han escaseado los acontecimientos. Y se ha establecido una rutina de la mediocridad entre cuyas razones -el toro, los toreros- destaca la tiranía agotadora, exasperante, del tendido siete.

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