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¿Por qué no va a ser un torero vicepresidente del Gobierno?
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Rubén Amón

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¿Por qué no va a ser un torero vicepresidente del Gobierno?

El problema no es el oficio de Barrera —todo lo contrario—, sino la ideología retrógrada de Vox y las facilidades con que el PP se está entregando a los pactos con la ultraderecha

Foto: Vicente Barrera, junto a Carlos Flores. (EP/Rober Solsona)
Vicente Barrera, junto a Carlos Flores. (EP/Rober Solsona)
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"Pero Joaquín, ¿cómo has llegado a convertirte en gobernador civil de Huelva?", le preguntó Juan Belmonte a su exbanderillero Miranda. "Degenerando, maestro, degenerando".

La anécdota es bien conocida, pero tiene sentido evocarla ahora que Vox ha colocado a un matador de toros en el cargo de vicepresidente de la Generalitat. Se ha puesto en armas la progresía. No por la definición del cargo, sino por el oficio de Vicente Barrera. Torero, o más bien toricida, a semejanza de un asesino en serie o de un violador.

"Está mal planteado el debate. Porque el conflicto no consiste en que Vicente Barrera sea torero, sino en que milite en Vox"

"¡Un torero!", exclaman los editoriales y los columnistas de la izquierda purista. Como si un torero no pudiera dedicarse a la alta política. Como si fuera una categoría execrable de la sociedad. Y como si el representante de Vox significara una opción folclórica. Más aún cuando las atribuciones del puesto incluyen la Consejería de Cultura. "Toros y cultura". Qué vergüenza.

Está mal planteado el debate. Porque el conflicto no consiste en que Vicente Barrera sea torero, sino en que milite en Vox. Y en que sus funciones en la Generalitat obedezcan a un partido retrógrado cuyo programa y oscurantismo implican un deterioro de las normas de convivencia.

"El problema no es el torero, sino precisamente todo lo que trasciende al torero"

El problema no es el torero, sino precisamente todo lo que trasciende al torero. Me refiero a sus veleidades políticas —del PP a Vox pasando por UPyD—, a las simpatías con el franquismo y a la adhesión ideológica a la ultraderecha. Quiere decirse que el proceso degenerativo de Barrera —licenciado en Derecho— consiste en haber abdicado de su condición de maestro para convertirse en vicepresidente de la Generalitat. Y para propulsar desde la poltrona valenciana las peores ideas cavernarias.

Impresiona la cacería indiscriminada discriminatoria que ha emprendido la prensa del régimen contra la categoría del torero. Se diría que España la gobierna una exquisita clase senatorial. Y que la política debería prevenirse de alojar en su escrúpulo selectivo a los profesionales extravagantes. Un torero es inadmisible, en la percepción del columnismo justiciero.

Mi percepción es exactamente la contraria. Pudiendo ser torero, Barrera ha elegido dedicarse a la política. La ha blanqueado, como se dice ahora, aunque resulta lastimoso, penoso, que se perciba al nuevo vicepresidente de la Generalitat como la referencia nuclear o esencial de la tauromaquia.

Foto: Carlos Mazón con Esteban González Pons. (EFE/Manuel Bruque)

Barrera se representa a sí mismo y a un partido nauseabundo, pero la campaña mediática-antitaurina trata de identificarlo como la quintaesencia del toreo. Y como la prueba de la regresión ideológica. Pan y toros.

Se trata de una obscena manipulación. Y de un enfoque disuasorio que elude el verdadero debate, o sea, la escandalosa facilidad con que el PP ha permitido a Vox introducirse hasta las trancas en la Generalitat. El entreguismo de Carlos Mazón es tan elocuente como la connivencia de Génova 13. El propio Feijóo ha apoyado públicamente la capitulación del PP valenciano. Y ha tratado de encubrirla este fin de semana con los pactos constitucionalistas de los ayuntamientos de Vitoria y de Barcelona.

Hizo bien el líder gallego en neutralizar las alcaldías de Bildu y Junts en beneficio del PNV y del PSC. Se entiende menos, en cambio, que el PP haya salido en tromba para denunciar la lacra de la violencia de género mientras los populares pactan en Valencia con los mismos personajes que reniegan de su existencia. Y que la disipan en la abstracción de la violencia intrafamiliar. Lo único digno que contiene el acuerdo levantino es la profesión de Vicente Barrera. Un torero que se rebaja a la categoría de político.

"Dedicarse a la política está al alcance de cualquiera, pero dedicarse a la tauromaquia es un privilegio al alcance de muy pocos"

Dedicarse a la política está al alcance de cualquiera —lo demuestran los casos de Sánchez, Ayuso y Revilla—, mientras que dedicarse a la tauromaquia es un privilegio al alcance de muy pocos. Y no es que Vicente Barrera —su abuelo sí— fuera una primera figura, pero su personalidad, su temple y su desmayo dieron vuelo a faenas de mérito en los noventa.

Los toros no representan el franquismo ni el arcaísmo, sino la transgresión y la vanguardia. Su capacidad escandalizadora proviene del estupor estético y del espesor litúrgico. Y del descaro con que plantea todos los tabúes que la sociedad teme, incluidos la muerte, el erotismo, la masculinidad, la jerarquía, el misterio religioso, la pasión irracional, el heroísmo genuino.

La manipulación identitaria de la ultraderecha daña a la tauromaquia tanto como pueda hacerlo la ideología de Vicente Barrera, pero estremece el sesgo inquisitorial con que la intelectualidad de la izquierda y los voceros animalistas degradan la figura del torero a la marginalidad y la depravación, como si un torero representara la peor escala de la sociedad.

"Estremece el sesgo inquisitorial con que la intelectualidad de la izquierda degrada la figura del torero a la marginalidad"

Joaquín Miranda se desempeñó con pericia en su cargo de gobernador civil de Huelva. Y más lejos llegó Luis Mazzantini desempeñando el mismo puesto en Guadalajara y Ávila. Un torero tan ilustrado como lo fue Sánchez Mejías, mecenas de la Generación del 27 y prueba inequívoca de la armonía en que se entienden la cultura y los toros, valga la redundancia.

Degenerando, como Miranda, Madrid tuvo un alcalde novillero. Y no cualquier alcalde, sino Melchor Rodríguez. Una grave cornada en la capital precipitó la retirada de los ruedos, pero hizo bien en reciclarse como primer edil municipal. Y llevando al extremo una ejecutoria que desconectaría a quienes piensan que los toros son de derechas. Melchor Rodríguez fue sindicalista y anarquista. Y se le conoció como el ángel rojo a cuenta de la valentía con que medió para evitar el asesinato de los presos republicanos durante la Guerra Civil, siendo, como era, delegado de Prisiones.

"Pero Joaquín, ¿cómo has llegado a convertirte en gobernador civil de Huelva?", le preguntó Juan Belmonte a su exbanderillero Miranda. "Degenerando, maestro, degenerando".

Partido Popular (PP) Vox
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