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Amar a Sánchez es peor que odiarlo
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Rubén Amón

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Amar a Sánchez es peor que odiarlo

La sobreactuación de la casta socialista en el “caso pelele” amenaza la libertad de expresión, expone todas las trampas de la manipulación sanchista y demuestra que Abascal es el mejor aliado de la Moncloa

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en un mitin. (Europa Press/Álex Cámara)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en un mitin. (Europa Press/Álex Cámara)
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Ha resultado hermosa y entrañable la coreografía de los ministros en sufragio de la victimización de Sánchez. El presidente no les exige semejante ardor solidario ni hay manera de encontrar argumentos incriminatorios en el Código Penal, pero la crisis del muñeco ha conmocionado a la familia socialista en un ejercicio de sobreactuación oportunista que manipula la polémica con la habitual obscenidad y que aspira a coaccionar los límites de la libertad de expresión.

Puede molestarnos la ceremonia de vudú que organizó el facherío en Ferraz. Y debe inquietarnos la crispación de la política española, pero ha sido el sanchismo el principal agente polarizador de la sociedad. Y el origen de unas arbitrariedades políticas que discriminan a unos ciudadanos de otros.

El ejemplo absoluto radica en la amnistía, cuya implantación e imposición ha precipitado la irritación justificable de las almas sensibles y la ferocidad folclórica de la extrema derecha. Trata Sánchez de mezclar una categoría con la otra. Y de relacionar el escarmiento de la piñata con la aversión hacia las ideas y a la ideología, como si nuestro presidente las hubiera tenido alguna vez. O como si la mamarrachada del cabezudo en la noche del 31 sirviera de atajo para denunciar a Feijóo en la complicidad del silencio.

Ha vuelto a desproporcionarse la polémica. Y se ha desmadrado la controversia con menos fortuna de la que hubieran deseado los sumisos costaleros del presidente. Ni los socios indepes ni los camaradas de Sumar han encontrado razones para interpretar la agresión al muñeco en los términos de un delito de odio. No hace faltan enjundiosas nociones de derecho para descartarlo. La defensa de la libertad de expresión prevalece sobre el oportunismo de cualquier debate técnico. De otro modo, no estaría promoviéndose una iniciativa legislativa que pretende despenalizar los delitos de opinión contra la Corona, la religión y el enaltecimiento del terrorismo. Bien está diferenciar la moral de la ley. No solo cuando los ajusticiados en las piñatas son los otros —Ayuso, Leonor, Abascal…—, sino cuando la vileza concierne a la ridícula hipersensibilidad de la Moncloa.

Foto: Imagen del muñeco apaleado y colgado de un semáforo en los alrededores de la calle Ferraz. (Europa Press/Diego Radamés)

No es lo mismo odiar que incurrir en un delito de odio. Ni tiene sentido subordinar la libertad de expresión a la (legítima) indignación con que deben observarse las astracanadas de la ultraderecha. Insiste Abascal en significarse como el mejor aliado de Sánchez. Y persevera en la negligencia de maltratar a los votantes de Vox adhiriéndose a las iniciativas más grotescas o retratándose como un hooligan desbocado.

Una sociedad madura debería gestionar la crisis del pelele sin necesidad de convocar la mediación de los tribunales y sin convertirla en la excusa incendiaria de las polémicas adyacentes. Hace bien la cuadrilla de Sánchez en indignarse por el hostigamiento de Ferraz en sus dimensiones violentas y en sus acepciones simbólicas, pero la credibilidad de los reproches se resiente del señalamiento automático a la omertà del PP.

La controversia enfermiza ha pretendido cebarse con un argumento tan precario como el linchamiento del cabezudo. Y no es cuestión de relativizar la violencia verbal con que se aporreaba al metapresidente, sino de identificar el akelarre en su naturaleza teatral, catártica, liberatoria, igual que sucede cuando prendemos fuego a los ninots encarnados en políticos o cuando lanzamos dardos a la diana con el rostro de Putin o de Trump.

Ojalá Pedro Sánchez fuera un pelele y se le pudiera mantear como hacen las cuatro majas casamenteras en el cuadro de Goya, pero ocurre que los verdaderos peleles son quienes encubren sus fechorías, lo veneran con sumisión y lo han divinizado hasta el delirio. Amar es peor que odiar cuando interviene el fanatismo.

Ha resultado hermosa y entrañable la coreografía de los ministros en sufragio de la victimización de Sánchez. El presidente no les exige semejante ardor solidario ni hay manera de encontrar argumentos incriminatorios en el Código Penal, pero la crisis del muñeco ha conmocionado a la familia socialista en un ejercicio de sobreactuación oportunista que manipula la polémica con la habitual obscenidad y que aspira a coaccionar los límites de la libertad de expresión.

Pedro Sánchez PSOE
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