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Sánchez apaleado: odio o libertad de expresión
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Antonio Casado

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Sánchez apaleado: odio o libertad de expresión

Algo más que descargar odio contra el presidente. Está en juego la simetría argumental que obliga a políticos y comunicadores

Foto: Imagen del muñeco apaleado y colgado de un semáforo en los alrededores de la calle Ferraz. (Europa Press/Diego Radamés)
Imagen del muñeco apaleado y colgado de un semáforo en los alrededores de la calle Ferraz. (Europa Press/Diego Radamés)
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Primer incendio político del año, escribe Martí Blanch. Colmado de moraleja, por cierto. Desborda la teatralizada descarga de odio contra una réplica de Pedro Sánchez en cartón. Y, como recurrente vector de finos analistas, desborda también la aparición de una excusa suplementaria para arremeter contra Núñez Feijóo por no condenar el ataque al honor del presidente.

Fue en Nochevieja, cerca de Ferraz. Leña al mono hasta que cante el Cara al Sol. Como en los rituales independentistas, donde se quema el retrato invertido del Rey. Hasta que cante el Virolai de Rodoreda, por razones políticas, claro, convertidas en licencia para delinquir, tras el borrado de la sedición y en vísperas de la amnistía de los golpistas de 2017.

Razones políticas, ojo, como elemento exculpatorio de los ultras de derechas que se cebaron en el muñeco de Sánchez. Apliquemos el salmo de Patxi López, portavoz socialista en el Congreso, cuando sentencia con acierto: “Lo que decimos los políticos no es gratis, porque algunos lo usan como justificante de sus acciones”. Exactamente.

Por las mismas, viene a cuento la justa, pero unilateral, apelación de la vicepresidenta del Gobierno, María Jesús Montero, a lo que ocurre “cuando se da aire a la extrema derecha”. Pues lo mismo que cuando se da aire a los objetores del orden constitucional.

Se pregunta M.J. Montero por lo que ocurre "cuando se da aire a la extrema derecha". Lo mismo que si se da al independentismo

No sé con qué fuerza moral e incluso jurídica vamos a contradecir a los responsables del grupo Revuelta (juventudes de Vox) si reclaman ante la Fiscalía la misma impunidad ya reconocida de hecho, y pronto de derecho, a los activistas de ANC, CDR o de Òmnium Cultural.

Por cosas peores que escenificar odio político a Pedro Sánchez van a ser amnistiados los responsables del “terrorismo de baja intensidad” (como Arzalluz dijo en su día sobre los cachorros de ETA) que en Cataluña cortó autopistas, colapsó el aeropuerto de Barcelona, se entregó al vandalismo urbano y apedreó con saña a las fuerzas de seguridad.

Ahí llegamos al fondo de la cuestión:

Una vez más, está en juego la simetría argumental que obliga a políticos y comunicadores. Justamente cuando los representantes del pueblo soberano tramitan una proposición de ley (iniciativa de Sumar apoyada por el PSOE y los independentistas) que propone la desaparición de figuras delictivas incompatibles con la libertad de expresión, tales como las injurias al Rey y el enaltecimiento del terrorismo.

Aunque siempre ha de reprobarse la destilación del odio contra personas y símbolos de una sociedad vertebrada en un Estado, se entiende que buena parte de la opinión pública sospeche que se está tratando de amordazar a los odiadores de Sánchez, pero no a los de Felipe VI y lo que este representa a través de los símbolos nacionales (himno y bandera), sistemáticamente ultrajados por quienes profesan odio a España y la Constitución.

Buena parte de la opinión pública sospecha que se está tratando de amordazar a los odiadores de Sánchez y no a los de Felipe VI

Salvo error u omisión, no recuerdo ningún recurso socialista a las vías legales contra los organizadores y participantes en dichos aquelarres por si se tratase de un delito de odio o/y de injurias a la Corona con el fin de desprestigiar la institución.

Si se normaliza la incineración pública de Felipe VI —simbólica, por supuesto—, decae la credibilidad del rasgado de vestiduras del PSOE por el ajusticiamiento público —simbólico, por supuesto— del presidente del Gobierno.

Primer incendio político del año, escribe Martí Blanch. Colmado de moraleja, por cierto. Desborda la teatralizada descarga de odio contra una réplica de Pedro Sánchez en cartón. Y, como recurrente vector de finos analistas, desborda también la aparición de una excusa suplementaria para arremeter contra Núñez Feijóo por no condenar el ataque al honor del presidente.

Pedro Sánchez
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