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Sánchez o el mal estilo de un perdedor
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José Antonio Zarzalejos

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Sánchez o el mal estilo de un perdedor

El presidente del Gobierno, entregado a la altivez y la arrogancia, reventó el debate cuando comprobó que Feijóo, un tipo al que siempre ha considerado inferior en todos los órdenes, le estaba ganando por la mano

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, antes del debate. (Reuters/Juan Medina)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, antes del debate. (Reuters/Juan Medina)
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En ocasiones, el análisis político consiste en proyectar un potente haz de luz sobre lo que resulta obvio, aquello que, más allá de filias o de fobias, aparece como incontrovertible. Obvio e incontrovertible fue anoche que Pedro Sánchez mostró un estilo personal y político que no está a la altura del partido que lidera ni de la responsabilidad que corresponde a un presidente del Gobierno de España. Porque al margen de lo que dijo, importó cómo lo dijo y cómo intentó que su interlocutor no pudiese hilar una mínima narrativa, bien de réplica, bien de exposición. Hubo momentos tan lamentables que evocaron actitudes tabernarias.

El secretario general del PSOE ofreció su peor versión, la del político que, altivo y arrogante, cree que se enfrenta a otro inferior y menos dotado de oratoria, datos y preparación y se encuentra, en cambio, con un tipo que no respondía en absoluto a sus previsiones. Y cuando, ya en el primer bloque temático, observó que el contrincante se empleaba a fondo, decidió que había que reventar el cara a cara con recursos intolerables: interrupciones, braceos, gestos despectivos y omisión del mínimo respeto a las reglas de compromiso pactadas para regular el lance hasta llegar a rebasar a los dos moderadores, Vicente Vallés y Ana Pastor, que parecieron perplejos e impotentes ante la deriva de la discusión y que no pudieron sospechar (ni evitar) que el propio presidente destrozase la convención en la que se basaba el programa.

Foto: Los candidatos a la presidencia del Gobierno, el socialista Pedro Sánchez (primer plano) y el popular Alberto Núñez Feijóo (detrás). (EFE/Juanjo Martín)

Como quiera que Núñez Feijóo no se amilanó —al contrario, se creció—, Sánchez abandonó el temario y recurrió a las herramientas dialécticas ya sabidas, hasta llegar al pasmo cuando el presidente del PP le ofertó un pacto para excluir a los extremos en la próxima investidura presidencial que él, naturalmente, rechazó. Indagando en la razón del desquiciado proceder de Pedro Sánchez, se llega a la conclusión de que desde 2015 no se había sometido en pie de igualdad a un debate en el que él no tuviera la ventaja institucional de la que ha disfrutado como presidente del Gobierno (2018-2023). No es gratuito recordar que en el debate con Rajoy celebrado en diciembre de aquel año ya dio muestras de un estilo personal muy mejorable al insultar a su interlocutor tildándole de indecente. Y también merece la pena subrayar que en las dos elecciones de 2019 (abril y noviembre) Sánchez rehuyó el cara a cara, optando por una comparecencia coral y sin mayores riesgos para él. Pero, sobrado él, pedía esta vez seis debates, seis, cuando, a la postre, ha bastado el de ayer.

Feijóo, desde el momento en que su interlocutor perdió el control y se mostraba contenidamente colérico, le acompañó en su deriva con argumentos combinados de política general y sobre sus decisiones personales, lo que exasperó más al presidente del Gobierno, hasta que, ya en los minutos últimos, pareció pedir la hora a los moderadores. El error final, y mayúsculo, consistió en el argumento de su minuto de oro: en vez de ofertar su proyecto, se refirió al de sus adversarios poniéndolos en valor, justo al revés de lo que hizo Feijóo, que cerró la contienda con su contrincante en tierra y él con una sonrisa de oreja a oreja. Quizá porque Sánchez definió con su actitud lo que sea eso de sanchismo, que más que un concepto de contenido material (“mentiras”, “manipulaciones” y “maldades”) es un estilo, un pésimo estilo que se vislumbraba desde hace mucho tiempo, pero que el propio secretario general del PSOE se encargó de exhibir obscenamente.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, antes del debate. (Reuters/Juan Medina) Opinión
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Cuando emerge el temperamento sin ahormar —en eso consiste el carácter, las pulsiones controladas—, lo hace mediante un estilo que, en Sánchez, fue rotundamente perdedor, hasta el punto de que no soportó asumirlo con una cierta grandeza, con la compostura adecuada, con el valor y la entereza con los que deben enfrentarse tanto el éxito como el fracaso. Lo peor, con todo, es que el presidente del Gobierno ha abonado las peores teorías de la antipolítica, ha dado certidumbre a la percepción de que la gestión pública en demasiadas ocasiones queda en manos de una selección inversa de dirigentes públicos y ha confirmado que el personaje, Sánchez, acumulaba una capacidad tóxica que explica la polarización que ha causado en la sociedad española.

No cabe una exégesis más profunda del contenido argumental ni de Sánchez ni de Feijóo en el debate. Aquel farfulló atropelladamente y este mantuvo una eficaz oratoria a la contra, soportando estoicamente sus contradicciones (sus pactos con Vox y sus políticas zigzagueantes), pero como en la vida y en la política todo es relativo, las maneras del popular parecieron homologables con la urbanidad, salteadas sus intervenciones con ráfagas de sentido del humor y buenas dosis de aguante, agigantando así sus posibilidades ante la escasez de un Pedro Sánchez que, más allá de sus argumentos, se hundió en la vulgaridad de un estilo que no merece sino una total impugnación. El 23-J quedó ayer visto para sentencia.

En ocasiones, el análisis político consiste en proyectar un potente haz de luz sobre lo que resulta obvio, aquello que, más allá de filias o de fobias, aparece como incontrovertible. Obvio e incontrovertible fue anoche que Pedro Sánchez mostró un estilo personal y político que no está a la altura del partido que lidera ni de la responsabilidad que corresponde a un presidente del Gobierno de España. Porque al margen de lo que dijo, importó cómo lo dijo y cómo intentó que su interlocutor no pudiese hilar una mínima narrativa, bien de réplica, bien de exposición. Hubo momentos tan lamentables que evocaron actitudes tabernarias.

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