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Las técnicas de sumisión en el PSOE (los casos de Borrell y Sevilla)
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Las técnicas de sumisión en el PSOE (los casos de Borrell y Sevilla)

El acuerdo ERC-PSC es la contradicción más difícil de todas las que Sánchez ha hecho cabalgar al PSOE. Podría ser que este sí fuese el peor de sus errores. Atención a Josep Borrell y a Jordi Sevilla

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Europa Press/Eduardo Parra)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Europa Press/Eduardo Parra)
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Las declaraciones de Josep Borrell publicadas en el diario El País el pasado lunes acreditarían que el acuerdo entre el PSC y ERC no es tan digerible para un amplio sector de la izquierda como otras decisiones anteriores e imprevisibles del presidente del Gobierno. Muchas de ellas —la amnistía, por ejemplo— han exigido a los cuadros del socialismo cabalgar sobre unas contradicciones de tal envergadura que se han dejado en ellas los últimos vestigios de su credibilidad.

La vinculación de Sánchez, desde 2018 hasta hoy, con los independentismos, sin embargo, ha hecho crisis con el acuerdo para investir a Salvador Illa a un coste que el exministro Jordi Sevilla —negociador del Estatuto de Autonomía de Cataluña en 2005 en su condición de responsable del departamento de Administraciones Públicas— ha considerado razonadamente como excesivo porque, en coincidencia de criterios con Borrell, consagraría una confederación asimétrica y conllevaría el efecto de convertir las derrotas electorales de los secesionistas en victorias políticas. Cuenta Sevilla cómo disuadió a Pasqual Maragall de reclamar en el nuevo Estatuto catalán un concierto y cómo le sugirió lo que al final resultó: un consorcio entre la Agencia Tributaria española y la catalana. O sea, lo que era razonable y coherente con el sistema constitucional autonómico.

El todavía alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, fue en su momento secretario de Estado de Hacienda (1984-1991), ministro de Obras Públicas, Transportes y Medio Ambiente (1991-1996), candidato del PSOE en 2000 a la presidencia del Gobierno, extrañamente descabalgado antes de los comicios, presidente del Parlamento Europeo y ministro de Asuntos Exteriores, Cooperación y Unión Europea (de junio a noviembre de 2019), en el primer gobierno de Pedro Sánchez. Ha sido muy claro: el pacto entre socialistas y republicanos ‘compra’ el relato post mortem del proceso soberanista y la denominada ‘financiación singular de Cataluña’ nada tiene de federal, sino que es de naturaleza confederal e impacta injustamente sobre la estructura fiscal general y la financiación global de las comunidades autónomas.

Josep Borrell y Joan Llorach publicaron un análisis demoledor sobre lo que consideraban “las cuentas y los cuentos de la independencia”, una obra de solo 144 páginas que, lanzada en 2015, adquiere una rigurosa actualidad. Los análisis posteriores sobre las consecuencias, incluso con una aproximación cuantitativa de lo que supondría el acuerdo financiero suscrito por ERC y PSC si se consumase, no han hecho sino consagrar el relato de Borrell y Llorach (y la opinión de Sevilla) como acertado. Así lo hace en concreto el estudio de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (FEDEA) titulado “Las implicaciones financieras de un concierto catalán”.

Foto: Javier Lambán, Emiliano García-Page, Ximo Puig y Guillermo Fernández Vara conversando. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

Por el momento, a Sevilla y a Borrell no le han echado los perros los vigilantes de la disciplina ortodoxa en el PSOE. No tienen fácil hacerlo porque ambos son socialistas de largo recorrido que han colaborado con Pedro Sánchez en responsabilidades muy sensibles. Las técnicas de sumisión orgánica que practica el partido bajo el mando del presidente del Gobierno disponen, sin embargo, de un amplio registro. Desde el ostracismo a la magnanimidad, pasando por el más reconocible clientelismo.

Felipe González y Alfonso Guerra son el epítome del pasado nostálgico y de la senectud ideológica y personal; Javier Lamban, líder del PSOE en Aragón, está de salida; Emiliano García-Page se encuentra entre la espada y la pared; y el asturiano Adrián Barbón ofrece síntomas de encogimiento. Otros han sido expulsados como Nicolás Redondo o Joaquín Leguina. Alguno se ha instalado en la actividad privada, como Eduardo Madina, y los expresidentes autonómicos discrepantes, como el andaluz Rodríguez de la Borbolla o el extremeño Rodríguez Ibarra, son prácticamente inaudibles. A todos ellos se les aplica un tratamiento displicente y despectivo. Y una suerte de damnatio memoriae.

Foto: Aplausos al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante una sesión extraordinaria en el Congreso de los Diputados. (Europa Press/Eduardo Parra) Opinión
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Son más sofisticadas como técnicas de sumisión las decisiones magnánimas. Sánchez ‘perdona’ a sus antiguos adversarios y los enrola en sus filas. El caso más notable es el de Patxi López, que compitió duramente con él en las primarias de 2017 por la secretaría general y ahora se ha convertido en un ventrílocuo del presidente en la portavocía del Congreso de los Diputados. Distinto, pero no distante, es lo que ha ocurrido con un socialista de referencia para muchos en el partido: Antonio Hernando. Fue el portavoz del grupo parlamentario del PSOE en la investidura de Mariano Rajoy en octubre de 2016, cuando el partido estuvo temporalmente dirigido por la gestora que presidió el asturiano Javier Fernández. Fue la que convocó las primarias que en 2017 ganó Pedro Sánchez. Hernando dejó la política activa, se dedicó a la consultoría en la empresa de José Blanco y a la docencia. Ahora desempeña la jefatura adjunta del Gabinete del presidente del Gobierno en la Moncloa, bajo el mando de otro socialista indultado, Óscar López, que fue con Alfredo Pérez Rubalcaba secretario de organización del PSOE. El socialista cántabro fue el que con más y mejor tino impugnó las concepciones tácticas y estratégicas de Sánchez.

Simultáneamente a la aplicación de estas técnicas de sumisión orgánica, Sánchez ha desarrollado dos estrategias de indudable éxito. Por una parte, ha entregado las carteras más sensibles de su Gobierno a personas sin peso específico en el PSOE y que se están quemando en el cargo (es el caso de Fernando Grande-Marlaska en Interior, de Margarita Robles en Defensa o de José Luis Escrivá en Transformación Digital). Y por otra, ha repartido entre exministros responsabilidades cómodas que garantizan su estricta obediencia: desde Carmen Calvo en el Consejo de Estado hasta Héctor Gómez en la embajada de España ante Naciones Unidas, pasando por José Manuel González Uribes en el Consejo Superior de Deportes o Pedro Duque en la presidencia de Hispasat.

No solo el PSOE es una plataforma sometida al dictado del presidente. Lo es también la extrema izquierda, dirigida, supuestamente, por Díaz

La red de vasallaje es tupida y firme. Y posibilita un auténtico secuestro de la izquierda. Porque no solo el PSOE es una plataforma orgánica sometida al dictado personal del presidente. Lo es también la extrema izquierda, dirigida, supuestamente, por Yolanda Díaz, cuya irrelevancia a efectos de contrapeso crítico a las decisiones de Sánchez es ya proverbial. Aunque asoman en ese sector discrepancias de fondo con el acuerdo PSC-ERC, se están tratando de gestionar hasta llegar al relato que se terminará de imponer: el pacto con los republicanos es bueno y benéfico para todos. No es así en absoluto, como han explicado tanto Sevilla como Borrell, pero mientras la farsa se sostenga la coherencia, no importa.

Ya se ha escrito que Sánchez tiene todo bajo control salvo al Rey, aunque en esta ocasión metabolizar la investidura de Illa a tan alto precio podría deparar alguna úlcera. Resulta posible que, siendo más reactivo afectar a la cartera que a la moral y a la coherencia, Sánchez haya cometido con ese pacto un error de serias consecuencias para mantener sumiso al socialismo y a la izquierda que le acompaña. Porque si prospera ese acuerdo con los independentistas, el proceso soberanista catalán quizá sobreviviera milagrosamente post mortem. Pero si así fuese, en el tanatorio yacería también este PSOE de Sánchez. Y, en su momento, habrá que valorar los roles de dos personajes claves de la situación en el socialismo español: el de la vicesecretaria general del partido y vicepresidenta primera del Gobierno, la andaluza María Jesús Montero y el del expresidente y exsecretario general del PSOE José Luis Rodríguez Zapatero. Ambos han contraído, en distinto orden y por distintas razones, unas enormes responsabilidades políticas.

Las declaraciones de Josep Borrell publicadas en el diario El País el pasado lunes acreditarían que el acuerdo entre el PSC y ERC no es tan digerible para un amplio sector de la izquierda como otras decisiones anteriores e imprevisibles del presidente del Gobierno. Muchas de ellas —la amnistía, por ejemplo— han exigido a los cuadros del socialismo cabalgar sobre unas contradicciones de tal envergadura que se han dejado en ellas los últimos vestigios de su credibilidad.

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