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Lo que Pedro Sánchez ha ido a hacer realmente a Mauritania
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Ángel Villarino

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Lo que Pedro Sánchez ha ido a hacer realmente a Mauritania

Los políticos europeos hablan mucho de resolver el problema migratorio de raíz mediante ayuda al desarrollo. La realidad es distinta, pero explicarlo requiere una conversación entre adultos

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante un viaje a Mauritania en febrero de 2024. (EFE/Moncloa/Pool/Borja Puig de la Bellacasa)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante un viaje a Mauritania en febrero de 2024. (EFE/Moncloa/Pool/Borja Puig de la Bellacasa)
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Como sucede con tantas otras cosas, España ha llegado tarde, pero con mucha fuerza, al estado mental en el que se encuentran desde hace años la mayoría de los países desarrollados. A partir de ahora, cada vez que se produzca un asesinato impactante, un suceso de los que revuelven las tripas, lo primero que querremos saber será el color de piel de los culpables, el contexto étnico y cultural de sus familias, de sus vecinos, de sus amigos. Desde un extremo se buscarán vinculaciones (y algunas serán muy rebuscadas) con la inmigración, graduando la indignación en función de la nacionalidad de origen. Desde el otro, se reaccionará celebrando todo signo de lo contrario. El choque será desagradable e irá a peor. Porque una vez atravesada esta barrera ya es muy difícil dar la vuelta.

Quizá lo peor de todo es que el fuego cruzado nos alejará del debate, de la discusión pendiente sobre un fenómeno global que se abre camino sin atender colores políticos. Lo que quiero decir se entiende mejor hablando de algo concreto; por ejemplo, de lo que ha estado sucediendo mientras la jauría especulaba sobre el fenotipo del asesino de Mocejón. España atraviesa una nueva crisis migratoria, un aumento de más del 60 % de las llegadas por tierra y mar respecto al año pasado. Esto, hagamos el matiz, es la cara más visible del fenómeno, ya que la mayor parte de los inmigrantes irregulares atraviesan la frontera en avión, pasan los controles sin incumplir ninguna norma... y luego se quedan.

Sea como sea, estamos en mitad de una nueva ola. Y para surfearla, el Gobierno ha puesto en marcha las medidas de siempre. Esta vez Pedro Sánchez viaja a Mauritania, Gambia y Senegal, para intentar que estos gobiernos se pongan en guardia y detengan las pateras y los cayucos. ¿Cómo? Mediante promesas y dinero. En febrero, el presidente español y Von der Leyen anunciaron 500 millones de euros en Nuakchott y grandes ideas para que uno de los países más pobres del mundo se convierta en una potencia energética gracias a las renovables. Porque cuando lo consigan, cuando se desarrollen, el problema quedará resuelto en origen y ya no llegarán cayucos nunca más. Magia Borrás.

Pero la realidad de estos viajes no tiene mucho que ver con lo que se anuncia. El objetivo final es que sean estos gobiernos los que persigan policialmente a los inmigrantes que tratan de llegar a Europa, la mayoría procedentes de terceros países. Por si no estuviese suficientemente claro, en el último año se han publicado nuevas investigaciones que demuestran que incluso una parte del dinero que se entrega con pretextos humanitarios acaba siendo desviado para este tipo de actividades de vigilancia. En síntesis, y por coger un caso concreto, hemos llegado a pagar para que agentes de seguridad que no sean los nuestros secuestren a subsaharianos y los abandonen en el desierto. Para que no les salpique el barro, cubren la película de terror con tejidos solidarios. Mientras se niegan a estudiar soluciones distintas que requerirían tratar a sus votantes como adultos y explicarles cosas que a lo mejor no les gusta oír.

Foto: Protesta a favor de la regularización en las puertas del Congreso. (EFE) Opinión

El tema requiere de nuestra atención porque, además, los hechos muestran que el fenómeno migratorio funciona exactamente al revés de lo que suelen explicarnos. La inmigración no se reduce a medida que despega una economía. Suele suceder todo lo contrario. “Es mayor en los países y las regiones que ya han alcanzado cierto grado de desarrollo, urbanización y modernización”, dice Hein de Haas, codirector del International Migration Institute de Oxford. Añade que “los niveles más elevados de emigración internacional a países europeos como Francia, Países Bajos, Bélgica y España se dan desde los oasis relativamente prósperos, bien conectados y céntricos”.

En su último libro, recientemente traducido al español, Haas utiliza precisamente el caso de Marruecos para documentarlo. “Ese país ha realizado progresos significativos en reducción de la pobreza, alfabetización, niveles de formación educativa y desarrollo de infraestructuras”. El resultado es que su emigración se ha multiplicado por cinco. También explica por qué en los países más pobres del Sahel es muy difícil encontrar rutas hacia Europa. Es fácil de entender: una persona que se ve obligada a subsistir con menos de un euro al día nunca va a lograr el dinero necesario para costear un viaje ilegal a Europa, con todos los gastos que conlleva.

Foto: Hein de Haas, codirector del Instituto Internacional de Migración de la Universidad de Oxford y autor de 'Los mitos de la inmigración'. (Marijn Smulders)

No se trata solo de una cuestión económica, sino también cultural. Por ejemplo, cuando un país desarrollado construye una escuela en una zona perdida de África, está educando a jóvenes que acabarán siendo más propensos a intentar un futuro lejos de allí. Nunca al contrario. Por eso, los agitadores profesionales demuestran que no entienden nada del mundo en el que viven cuando denuncian que los inmigrantes desembarcan o cruzan la frontera con teléfonos móviles y vistiendo ropas occidentales. Son precisamente esos muchachos, los que ven un reflejo de nuestra sociedad a través de sus pantallas, los que más ganas tienen de dar el salto.

"A partir del momento en el que la gente se escolariza”, resume Haas, “escucha la radio, mira la televisión, consulta internet, consigue móviles, se expone a la publicidad, contacta con visitantes y turistas extranjeros y empieza a viajar, ensancha sus horizontes mentales”. Suelen emigrar, además, a lugares donde hay familia, paisanos, ejemplos a los que seguir y que en muchos casos financian el viaje con sus remesas.

La regla funciona hasta que se alcanza un nivel de renta y desarrollo determinado (hay varios índices que tratan de establecer una cifra). Luego hay un punto de equilibrio a partir del cual los países dejan de ser emisores netos de migrantes y se convierten en receptores. España llevó a cabo esa transición migratoria entre finales de los ochenta y principios de los noventa. Italia lo logró un par de décadas antes y los países bálticos algo después. Pero si queremos encontrar un paralelismo más cercano para Marruecos, deberíamos buscarlo mejor en México, por ubicación geográfica como puerta de entrada y por su evolución demográfica.

Foto: Un cayuco llega a la isla de El Hierro este lunes. (Europa Press/Antonio Sempere)

Recordemos que México se encuentra en plena transición migratoria y que su saldo neto con Estados Unidos es ya negativo desde hace más de una década. Es decir: incluso a pesar del crimen organizado, hay más gente volviendo a su país de origen que tratando de instalarse en Estados Unidos. Así, quienes se amontonan en la frontera del Río Bravo proceden fundamentalmente de Centroamérica, Cuba y Venezuela. El salto que permitió a México efectuar la transición no llegó por vía de la ayuda humanitaria, ni mediante paquetes de ayuda. Lo hizo más bien gracias a las remesas que mandaban los que se fueron, a las maquilas, a los tratados comerciales y a una cierta estabilidad que, aun siendo precaria, ha permitido reducir la pobreza.

Haas cree que el nivel de renta de Marruecos no anda lejos del punto de inflexión, pero otras voces no son tan optimistas. En cualquier caso, va a depender más de la estabilidad política, de los tratos comerciales, la inversión, etcétera, que del puñado de millones de euros que puedan arrancarla a la UE a cambio de un control más férreo de sus fronteras. Aunque no hablen con claridad de ello, nuestros políticos lo saben, igual que entienden perfectamente lo que están pagando.

Exigir que nos hablen claro, estar al tanto de las decisiones y conocer las alternativas que se van experimentando en otros países es la manera responsable de preocuparse por el fenómeno migratorio. Cazar a menores en redes sociales o criminalizar a un porcentaje significativo de la población hasta lograr que las cosas que funcionan se rompan es una cosa muy distinta, es buscar calor entre una turba enfurecida. Vox ha apostado todas sus fichas a que el incendio se extienda y no tiene ningún incentivo en actuar con la cabeza fría. Si nadie más sale a jugar, podrían acabar ganando el partido. Como poco, van a dejar el campo de juego hecho una pena.

Como sucede con tantas otras cosas, España ha llegado tarde, pero con mucha fuerza, al estado mental en el que se encuentran desde hace años la mayoría de los países desarrollados. A partir de ahora, cada vez que se produzca un asesinato impactante, un suceso de los que revuelven las tripas, lo primero que querremos saber será el color de piel de los culpables, el contexto étnico y cultural de sus familias, de sus vecinos, de sus amigos. Desde un extremo se buscarán vinculaciones (y algunas serán muy rebuscadas) con la inmigración, graduando la indignación en función de la nacionalidad de origen. Desde el otro, se reaccionará celebrando todo signo de lo contrario. El choque será desagradable e irá a peor. Porque una vez atravesada esta barrera ya es muy difícil dar la vuelta.

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