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El ministro-sherpa, Zapatero y la cara y la cruz de Teresa Ribera
La política exterior es otro flanco débil del Gobierno de Sánchez en pleno giro ideológico en la Unión Europea, en la que Ribera es su único asidero. Albares está abrasado y el caso venezolano lo remata
Cuando un gobierno entra en barrena ninguna de sus políticas terminan siendo certeras. La exterior de España, que constitucionalmente le corresponde al Ejecutivo con carácter exclusivo, ofrece el peor balance de las últimas décadas. Al presidencialismo desbocado de Pedro Sánchez y escaso peso político de sus dos últimos ministros de Exteriores, Unión Europea y Cooperación, Arancha González Laya y José Manuel Albares, ambos con muy distintos perfiles técnicos, se han añadido la improvisación de la Moncloa y la divergencia del PSOE con su izquierda coaligada. Y el jugueteo frívolo de las facultades gubernamentales en esta materia al servicio de la política doméstica.
El desorden empezó con error del Sahara, siguió con Argentina e Israel y sigue con Venezuela
La coherencia de nuestra política exterior comenzó a erosionarse con el abrupto cambio de criterio que sobre el estatuto del Sahara occidental venía manteniendo el Estado español, propugnando allí el derecho de los saharauis a la autodeterminación ante la anexión de su territorio por Marruecos. De modo clandestino, sin debate parlamentario, mediante una carta de irreconocible sintaxis fechada el mes de marzo del 2022 Sánchez asumió las tesis de Rabat sin nada a cambio: Marruecos sigue sin permitir aduanas en Ceuta y Melilla y desde sus costas persisten las oleadas de pateras a Canarias y 'saltos' a Ceuta y Melilla. De lo que se nos aseguró obtendría España de ese giro estratégico, nada de nada. Salvo, como era de prever, pésimas relaciones con Argelia.
Sánchez cambió de opinión de la noche a la mañana sobre la invasión rusa de Ucrania. Pasó de negar ayuda militar a Kiev, a enviarla convirtiéndose en un adalid de la causa del país invadido, mientras sus socios en el Gabinete se oponían a cualquier involucración en el conflicto bélico. Quizá para compensar, sin encomendarse ni a dios ni al diablo, de manera personalísima, el presidente reconoció el pasado mes de mayo al inexistente Estado palestino (al margen de la Unión Europea). Tel Aviv retiró a su embajador en Madrid y las relaciones con Israel están congeladas. Igual ha ocurrido con la Argentina de Milei. Sánchez llamó a nuestra embajadora en Buenos Aires mientras la Casa Rosada mantiene el suyo en Madrid
La extraterritorialidad de la residencia de nuestro embajador en Caracas se ha infringido con la entrada de Delcy Rodríguez
La crisis con Venezuela encierra, en todas sus derivadas, uno de los arcanos de la política exterior española: hemos pasado del equipaje de contenido incógnito de la vicepresidenta Delcy Rodríguez en el aeropuerto de Barajas, con José Luis Ábalos y otros tipos sospechosos de por medio, a acoger al exiliado Edmundo González Urrutia, permitiendo (algo realmente incomprensible) que, de nuevo, Delcy Rodríguez y su hermano, presidente de la Asamblea venezolana, accediesen a la residencia del embajador de España en Caracas para que el reconocido presidente electo del país (así declarado por el Congreso y el Senado españoles y el Parlamento Europeo el pasado jueves) firmase bajo evidente coacción el reconocimiento de la falsa victoria electoral de Nicolás Maduro. No es digerible que en una sede española que goza de extraterritorialidad se haya consumado un episodio tan coactivo como el vivido por Edmundo González. Y van dos relatos sin desentrañar con el mismo personaje en el escenario del 'crimen': Delcy Rodríguez.
La política exterior de la Transición se torció con Aznar en 2003 y con Zapatero y ha empeorado desde 2019 tras la marcha de Borrell a la UE
El ministerio de Asuntos Exteriores es de Estado y se remonta a 1714. El regreso de España a la política internacional, en particular a la europea y a la latinoamericana, fue un propósito común desde el arranque de la transición en 1978. El departamento de Exteriores fue atendido por ministros de gran peso político y profesionalidad, tanto socialistas como populares (desde un Marcelino Oreja a un Fernando Morán, pasando por Javier Solana o un Josep Piqué y tantos otros).
Con ellos a los mandos nuestro país entró en la OTAN en 1982, ratificó su permanencia en la Organización en 1986 año en el que el Gobierno de González reconoció a Israel y España se adhirió al Tratado de lo que hoy es la Unión Europea y, luego, al acuerdo de Schengen en 1991 y al Tratado de Maastricht en 1992. En 2002, después de reformas estructurales muy profundas, España se incorporó a la moneda única europea. Antes, en 1991, Madrid fue el escenario de la primera conferencia de paz árabe-israelí. Desde 2003, con la guerra de Irak y los alineamientos de Aznar, y con Zapatero en sus dos legislaturas, nuestra política internacional se torció y ha empeorado tras la marcha de Borrell a la UE en diciembre de 2019.
Arancha González Laya, que sustituyó el 13 de enero de 2020 y hasta el 12 de julio de 2021 a Josep Borrell en el ministerio de Asuntos Exteriores, fue una apuesta técnica pero no política. La exministra es una reconocida experta en comercio internacional y su dimensión profesional es considerable. Pero carecía de experiencia y de aptitudes para el cargo y le ocurrió lo que le sucede a José Manuel Albares: que en el seno de Consejo de Ministros no disponía de peso político y que, además, el presidente del Gobierno contaba con ella lo imprescindible. Y con su sucesor, todavía en peor versión, está ocurriendo algo parecido.
Zapatero se ha convertido en un correveidile internacional con comportamientos inaceptables que comprometen a España
José Manuel Albares es conocido como el 'ministro-sherpa', porque acompaña al presidente, pero no ha logrado —más allá de su ampulosidad verbal— perfilarse como un ministro de Estado, ni ha demostrado capacidad de interlocución y mucho menos de gestión en la dirección de la política exterior. Esa vocación subordinada trae causa de su estancia en el Gabinete de Sánchez en la Moncloa como secretario general de Asuntos Internacionales entre 2018 y 2020. Sánchez le premió primero con la embajada de España en Francia y Mónaco y en 2021 con el ministerio de Exteriores, en el que su balance está siendo paupérrimo.
Con Albares al frente del Departamento se han ido abriendo frentes sin cerrar ninguno. No es referencia ni ya interlocutor bastante. La presidencia española de la UE (entre julio y diciembre de 2023) defraudó expectativas porque quedó arrumbada por la campaña electoral del 23-J, la gestión de los resultados y los pactos del PSOE con los independentistas vascos y catalanes y con la izquierda de Sumar. Han sido sus propios compañeros los que le han ninguneado: Oscar Puente desató la crisis con Milei al declarar que el argentino ingería sustancias dudosas; Yolanda Díaz acentuó la de Israel al hacer suya la consigna de Hamás (Palestina desde 'el río hasta el mar') y Margarita Robles, además de atribuir a Israel un 'genocidio' en Gaza, ha profundizado en el culebrón venezolano al tildar de "dictadura" el régimen de Maduro.
El papel de Rodríguez Zapatero como correveidile del Grupo de Puebla, con un particular y extraño protagonismo en Venezuela termina por componer el panorama de un Gobierno desnortado en política exterior. Su comportamiento es inaceptable por oficioso e irresponsable. Compromete a España sin capacidad ni título legítimo para hacerlo.
Por si fuera poco, el presidente va a China y abre un boquete en las políticas de la Unión Europea al reivindicar un gradual desarme arancelario. Una declaración tan inoportuna, aunque de distinto orden, como su intervención en Estrasburgo, desafiando con el recurso al recuerdo del nazismo al líder alemán de los populares europeos. La emergencia migratoria que registra España, desatendida por la Unión y descuidada por el Gobierno, interpela en particular a Albares, como lo hace el todavía pendiente acuerdo sobre Gibraltar.
Por lo demás, el ministro ha desprofesionalizado embajadas de gran envergadura para situar a una legión ex de los Gabinetes de Sánchez y se ha significado por su desdén en cumplir con su obligación de acompañar al Rey en viajes oficiales y de Estado, sin preocuparse en ser sustituido por otros miembros del Gobierno.
El giro ideológico en la Unión ha privado a Ribera de Energía y Clima y Von Der Leyen le ha adosado a un vicepresidente francés y a otro de Meloni
Las elecciones europeas del pasado 9 de junio han volteado la correlación de fuerzas en la Unión como se ha comprobado con la votación en Bruselas del pasado jueves sobre Venezuela y, sobre todo, con la formación inicial del colegio de comisarios decidido por von der Leyen. De un gabinete de 27 carteras solo 4 han ido a parar a los socialistas. Teresa Ribera, todavía ministra de Transición Ecológica y Reto Demográfico, ha obtenido una de las vicepresidencias ejecutivas (para la Transición limpia, justa y competitiva) con la comisaría de Competencia y Transición Verde. Es una cartera importante, pero no la que ella y el Gobierno deseaban, ni la que la izquierda europea pretendía. En este informe del Real Instituto Elcano, elaborado por Ignacio Molina, Luis Simón y Raquel García, se valoran ponderadamente las fortalezas y debilidades de la vicepresidencia y de la cartera asignadas a la española en la Comisión de la UE.
La realidad es que Ribera aspiraba a la comisaría de Energía y/o de Medio Ambiente y Clima. La primera queda en manos del danés Dan Jorgensen y la segunda en las de la sueca Jessika Roswall y en las del neerlandés Wopke Hoekstra. Aunque Ribera podrá coordinar e intervenir en esas áreas, la cruz de su posición en la Comisión será el vicepresidente ejecutivo para la Prosperidad y Estrategia Industrial y titular de Industria, Pyme y Mercado Único, el francés Stéphane Séjourné.
Entre el solapamiento competencial —buscado de propósito por Von der Leyen— y la hostilidad que especialmente los franceses dedican a nuestra ministra, su radio de acción va a ser limitado en un colegio de comisarios con aplastante presencia de los populares y hasta con un vicepresidente ejecutivo del partido radical Hermanos de Italia. La orientación de la nueva Comisión estará distante de las prioridades políticas que ha enfatizado la ministra en su gestión, como ya se comentó en este blog el pasado 28 de agosto.
Sánchez no tiene otra que hacer crisis de Gobierno porque buena parte de sus ministros, entre ellos Albares, están quemados
Dadas todas estas circunstancias y si como repite hasta el hartazgo Pedro Sánchez se propone terminar la legislatura, deberá remodelar el Gobierno e incrementar el peso político de sus ministros, empezando por Albares y siguiendo por Grande Marlaska. No es propio, sin embargo, de personalidades como la del presidente del Gobierno, apostar por equipos con gente brillante y con autonomía. Cuando ha tenido oportunidad de sustituir a Nadia Calviño y a José Luis Escrivá, se ha decantado por un técnico como Carlos Cuerpo y un subordinado como Óscar López, respectivamente.
Si Teresa Ribera supera el dictamen de la comisión jurídica del Parlamento Europeo sobre el conflicto de interés que plantean los populares por el cargo que ostenta su marido en la CNMC y en la CNMV y hace lo propio con la audiencia de idoneidad previa a su nombramiento definitivo, Sánchez tendría la oportunidad de remodelar un Gabinete que ya no le ayuda, sino que le lastra aún más de lo que el mismo se autolesiona. Debe reconocer, de salida, que el flanco de su política exterior no reclama un 'sherpa' en el ministerio del ramo sino un político de mucho cuajo, experiencia y capacidad.
Cuando un gobierno entra en barrena ninguna de sus políticas terminan siendo certeras. La exterior de España, que constitucionalmente le corresponde al Ejecutivo con carácter exclusivo, ofrece el peor balance de las últimas décadas. Al presidencialismo desbocado de Pedro Sánchez y escaso peso político de sus dos últimos ministros de Exteriores, Unión Europea y Cooperación, Arancha González Laya y José Manuel Albares, ambos con muy distintos perfiles técnicos, se han añadido la improvisación de la Moncloa y la divergencia del PSOE con su izquierda coaligada. Y el jugueteo frívolo de las facultades gubernamentales en esta materia al servicio de la política doméstica.
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