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'Desde el río hasta el mar' (Sánchez y el antisemitismo)
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José Antonio Zarzalejos

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'Desde el río hasta el mar' (Sánchez y el antisemitismo)

El pogromo del 7 de octubre fue la peor matanza de judíos desde el genocidio de los nazis, pero Irán lo considera un 'acto correcto' que, sin embargo, ha cambiado el movimiento de la historia. El presidente no se ha enterado

Foto: Una familiar de unas de las personas fallecidas en el Nova Festival el pasado 7-O en el atentado de Hamás. (EFE/Abir Sultan)
Una familiar de unas de las personas fallecidas en el Nova Festival el pasado 7-O en el atentado de Hamás. (EFE/Abir Sultan)
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Cuando el pasado 28 de mayo Pedro Sánchez reconoció al Estado palestino, sin debate previo en el Congreso, en pleno conflicto entre Israel y Gaza, a consecuencia del pogromo perpetrado por la organización terrorista Hamás, España y su Gobierno pasaron al furgón de cola de la política internacional en el ámbito occidental. Su error ya está reportando al presidente un retorno corrosivo. Bastaría acudir a Bloomberg o a The Economist, dos medios de referencia, para llegar a la conclusión de que en el ámbito de la política internacional no se le permiten derivas sin coste como las que protagoniza en la doméstica. El Gobierno español quedó estigmatizado por la asunción de su vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo —nunca corregida— de la consigna exterminadora de Israel: "Palestina, desde el río (Jordán) hasta el mar (Mediterráneo)".

Sánchez reconoció al Estado Palestino en un momento de angustia existencial para Israel sin esperar a la UE ni a otro contexto histórico

A un año de la peor matanza de judíos (y de otros israelíes) desde el genocidio de los nazis, el Gobierno de España, trufado de antisemitas izquierdistas como en ningún otro de la Unión Europea, se considera que esa decisión implicó, más allá de la simulación de reconocer a una entidad estatal que no existe (la ONU, en la que tiene una representación, es una organización inocua, burocratizada e ineficaz), una posición hostil a Israel en un momento de angustia existencial en aquel país.

En otra secuencia histórica, con el consenso en la Unión Europea, con la contrapartida de que Israel fuese respetado como Estado por sus enemigos, tendría sentido la medida que Sánchez precipitó el pasado mes de mayo, cuando el terrorismo de Hamás en Gaza, de Hezbolá en el Líbano y de las guerrillas chiíes sirias y las hutíes de Yemen y el islamismo fanático iraní trataban de destruir a Israel, la última frontera de Occidente en Oriente Medio, la única democracia de la región. La única sociedad de esa zona del mundo con la que la española comparte, además de orígenes, valores culturales y cívicos.

Estados como Francia, Alemania, Italia, Estados Unidos o Portugal no secundaron a Sánchez. Es decir, los grandes actores de la política internacional se mantuvieron coherentemente firmes en el apoyo a Israel, que no a Netanyahu, un gobernante autócrata y presuntamente corrupto, que no puede servir de excusa para debilitar la causa israelí labrada por reconocidos demócratas y grandes hombres y mujeres de la política como David Ben-Gurión, Golda Meir, Levi Eshkol, Simón Pérez, Isaac Rabin o Ehud Barak, entre tantos otros.

Mientras el embajador de Irán sigue en Madrid con la mayor comodidad, como el ruso, la de Israel ha sido llamada a consultas 'sine die'

Cuando se toma una decisión del calado de la que adoptó el presidente del Gobierno —siempre con intenciones ventajistas, tan características de Sánchez— hay que calcular las consecuencias, el patrimonio histórico que se despilfarra, la justicia ontológica de la medida, la solidaridad con los países socios europeos y occidentales y, por supuesto, la ruptura emocional que se propicia. Porque, ¿cómo se puede entender que el embajador de Irán esté cómodamente en Madrid y la de Israel haya sido llamada a consultas sine die, después de que el máximo dirigente del país islámico calificara de 'acto correcto' la matanza terrorista del 7 de octubre? ¿Cómo se explica que, al mismo tiempo, que un fantasmal embajador palestino presentaba credenciales en el Palacio Real a Felipe VI, Jerusalén anunciase, con toda lógica, que las relaciones con España quedaban congeladas?

La conflictividad de la política internacional del Gobierno, ejecutada por un engolado e ineficiente ministro de Exteriores, cuya prioridad, según su enfática declaración, consiste en lograr la utilización oficial del catalán en las instituciones de la Unión Europea, no tiene precedentes: Venezuela, Argentina, Argelia, Gran Bretaña (ni un solo avance en el diferendo de Gibraltar), México, Marruecos, Sahara, y los reveses en la UE sobre los aranceles a los vehículos eléctricos chinos y sobre el reconocimiento internacional frente a Rabat del Frente Polisario, abandonado por Sánchez. Y, aun así, ninguna de esas crisis diplomáticas tiene, ni sumadas todas ellas, la entidad, la importancia y el alcance de la que ha causado el presidente con Israel. Por razones políticas, por razones económicas, por razones geoestratégicas, también culturales y de coherencia con los compromisos adquiridos.

En el franquismo el espantajo era la conspiración 'judeo-masónica', hasta que González reconoció a Israel y se celebró la Conferencia de Madrid

Fue el Gobierno de Felipe González el que reconoció en 1986 al Estado de Israel (nunca lo hizo el franquismo que apeló al conspiracionismo 'judeo-masónico') y fue Madrid la ciudad que eligieron árabes e israelíes como sede para la crucial conferencia que se celebró el 30 de octubre de 1991, que pronto hará 33 años. Asistieron los países implicados en el conflicto: Israel, una representación palestina (no la Autoridad Nacional Palestina), Siria, Egipto, Jordania, Líbano y la entonces Comunidad Económica Europea. España representó para los unos y los otros un territorio confortable para debatir y negociar.

La actitud del Gobierno penetrado del antisemitismo militante más obsceno de Europa, apoyado por formaciones políticas que hacen gala de ese odio a Israel y a los judíos (por ejemplo, Bildu, otrora Herri Batasuna, uno de cuyos signos externos en sus militantes era la kufiya palestina), ha convertido a Pedro Sánchez en un errático referente en la política internacional, en un excluido de las grandes decisiones geoestratégicas, en un 'progre' desavisado de los intereses de Irán, Rusia, China, Corea del Norte y Venezuela que son los Estados que apoyan el terrorismo de Hamás y de Hezbolá.

Países como Egipto, Arabia Saudí, Marruecos o Jordania no han movido ficha en el tablero bélico, no solo por diferencias de orden confesional con los agresores de Israel —esa pugna permanente entre sunitas y chiítas— sino también por el horror vacui que produciría que la región pueda quedar dominada por el destructivo régimen de Irán, una potencia nuclear en ciernes, sin el contrapunto israelí. El régimen de los ayatolas es ahora más frágil, actúa contra Israel a través de sus proxys chiítas, pero, pese a sus baladronadas, es incapaz de plantear un enfrentamiento abierto.

El 7-O, con 1.400 asesinatos y 240 secuestrados, ha puesto "patas arriba las mesas de una historia que se ha vuelto a poner en movimiento"

La matanza del 7 de octubre de 2023 en los kibutz de Be’eri, Kfar Aza y en el festival de música Nova Raim celebrado en las cercanías de otro kibutz, el Urim, que arrojó el terrible saldo de 1.400 asesinados y 240 secuestrados, fue, según el tenso y magnífico ensayo La soledad de Israel de Bernard-Henri Lévy, un acontecimiento que "ha puesto patas arriba las mesas de una historia que […] se ha vuelto a poner en movimiento" (página 29). Quien no entendiera en la alta política occidental la implosión que significó ese ataque terrorista contra los israelíes más laicos y pacifistas del país, quizá no comprenderá nada de lo que está ocurriendo. ¿Cómo pudo suceder? También el filósofo y periodista francés de origen sefardí acierta a explicarlo (páginas 19 y siguientes de su relato) como la mayor celada, el más colosal engaño a Israel por parte de Hamás, que creyó que en Gaza —de la que se retiró en 2005— se fraguaba una nueva prosperidad, una nueva época.

El Gobierno español que preside Sánchez no alberga la inteligencia estratégica suficiente —o las convicciones necesarias— para reparar en las consecuencias de sus errores en la política internacional. Pero el peor de todos es el que ha cometido en Oriente Medio. El presidente declaró en mayo pasado que "cuando cesen los bombardeos, quiero que los españoles puedan decir, con la cabeza muy alta y la conciencia tranquila, que estuvieron en el lado correcto de la historia".

Foto: Artillería israelí dispara durante un ejercicio militar en los Altos del Golán. (EFE)

El lado correcto de la historia es aquel en el que no están los fanáticos yihadistas, los terroristas de distinta laya, los regímenes como el chino que masacra a los musulmanes uigures, como el ruso que invade países vecinos, como el iraní que instala dictaduras teocráticas y misóginas o como el norcoreano que idolatra a un tirano con ínfulas destructivas. Y toda esa energía atroz es la que está volcada en el objetivo de que Israel sea exterminado a costa de emplear como escudo humano al pueblo palestino.

Nadie puede dejar de conmoverse con la muerte de civiles sin responsabilidad alguna; pero nadie puede dejar de señalar a quienes los emplean con un propósito doblemente criminal: sacrificarlos para lograr otro exterminio, el del pueblo judío. Su seguridad, su futuro, después del crimen que la Humanidad no podrá perdonarse —el Holocausto ejecutado de los nazis, con la colaboración de muchas otras manos que no eran las hitlerianas— es un imperativo, además de moral, de esencial supervivencia para nuestra civilización occidental.

Cuando el pasado 28 de mayo Pedro Sánchez reconoció al Estado palestino, sin debate previo en el Congreso, en pleno conflicto entre Israel y Gaza, a consecuencia del pogromo perpetrado por la organización terrorista Hamás, España y su Gobierno pasaron al furgón de cola de la política internacional en el ámbito occidental. Su error ya está reportando al presidente un retorno corrosivo. Bastaría acudir a Bloomberg o a The Economist, dos medios de referencia, para llegar a la conclusión de que en el ámbito de la política internacional no se le permiten derivas sin coste como las que protagoniza en la doméstica. El Gobierno español quedó estigmatizado por la asunción de su vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo —nunca corregida— de la consigna exterminadora de Israel: "Palestina, desde el río (Jordán) hasta el mar (Mediterráneo)".

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