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La derecha política, Feijóo y la camisa de fuerza (PSOE-30, PP-15)
Los pusilánimes son los que mantienen el 'statu quo' porque es una derecha instalada y letárgica, así que el PP hace bien en proponer políticas sociales. Le falta un paso más: enarbolar la necesidad de la auténtica federalización de España
Enarcan las cejas y fruncen el ceño. Son esos sectores de la derecha política española que, mientras conviven amigablemente con la izquierda en el Gobierno por aquello del ‘pragmatismo’, reprochan al Partido Popular (y lo harían a cualquier otro de sus características) que ‘compre’ la mercancía programática ‘progre’ y se apunte a ‘políticas sociales’ que, no se sabe por qué razón, no le corresponden. Gracias a estos sectores —vinculados con algunos ámbitos empresariales y financieros y determinados integrismos y dogmatismos— la derecha política española se ha convertido (la han convertido) en una fuerza reactiva, de carril, previsible, y, por lo tanto, perdedora.
Núñez Feijóo ha propuesto una serie de medidas sociales que, en parte, coinciden con las que significan a la socialdemocracia. Y ¿qué? La socialdemocracia ha desplegado políticas muy correctas y justas y la deriva progresista es una caricatura de los grandes partidos de izquierda sensata y moderada que, con las formaciones de centroderecha (liberales, conservadores, democristianos), erigieron los Estados de bienestar tras la II Guerra Mundial. Por eso, el PP hace bien en salir de esa rutina reactiva que le encasilla en el incómodo espacio de afirmarse en la negativa y pujar así por un nuevo dinamismo en las ideas y en las actitudes.
El PP no gobierna solo para la CEOE, ni para los estamentos de rentas desahogadas ni para los confesionalismos de estricta observancia
Apostar por la gratuidad de las escuelas infantiles de 0 a 3 años, ampliar los permisos de paternidad y maternidad, reconocer a las familias monoparentales, bonificar los contratos a los cuidadores en familias numerosas y monoparentales, facilitar la reincorporación de las mujeres que hayan abandonado el mercado laboral para atender a sus hijos, desarrollar jornadas flexibles y crear bancos de horas y mejorar, entre otras medidas, el tratamiento fiscal de las familias, componen una actitud proactiva ante las demandas sociales transversales que se están produciendo con urgencia en la sociedad española. Una sociedad más para pensionistas que para jóvenes y profesionales maduros y fuertemente subsidiada en la peor versión de las posibles: disuadiendo del esfuerzo, la competitividad y el progreso personal y colectivo.
El PP no gobierna solo para la CEOE —aunque también—, ni solo tampoco para los estamentos de renta alta y media con desahogo financiero, ni, en fin, para los sectores confesionales de estricta observancia o para los que entienden la política como el territorio de la declamación de principios inmutables. El PP es un instrumento de toda la sociedad y sus propuestas deben ser amplias e integradoras. Los principios ideológicos y las convicciones cívicas y éticas han de ser pocas, pero firmes. La inundación de discursos repletos de grandes dogmas solo reporta integrismos. La teoría de que la política ha de asentarse en pilares firmes y en propuestas versátiles es la más adecuada para sociedades, que, como la nuestra, se tropiezan cada vez con mayores incertidumbres, en muchos casos, existenciales.
Si descontamos los gobiernos de UCD, el PSOE ha gobernado el doble de tiempo que el PP. Para volver al poder, la derecha ha de ser audaz
A la derecha política, desde diversas instancias, se le ha embutido en una camisa de fuerza para que no se mueva de sus discursos rutinarios, reactivos y predecibles. El resultado es que, si descontamos los años de gobierno de la UCD de Suárez y de Calvo Sotelo (1979-1982), el PSOE ha gobernado, de momento, 30 años y el PP, 15.
Cuando Aznar ganó escasamente las elecciones de 1996 realizó un ejercicio de permeabilidad a las peticiones de los nacionalistas catalanes (pacto del Majestic) y vascos (extensión del Concierto Económico, entre otros acuerdos) y puso en marcha una serie de reformas que le granjearon en 2000 la primera mayoría absoluta que perdió en 2004 por una política exterior imprudente y tras la pésima gestión del 11-M. Luego, cuando en 2011 el PP regresó al poder con Rajoy y 186 diputados, se burocratizó el Gobierno y en 2015 se hundió, entre otras cosas porque renunció a la política que sustituyó por los protocolos funcionariales, como se demostró en el desastre del proceso soberanista catalán.
Rodríguez Zapatero en su momento y Pedro Sánchez en la actualidad son consecuencias, en buena medida, de la falta de estrategia y de proactividad de la derecha española. Y ahora que Feijóo está saliéndose del carril —por fortuna, ante la irritación de Vox, una formación que es una auténtica desdicha para la derecha democrática de nuestro país— los canonistas de rigor cabecean negando la procedencia de su iniciativa. El gallego no tendría que hacer demasiado caso a los que, bien instalados, reparten credenciales de autenticidad ideológica y estratégica, pero solo se comprometen con sus intereses.
La federalización es la única alternativa al fracaso del modelo autonómico porque es un sistema permanentemente abierto a la negociación
Es necesario que el PP, la derecha española en general, sin que quepa incluir en ella a esos radicales que terminarán antes o después como el tal Pérez (Alvise) que emergió el 9-J gracias al pozo séptico de determinadas redes sociales, además de avanzar en esas políticas de sintonía con grandes sectores sociales a los que este Gobierno de Sánchez manipula con un relato tramposo, ofrezca también respuesta al disfuncional modelo territorial de España.
El título VIII de la Constitución, ha sido —pese a que la salmodia de determinada corrección política diga lo contrario— un fracaso. Pensada para integrar a Cataluña y el País Vasco, la Constitución ha permitido que el Estado siga abierto en canal desde hace décadas porque el sistema autonómico tiene demasiados perfiles imprecisos, muchas abstracciones y contradicciones, inconcreciones y conceptos jurídicos indeterminados. Es un modelo abierto, disponible permanentemente. Tal y como quieren los nacionalismos y secesionismos que deben su existencia y desarrollo a un texto constitucional que les ofrece una negociación interminable.
Esta, la de ahora, es la ocasión para que la derecha española medite seriamente sobre la conveniencia de la federalización de España. No a la que se refiere Sánchez —nada más diferente a la federalización que lo que él practica— sino a la que se describe en los países que han acertado a cohesionarse de manera federal como Alemania, entre otros. Los que sostienen que el Estado federal solo sirve para unir a los desunidos y que España no lo está, solo cabe recordarles que nuestro país es el fruto de una monarquía plural, de reinos territoriales que conformaron una gran nación en la que se ha sustentado siempre nuestra convivencia, pero que no se ha articulado en sus diferencias de manera certera. Ni en la Restauración, ni en la II República ni, a lo que se ve, tampoco con la Constitución de 1978. De ella ha de conservarse la soberanía nacional única, los derechos y las libertades, la igualdad de todos los ciudadanos, el autogobierno de los territorios y la monarquía parlamentaria. Y, valorada la experiencia de 45 años de una Constitución incumplida reiteradamente, solo cabe una alternativa que no es la centralización sino la federación con el Rey en la jefatura del Estado.
Así, que, sin camisa de fuerza, cualquier ánimo para que Feijóo avance con unas dosis adecuadas de audacia y prudencia, principios y pragmatismo, previsibilidad y versatilidad, será escaso. Es de temer, que, por una parte, la ortodoxia estéril de la inquisición derechista y, por otra, el temor en la izquierda a que esa derecha salga de la reactividad letárgica y compita en igualdad de armas, provoque una polémica que asuste a los pusilánimes que son los que, más allá de sus partidarios, están sosteniendo a Pedro Sánchez y a sus corrosivas políticas. Son los que mantienen el statu quo. Para salir de esta situación, además, la derecha no debe imitar al PSOE que ha renunciado a su vocación mayoritaria, sino convocar a mayorías suficientes para gobernar sin subordinaciones extractivas como la que imponen los nacionalismos y sin condicionamientos excluyentes como los de que desean los radicales.
Enarcan las cejas y fruncen el ceño. Son esos sectores de la derecha política española que, mientras conviven amigablemente con la izquierda en el Gobierno por aquello del ‘pragmatismo’, reprochan al Partido Popular (y lo harían a cualquier otro de sus características) que ‘compre’ la mercancía programática ‘progre’ y se apunte a ‘políticas sociales’ que, no se sabe por qué razón, no le corresponden. Gracias a estos sectores —vinculados con algunos ámbitos empresariales y financieros y determinados integrismos y dogmatismos— la derecha política española se ha convertido (la han convertido) en una fuerza reactiva, de carril, previsible, y, por lo tanto, perdedora.
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