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Albares (y Zapatero) o la incompetencia temeraria
Con Albares en Exteriores y con Zapatero de conseguidor en China, Venezuela y Marruecos, la política exterior de España ha entrado en una deriva tal que hasta ha abierto una temeraria polémica con la Casa del Rey
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El de Exteriores es uno de los ministerios de Estado que ha sido desempeñado en España por un plantel de personalidades destacadas de la diplomacia y la política. En democracia, tanto el PSOE como el PP han encomendado la gestión de la política exterior a figuras que han hecho historia, desde Marcelino Oreja Aguirre a José Pedro Pérez Llorca y Josep Piqué (que tuvo la entereza de reconocer errores muy serios en la guerra de Irak), de Francisco Fernández Ordóñez a Javier Solana y Josep Borrell, estos dos últimos, ambos socialistas, con una proyección europea extraordinaria. Solana fue secretario general de la OTAN y del Consejo de Europa y Borrell, hasta hace unas semanas, Alto Representante para la Política Exterior y de Seguridad de la Unión Europea y, previamente, presidente del Parlamento Europeo.
La excelencia ha desaparecido de la gestión de la política exterior española en los últimos años. La fecha que marca el deterioro reciente de la proyección internacional de España, después de la retrospectivamente fallida 'foto de las Azores' (Aznar, Blair, Bush del 16 de marzo de 2003), remite a marzo de 2022 cuando Pedro Sánchez envió, sin encomendarse más que a sus pulsiones (a saber cuáles), una servil carta a Mohamed VI reconociendo la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental.
La deriva comenzó con la servil carta de Sánchez a Mohamed VI sobre el Sáhara urdida por Zapatero con Albares de figurante
Si grave fue ese volantazo de la política exterior española, ni siquiera debatida en el Congreso, tanto lo fue la intervención subrepticia y oficiosa de Miguel Ángel Moratinos, ex ministro de Exteriores, y de José Luis Rodríguez Zapatero, que trajinaron de forma opaca en el cambio de criterio nacional sobre un asunto especialmente sensible. Desde entonces, el expresidente socialista se ha convertido en un conseguidor internacional, al servicio de la Moncloa y de sus intereses personales, en tres áreas geoestratégicas delicadas: China (fue él quien urdió la visita allí de Sánchez en septiembre pasado), América Latina (en particular, Venezuela) y Marruecos. El rol de Zapatero como conseguidor merecerá, a no tardar, un relato detallado y, desde luego, crítico, porque la mixtificación de intereses que equipa al expresidente es mucho más que discutible.
El nombramiento de José Manuel Albares en julio de 2021 como ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación ha marcado un punto de inflexión a partir del cual la deriva de la política exterior española resulta casi grotesca. El último episodio que ha protagonizado el ministro ha consistido en abrir una estúpida y temeraria polémica con la Casa del Rey a propósito de la invitación del Gobierno francés para que los reyes asistieran a la reapertura solemne de la catedral de Notre Dame.
Por buenos motivos, ya explicados, los reyes no asistieron al acto. Por ningún otro motivo diferente a su sectarismo, no asistió el ministro de Cultura, Ernest Urtasun, que ofreció peregrinas explicaciones para justificarse. En lo que sí tiene razón el titular de Cultura es que al Ministerio de Asuntos Exteriores le corresponde "planificar, dirigir, evaluar y ejecutar la política exterior del Estado". Albares no se enteró de la misa a la media. Y montó un pollo. Como viene siendo habitual en él, se comporta al modo de secundario de la política exterior en la que ha creado más problemas de los que había cuando asumió el cargo.
Los fracasos de Albares van desde Argentina e Israel a Venezuela y la Unión Europea, pasando por el nombramiento clientelar de embajadores
Es el caso de Marruecos —país con el que no se consigue el establecimiento de aduanas en Ceuta y Melilla ni una eficaz colaboración en la inmigración irregular y contra las bandas del narcotráfico—; es el caso de Venezuela, con esa bochornosa imagen del presidente electo, Edmundo González, firmando, coaccionado, una carta impuesta por Maduro, en la residencia de nuestro embajador en Caracas; es el caso, de la retirada de nuestra embajadora en la Argentina haciendo cuestión de Estado de unas palabras de Milei, desafortunadas, sobre Begoña Gómez que fueron precedidas por unas intolerables declaraciones de Óscar Puente sobre las 'sustancias' que se administraría el presidente de la República argentina. Y es el caso, en fin, de la congelación de nuestras relaciones diplomáticas con Israel tras el precipitado y oportunista reconocimiento del fantasmal Estado palestino. Y por rematar, es el fracaso cantado de su propósito "prioritario" de que el catalán sea reconocido como idioma oficial en la Unión Europea. Por no hablar de la presidencia rotatoria española durante el segundo semestre del pasado año, que fue un completo fiasco. Para olvidar los muchos nombramientos clientelares de embajadores políticos. Y para no olvidar, que durante su gestión el Gobierno de España se fraguó en Bruselas y Zúrich en negociaciones con un prófugo de la justicia con el que el PSOE y el Ejecutivo siguen manteniendo contactos con un mediador internacional, a todo lo que, además, tampoco es ajeno Zapatero. Con un episodio de esta naturaleza no es posible mantener una biografía de ministro de Exteriores digna de nuestro país.
El ministro abre una polémica con Zarzuela justo cuando el Rey es el líder europeo más valorado según el barómetro del Instituto Elcano
Albares, que engola la voz, sonríe sin venir a cuento y desfila en vez de caminar, lo que compone un lenguaje gestual perfectamente inadecuado, además de impostado, es el tipo de político que está muy por debajo de las capacidades que exige su cargo. Quizá por esa razón le ha designado Sánchez, del que fue sherpa en su primer gabinete en la Moncloa, para que se pueda repetir sin que nadie lo rebata esa mendacidad constitucional y política de que es el 'presidente el que marca la política exterior' (la marca el Gobierno como establece el artículo 149 de la Carta Magna) y para que Zapatero continúe oficiando como lobbista internacional de la Moncloa.
De todos los errores de Albares, el de mayor alcance político en España y el más temerario ha sido la explicitud de su malestar con la Casa del Rey, justo cuando acaba de renovarla Felipe VI, cuando funciona en una nueva etapa bajo la jefatura de Camilo Villarino (¡cuánto le molesta al ministro que ocupe esa responsabilidad después de haberlo vetado como embajador en Moscú!), cuando la comunicación de la Zarzuela está funcionando con exactitud y con prontitud y cuando Felipe VI culmina un espectacular año décimo de su reinado en cotas de adhesión nacional y popularidad internacional confirmadas por el barómetro anual del Real Instituto Elcano que le alza en el podio del más reputado líder internacional en los diez países en los que se han tomado muestras para la encuesta. Felipe VI se sitúa por encima del Papa Francisco, el canciller alemán Scholz, la presidenta de la Comisión de la UE, Ursula Von der Leyen y de Emmanuel Macron. Y, por supuesto, muy por encima de Pedro Sánchez.
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En el nuevo escenario internacional, con la próxima presidencia de Donald Trump —a partir del 20 de enero—, Sánchez, si pretende mantenerse en la Moncloa, como parece, no tendrá otra que renovar el Consejo de Ministros en el que sobra José Manuel Albares y faltan políticos y diplomáticos de la talla que merece la gestión exterior de los intereses de España. Y que cumplan con la obligación de acompañar al Rey en sus viajes internacionales, con lealtad a la Corona y sentido de la responsabilidad institucional, sin excentricidades ni temeridades, superando así esta etapa de profunda mediocridad en el Palacio de Santa Cruz. Cuyo futuro titular debería atar en corto al expresidente socialista y neutralizar sus inquietantes maquinaciones internacionales en favor de tipos como Maduro, para el que el Congreso reclamó el jueves orden de arresto a la Corte Penal de La Haya. Contra el criterio del PSOE, que adoptó una posición muy elocuente al respecto. Otro 'éxito' de la incompetente pareja Albares-Zapatero.
El de Exteriores es uno de los ministerios de Estado que ha sido desempeñado en España por un plantel de personalidades destacadas de la diplomacia y la política. En democracia, tanto el PSOE como el PP han encomendado la gestión de la política exterior a figuras que han hecho historia, desde Marcelino Oreja Aguirre a José Pedro Pérez Llorca y Josep Piqué (que tuvo la entereza de reconocer errores muy serios en la guerra de Irak), de Francisco Fernández Ordóñez a Javier Solana y Josep Borrell, estos dos últimos, ambos socialistas, con una proyección europea extraordinaria. Solana fue secretario general de la OTAN y del Consejo de Europa y Borrell, hasta hace unas semanas, Alto Representante para la Política Exterior y de Seguridad de la Unión Europea y, previamente, presidente del Parlamento Europeo.