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La selección española de fútbol es el Cid y el balón, la espada Tizona
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Josep Martí Blanch

Pesca de arrastre

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La selección española de fútbol es el Cid y el balón, la espada Tizona

El regreso de la Roja —sin que se prevean grandes movilizaciones en contra— es un paso más hacia la normalización de la vida en Cataluña. En este caso, de la deportiva. Y eso, políticamente, tiene su aquel

Foto: Los jugadores de la selección española de fútbol celebran la victoria ante Suecia el pasado noviembre. (EFE/Julio Muñoz)
Los jugadores de la selección española de fútbol celebran la victoria ante Suecia el pasado noviembre. (EFE/Julio Muñoz)
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Hay quien anda tentado —o ya ha caído en la tentación— de celebrar la vuelta de la selección española a Barcelona tras 18 años de ausencia para jugar un amistoso contra Albania como si el combinado de Luis Enrique fuese en realidad la encarnación colectiva del Cid y el balón la espada Tizona con la que se dará por reconquistada la Cataluña caída en manos del infiel independentista.

Hay voluntad de épica de baratillo en algunas líneas de las que se han escrito a cuenta de la decisión de la Federación Española de Fútbol. Y la verdad es que los ingredientes son de fácil manejo y encajan en un guion cutrecillo: casi dos décadas de destierro futbolístico del combinado nacional, el órdago soberanista de por medio y los aficionados catalanes que se sienten españoles (serlo lo son todos) abandonados a su suerte en terreno hostil. Finalmente, se divisa la posibilidad de un rescate en el horizonte, que va cogiendo la forma de un partido de fútbol amistoso de segunda categoría ante un rival de tercera que no ha jugado ni una sola vez un Mundial o una Eurocopa.

Foto: Marchena, en el último partido en Barcelona. (EFE/Lluís Gené)

Si le añadimos que la vuelta ciclista a España empezará en Barcelona en 2023, ya nos da para una docuserie del canal Historia para explicar cómo el deporte, que todo lo hermana, puso fin al dislate separatista y cómo el sudor comprometido de los futbolistas y los ciclistas acabó convertido en el nuevo forjado sobre el que se asentó la sana y plena convivencia política entre españoles. Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

No entienda el lector que la exageración de los párrafos precedentes es para negar valor político al regreso de la Roja a Barcelona (Cornellà, para ser más exactos). Lo tiene. Igual que también lo ha tenido la progresiva normalización de la agenda de la Casa Real —Felipe VI puede visitar Cataluña sin grandes manifestaciones recibiéndole— o la colaboración entre partidos independentistas y constitucionalistas en aras de garantizar la gobernabilidad tanto de España (Sánchez es presidente gracias a los independentistas de ERC) como de Cataluña (la Generalitat tiene presupuesto gracias a los comunes). El regreso de la Roja —sin que se prevean grandes movilizaciones en contra o boicots que conviertan la celebración del partido en un infierno logístico y de seguridad— es, efectivamente, un paso más hacia la normalización de la vida en Cataluña. En este caso, de la deportiva. Y eso, políticamente, tiene su aquel. Ahora bien, hay que medir las exageraciones si uno aspira a entender lo que va pasando y el sentido real que cabe dar a las cosas que van sucediéndose.

Hay que explicar las cosas como son: la génesis del adiós de la selección en 2004 fue que el fútbol de selecciones, en Barcelona, ni frío ni calor

Lo primero: memoria. Que la selección española no haya jugado en Barcelona durante 18 años no obedece únicamente al proceso independentista y a la hostilidad que pudiera despertar una visita del combinado nacional entre los soberanistas. En el partido amistoso contra Perú de 2004, el último de la selección en la Ciudad Condal, el Estadio Olímpico de Montjuic no se llenó. No solo eso. La hinchada peruana se impuso en ánimo y decibelios. Como por esas fechas el proceso independentista ni estaba ni se lo esperaba, queda claro que al menos una parte del destierro catalán de la selección fue voluntario, en la medida que en otras zonas del país no costaba tanto llenar un estadio y encontrar público más correoso.

Ahora puede que haya más hambre atrasada y más ganas de ver a la selección. Dieciocho años es una dieta muy estricta para no comer si te ponen el plato en la mesa. Además, va a hacerse un gran esfuerzo de movilización política para que el estadio del Espanyol luzca como merece el equipo de Luis Enrique. Pero hay que explicar las cosas como son: la génesis del adiós de la selección en 2004 fue que el fútbol de selecciones, en Barcelona (los amistosos, claro), ni frío ni calor.

Foto: Momento de la agresión.

De vuelta al presente y a la política, insistimos, el regreso de la Roja a Barcelona es un paso más hacia la normalización. Y normalización es que los aficionados catalanes a la selección española puedan ver al equipo sin tener que subirse a un avión. Pero hay que saber contenerse. Y elevar cuestiones como un amistoso con Albania a la categoría de cereza que corona un pastel de vuelta al pasado político anterior al proceso independentista es un ejercicio en demasía voluntarioso. Y hay que evitarlo por ridículo.

Existe el riesgo de confundir la coyuntura política de Cataluña en estos momentos, que hace posible que se vaya recuperando la normalidad en muchos asuntos —la selección de fútbol, uno más—, con la convicción de que ya pueden archivarse definitivamente todas las carpetas referidas al proceso soberanista. Se acabó y a otra cosa, mariposa. Es un error.

El conflicto, lo hemos escrito otras veces también, solo está entre paréntesis. Lo estructural sigue estando donde estaba. Y por lo que viene observándose, nada de lo que podría ser útil para avanzar hacia un escenario que de verdad fuera distinto va a suceder. No en el corto, sino tan siquiera en el medio plazo. Sin ir más lejos, el Gobierno español ya ha dejado caer que el nuevo modelo de financiación de las CCAA no saldrá adelante en esta legislatura. Tampoco la mesa de negociación Generalitat-Estado avanzará en los próximos meses ni probablemente en lo que queda de legislatura. Da la impresión de que desde la perspectiva del Gobierno ya se han bajado todos los tramos de la escalera.

Foto: Pere Aragonès despidiéndose de Pedro Sánchez. (EFE/Enric Fontcuberta)

No nos cansaremos de advertir que la coyuntura no debe traer a engaño. Es necesario sacar provecho del tiempo en que el paréntesis de la coyuntura se mantenga abierto para trabajar seriamente en propuestas y acuerdos que posibiliten cambios estructurales que eliminen de raíz la posibilidad de vivir otra vez una fase de recalentamiento y explosión, como sucedió en el pasado reciente.

Mientras disfrutemos de la coyuntura actual —el independentismo domesticado a la fuerza, pero con la mitad del censo electoral dándole apoyo—, la selección podrá jugar tantos partidos en Barcelona como desee. Pero nada sustantivo cambiará. Un día se cerrará el paréntesis, se inflará el suflé otra vez y nadie entenderá nada porque nos habremos creído que si la selección visita Barcelona, es que ya está todo arreglado.

Y perdonen por mezclar política y deporte. (Risas).

Hay quien anda tentado —o ya ha caído en la tentación— de celebrar la vuelta de la selección española a Barcelona tras 18 años de ausencia para jugar un amistoso contra Albania como si el combinado de Luis Enrique fuese en realidad la encarnación colectiva del Cid y el balón la espada Tizona con la que se dará por reconquistada la Cataluña caída en manos del infiel independentista.

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