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ERC y Bildu, los únicos rojos de verdad
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Josep Martí Blanch

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ERC y Bildu, los únicos rojos de verdad

De aprobarse una ley tan importante sin el concurso de los socios habituales, ¿puede cambiar el escenario de legislatura y el pivote sobre el que bascula la gobernabilidad de España?

Foto: El portavoz parlamentario de ERC, Gabriel Rufián. (EFE/Kiko Huesca)
El portavoz parlamentario de ERC, Gabriel Rufián. (EFE/Kiko Huesca)
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Festival del tacticismo a cuenta de la convalidación de la reforma laboral. Si Podemos se mueve hacia el pragmatismo de una reforme pactada entre Gobierno, patronal y sindicatos y acorde a las exigencias de Europa —atacar la temporalidad, pero manteniendo la flexibilidad—, ahí están ERC y Bildu para decirle al electorado que rojos, rojos de verdad, ya solo quedan ellos. Así que de convalidar el decreto ley, por el momento, nada de nada. Aunque ya se verá, que hemos vivido con anterioridad sobreactuaciones de ERC, con Gabriel Rufián en el papel de Scarlett O’Hara anunciando que jamás volvería a pasar hambre en las negociaciones, que al final han quedado más bien en poca cosa. No obstante, podría ser que esta vez el no fuera definitivo. Eso al menos defienden los voceros de parte que insisten vehementemente en que en esta ocasión, salvo concesiones relevantes, la decisión está tomada.

Como el decreto va a convalidarse, nadie trabaja la posibilidad de que no vaya a ser así, la incógnita reside en saber si al final alguien del Gobierno llamará a Cs para coger la mano que los naranjas ofrecen reiteradamente. A los votos de Inés Arrimadas se añadirían los del PDeCAT y la suma debería completarse con el PNV y algún resto. Aunque ambos partidos están formalmente por introducir cambios que garanticen desde ya mismo la preeminencia de los convenios autonómicos, son conscientes —particularmente el PDeCAT— de que quizá la mejor solución sería un pacto de caballeros que comprometiese esa modificación en el futuro pero con la reforma ya aprobada.

Foto: Sánchez sale junto a Lastra del Congreso. (EFE/Javier Lizón)

O eso o se salva, aunque sea sobre la campana, la mayoría de izquierdas de la investidura. Por el camino, tiene todo el sentido que se apure la negociación. Son más que comprensibles las reticencias de Yolanda Díaz a que sean Cs, PDeCAT y PNV los partidos que acaben haciendo de comadronas del parto de 'su' criatura. No es fácil defender una reforma laboral ante el electorado más de izquierdas con dos partidos —aunque sean regionales como ERC y Bildu— dándote en el hígado por abandonar, cuando no traicionar, los intereses de los trabajadores. El PSOE es quizá quien más cómodo puede sentirse con que por una vez los votos vengan del partido de Inés Arrimadas. Diluye el papel de Yolanda Díaz como diva de la nueva izquierda que está por inventarse —que te saquen las castañas del fuego los votos de los naranjas no es la mejor credencial para su futuro proyecto político— y al mismo tiempo lanza un caramelito de centrismo a su electorado menos izquierdista.

De aprobarse una ley tan importante sin el concurso de los socios habituales, ¿puede cambiar el escenario de legislatura y el pivote sobre el que bascula la gobernabilidad de España? ¿Puede sentirse ERC liberada de compromisos si suma a las discrepancias con la reforma laboral el reiterado menosprecio de Pedro Sánchez a la mesa de negociación Gobierno-Generalitat sobre el proceso soberanista? No debería ser así. El Ejecutivo español va a seguir necesitando esos apoyos para otras iniciativas legislativas pendientes y ERC no tiene ningún aliciente para abandonar el frente de izquierdas y su colaboración con Pedro Sánchez. Ello supondría el reconocimiento antes de tiempo del fracaso de su estrategia y resultaría difícil de explicar porque equivaldría a una enmienda a la totalidad de su discurso político de los últimos dos años.

Foto: Pedro Sánchez dialoga con Yolanda Díaz en el Congreso. (EFE/Rodrigo Jiménez)

Lo que sí tiene todo el sentido es que, superado el ecuador de la legislatura, ERC y Bildu vayan pactando y coincidiendo en algunas cuestiones para diferenciarse del binomio gubernamental socialista y podemita con la vista ya puesta en el próximo ciclo electoral y en la defensa de la frontera de voto que tengan con esas formaciones en sus respectivos territorios de actuación. No hay que olvidar que en el área metropolitana de Barcelona, muy importante desde el punto de vista político, el gran rival de ERC no es JxCAT, sino los socialistas y, en menor medida, lo que sea que finalmente Yolanda Díaz se saque de la chistera. Así que hay que empezar a intercambiar golpes sonoros de vez en cuando para acentuar las diferencias entre unos y otros.

Fuera de la reforma laboral, apuntar que la desestimación por parte del Tribunal Supremo de todos los recursos contra los indultos, aunque esperada y previsible, es una buena noticia para la salud política y de la sociedad catalana en su conjunto. El perdón era oportuno desde el punto de vista del interés general, como la realidad se ha encargado de acreditar, y cualquier decisión que posibilitase la reversibilidad de la medida hubiera significado un paso atrás en el camino de progresiva y lenta normalización que se vive en Cataluña. La normalización definitiva, aún lejana, requerirá que, de un modo u otro, pueda cerrarse algún día también la carpeta Puigdemont. Aunque para cerrarla primero tendrá que abrirse. Todo llegará.

Festival del tacticismo a cuenta de la convalidación de la reforma laboral. Si Podemos se mueve hacia el pragmatismo de una reforme pactada entre Gobierno, patronal y sindicatos y acorde a las exigencias de Europa —atacar la temporalidad, pero manteniendo la flexibilidad—, ahí están ERC y Bildu para decirle al electorado que rojos, rojos de verdad, ya solo quedan ellos. Así que de convalidar el decreto ley, por el momento, nada de nada. Aunque ya se verá, que hemos vivido con anterioridad sobreactuaciones de ERC, con Gabriel Rufián en el papel de Scarlett O’Hara anunciando que jamás volvería a pasar hambre en las negociaciones, que al final han quedado más bien en poca cosa. No obstante, podría ser que esta vez el no fuera definitivo. Eso al menos defienden los voceros de parte que insisten vehementemente en que en esta ocasión, salvo concesiones relevantes, la decisión está tomada.

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