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Tractores a la calle: el campo explota y esta vez lleva razón
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Josep Martí Blanch

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Tractores a la calle: el campo explota y esta vez lleva razón

Los tractores calientan ya motores para emular aquí la expresión del malestar y la rabia que anidan en el sector y que ya han prologado sus homólogos en el resto del continente

Foto: Vista de una tractorada a su paso por Sardón de Duero, Valladolid. (EFE/R. García)
Vista de una tractorada a su paso por Sardón de Duero, Valladolid. (EFE/R. García)
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Llega la hora del campo español. No hay excepción ibérica en este asunto y los tractores calientan ya motores para emular aquí la expresión del malestar y la rabia que anidan en el sector y que ya han prologado sus homólogos en el resto del continente. La fiesta empieza hoy en Cataluña y en los próximos días será toda la geografía española la que vea alterado su apacible vivir cotidiano a causa de las protestas de los agricultores.

El ministro de Agricultura, Luis Planas, salió ayer de su letargo para dispensar pomada analgésica y aliviar con palabras el estado anímico del sector.

Pero más allá de las declaraciones de manual en estos casos —el Gobierno español está al lado de los agricultores y otros argumentos de cortar y pegar—, también insistió en que lo preocupante es que algunas formaciones políticas quieran sacar provecho de las protestas con discursos y ofertas radicales.

El ministro se refería a Vox y también al PP, claro. Pero debería aclarar el ministro, para ser serios, cuándo ha sido que la oposición no ha intentado sacar provecho de un conflicto o un malestar sectorial. La respuesta es nunca, claro.

Foto: Protesta de los agricultores franceses en Chilly-Mazarin. (EFE/Edgar Sapiña Manchado)

Pero lo que sucede es que hay una corriente de fondo que intenta deslegitimar las razones del sector primario en su conjunto —no solo de la agricultura— atribuyéndolas con habilidad a una especie de confabulación de despachos de la derecha para alterar el ánimo del sector, llevarlo a la calle y ganar rédito político de cara a las elecciones europeas de junio, afianzando así el giro a la derecha de las instituciones comunitarias.

Como si los agricultores formasen parte de una jugada política en la que el sector primario juega el simple papel de peón en manos de otros intereses menos confesables.

Esta es una mirada, digámoslo claramente, que invierte equivocada e intencionadamente el orden de los factores. Porque lo que existe es un malestar cocido a fuego lento desde hace años. Un malestar del que hace también tiempo la ultraderecha, y más recientemente la derecha convencional por efecto arrastre, saca provecho político, por supuesto. Y más sabiendo, como saben, que para la izquierda es más difícil rectificar las decisiones que han alimentado este malestar y que tienen mucho que ver con la carga burocrática impuesta a estos colectivos y las decisiones verdes que añaden presión a la rentabilidad y sostenibilidad de sus explotaciones.

Naturalmente, en un conflicto todo son razones de parte que hay que escrutar con detenimiento. Pero más allá de la PAC, la ley de restauración de la naturaleza aprobada recientemente por escaso margen en el Parlamento Europeo y el largo etcétera de reivindicaciones que presentan en estos momentos los agricultores, lo cierto es que detrás del malhumor cada vez más acentuado, atribuible a causas concretas, lo que existe es la firme convicción de que el sector primario es visto por la burocracia y por la política europea como una molestia con la que hay que convivir. Pero en ningún caso como una pieza insustituible que permite asegurarnos la soberanía y la trazabilidad alimentarias. Y también la conservación de la naturaleza no en su estado salvaje, sino domada y dibujada por la mano del hombre, que es quien con su trabajo la hace verdaderamente disfrutable.

Llevan razón los agricultores cuando afirman que Europa los utiliza como moneda de cambio en los tratados comerciales. Llevan también razón cuando afirman que es competencia desleal que las restricciones que a ellos se les imponen en el uso de fitosanitarios no tengan equivalencia en los productos que llegan de otras partes del mundo. Llevan razón cuando aseguran que las consejerías autonómicas que deberían preocuparse por sus problemas hace tiempo que mudaron de piel y que están pobladas mayoritariamente por técnicos que los ven como depredadores a los que imponer un freno tras otro y no como los profesionales que nos ponen el plato en la mesa. Llevan razón también en afirmar que en este ambiente el relevo generacional es cada vez más difícil y que caminamos decididamente hacia la extinción del pequeño y mediano agricultor.

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, durante una visita a una ganadería en Ruesga (Cantabria). (EFE/Román G. Aguilera)

Estas cosas son ciertas. Por eso las afirmaciones del ministro sobre —también cierto— que hay formaciones políticas intentando sacar tajada del problema no son más que una perogrullada. A veces parece que para la izquierda cualquier cuestión puede deslegitimarse por el simple hecho de que quien ha puesto más interés en acentuar esa cuestión es la ultraderecha o la derecha. El problema existe, ese es el verdadero fondo del asunto. No otro.

Probablemente, no sean multitudes quienes han leído Filosofía verde, el libro del ya fallecido pensador y ensayista conservador Roger Scruton que en España publicó en 2021 la editorial Homo Legens y que prologaba Santiago Abascal.

El libro, con independencia de quien firma el prólogo, es un manifiesto conservacionista de respeto a la naturaleza, de insistencia en la necesidad de cuidarla y mimarla. Pero también una prescripción sobre la única manera de hacerlo, porque ese mandato conservacionista solo es posible cumplirlo con la existencia de pequeños y medianos agricultores, ganaderos y otros profesionales del sector primario con los pies anclados en la tierra. Porque son ellos los primeros, y a veces únicos, interesados en que así sea. El ministro debería leer el libro. Entendería perfectísimamente que no son políticas radicales lo que están exigiendo los agricultores —aunque partidos radicales o no intenten sacar beneficio de ello— sino una mirada menos teórica y más real del campo europeo que deje de considerarles un lastre que hay que manejar hasta que por fin desaparezcan.

Llega la hora del campo español. No hay excepción ibérica en este asunto y los tractores calientan ya motores para emular aquí la expresión del malestar y la rabia que anidan en el sector y que ya han prologado sus homólogos en el resto del continente. La fiesta empieza hoy en Cataluña y en los próximos días será toda la geografía española la que vea alterado su apacible vivir cotidiano a causa de las protestas de los agricultores.

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