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La ambición del cambio

El centro derecha español tiene el grave problema de haber perdido su ideario reformista. Cuando no tienes nada que cambiar, solo quieres conservar lo que hay. El conservadurismo es por definición reactivo

Foto: El presidente del PP, Pablo Casado, y la presidenta de Cs, Inés Arrimadas. (EFE)
El presidente del PP, Pablo Casado, y la presidenta de Cs, Inés Arrimadas. (EFE)
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El 12 de septiembre de 1962, en un famoso discurso pronunciado en Houston, el presidente Kennedy anunciaba el gran objetivo de llegar a la Luna: “Elegimos ir a la Luna, en esta década (...) no porque sea fácil, sino porque es difícil (…) Porque esta meta servirá para organizar y probar lo mejor de nuestras energías y habilidades (...) Porque este desafío es uno que estamos dispuestos a aceptar. Un desafío que no estamos dispuestos a posponer (...) y que pretendemos ganar”. Era la respuesta al hasta entonces liderazgo soviético en la carrera espacial. Ni una palabra sobre la defensa de Estados Unidos, ni una mención a la necesidad de conservar lo logrado, ni siquiera una crítica al sistema comunista. Solo un objetivo común, un reto tras el que alinear los esfuerzos y capacidades de todo un país, un deseo de cambio, la ambición de avanzar. Estados Unidos puso un hombre en la Luna en 1969 y su superioridad espacial contribuyó al colapso de la Unión Soviética en 1989.

A finales de los años setenta del siglo pasado, dos facciones del Partido Comunista chino se disputaban el liderazgo de la formación y por tanto de la República Popular China tras la muerte de Mao Zedong. Hua Guofeng, sucesor designado, sostenía como principio político la tesis conocida como de los 'dos cualquiera': “Cualquier política que Mao hubiera decidido, cualquier instrucción que Mao hubiera dado, debían ser seguidas”. En el bando contrario, Deng Xiaoping, purgado hasta tres veces en su larga militancia comunista, sostenía que “la práctica es el único criterio para determinar la verdad”. La reforma frente al conservadurismo. La realidad de los hechos frente al anquilosamiento ideológico. En 1978, Deng se impuso, y desde entonces China y su capitalismo de Estado nunca han dejado de crecer. Se espera que en la próxima década su economía supere la de Estados Unidos.

Foto: La presidenta de Cs, Inés Arrimadas, y el del PP, Pablo Casado, se saludan en un acto de campaña de la coalición PP+Cs en Euskadi. (EFE) Opinión
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El centro derecha español tiene el grave problema de haber perdido su ideario reformista. Cuando no tienes nada que cambiar, solo quieres conservar lo que hay. El conservadurismo es por definición reactivo. Responde a lo que considera amenazas, reales o de palabra, al orden establecido.

Limitar tu actividad política a reaccionar ante las propuestas de otros supone ceder el protagonismo al proponente. El actor secundario es imprescindible, acompaña, pero no ilusiona. Una formación política sin capacidad de ilusionar no solo pierde votos, sino que está condenada a ver cómo las fuerzas centrífugas inherentes a toda organización que busca el ejercicio del poder hacen su aparición, comienzan las divisiones y se acelera la decadencia.

Una de las razones de la pérdida del ideario reformista es dejar pasar cualquier causa que haya sido abanderada por la izquierda. La efectiva igualdad entre hombres y mujeres o la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero merecen el esfuerzo permanente de toda la sociedad. En ambos casos, es posible identificar soluciones más liberales, más propias de sociedades abiertas, que contraponer a las soluciones más intervencionistas de la izquierda, derivadas, en muchos casos, de la aplicación de ideas preconcebidas sobre cómo debe ser la realidad. Estas causas transversales contribuyen a construir sociedades más justas, más modernas, más adaptadas a las necesidades de un mundo cambiante. Si se abandonan por problemas de progenitura, empobreces tu ideario.

Foto: Francisco de Goya - 'Duelo a garrotazos' Opinión

Pero el problema más grave es que el centro derecha español es cada vez más la antítesis de las actitudes que ilustran los dos ejemplos citados al comienzo de este artículo. Su ausencia de ambición y su aversión al cambio lastran su capacidad de convocatoria. Hace 25 años, la entrada en el euro a la primera, en pie de igualdad con las economías más fuertes de la Unión Europea, fue el gran objetivo del primer Gobierno de Aznar. Su consecución y las reformas que lo hicieron posible contribuyeron a que la minoría mayoritaria de 1996 se transformara en la mayoría absoluta de 2000.

Ambición y cambio. Esa era y es la receta para atender nuestras necesidades. Tenemos una Administración pública concebida para un país analógico y centralizado y vivimos en un país descentralizado a palmos, plagado de carencias, ineficiencias y duplicidades, con un grado de digitalización reducido e irregular, con un funcionariado poco adaptado a las nuevas funciones que de ellos se requieren. Tener la Administración pública más eficiente de Europa es un objetivo que el centro derecha podría asumir. Al igual que imbricar nuestro sistema empresarial con nuestras universidades públicas y privadas y con la formación profesional para alinear la capacitación de nuestros jóvenes y nuestro sistema de I+D con lo que el mercado va a exigir a nuestras empresas. Lo mismo puede decirse de transformar nuestro modelo económico e incrementar el peso de la industria en nuestro PIB.

Adecuarse a la realidad requiere cambios hasta encontrar una solución que funcione, siempre con la convicción de que no será definitiva

Son objetivos que hay que formular y asumir. No porque sean fáciles, sino porque son necesarios, aunque difíciles. Son objetivos que servirán para obligarnos a poner a prueba lo mejor de nuestras energías y capacidades. Todos ellos requieren planificación, organización, método y recursos. Todos ellos requieren esfuerzo, dedicación y debate político. Todos ellos suponen cambio y contraste permanente con la realidad. Deng Xiaoping tenía razón: la práctica, es decir, la realidad, es el único criterio para determinar la verdad. Adecuarse a la realidad requiere cambios, incluso cambios permanentes hasta encontrar una solución que funcione, siempre con la convicción de que no será una solución definitiva, porque la sociedad evoluciona y con ella los problemas a resolver.

Foto: José María Aznar. (EFE) Opinión
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La ambición y el cambio son siempre rentables. No solo para el primer Gobierno de Aznar. La entrada en la OTAN, la reconversión industrial o la privatización de empresas públicas, iniciativas adoptadas por los gobiernos de Felipe González, todas ellas alejadas en principio del ideario socialista, sirvieron para mantener al PSOE en el poder durante casi 14 años.

España necesita recuperarse de una década perdida. El problema es saber qué se quiere hacer, explicar por qué y cómo se pretende conseguir. Nadie dice que sea fácil, pero si no se acomete esta tarea, con ambición y deseo de cambio, al final, el que más chille se llevará el gato al agua. Y eso siempre es peor.

El 12 de septiembre de 1962, en un famoso discurso pronunciado en Houston, el presidente Kennedy anunciaba el gran objetivo de llegar a la Luna: “Elegimos ir a la Luna, en esta década (...) no porque sea fácil, sino porque es difícil (…) Porque esta meta servirá para organizar y probar lo mejor de nuestras energías y habilidades (...) Porque este desafío es uno que estamos dispuestos a aceptar. Un desafío que no estamos dispuestos a posponer (...) y que pretendemos ganar”. Era la respuesta al hasta entonces liderazgo soviético en la carrera espacial. Ni una palabra sobre la defensa de Estados Unidos, ni una mención a la necesidad de conservar lo logrado, ni siquiera una crítica al sistema comunista. Solo un objetivo común, un reto tras el que alinear los esfuerzos y capacidades de todo un país, un deseo de cambio, la ambición de avanzar. Estados Unidos puso un hombre en la Luna en 1969 y su superioridad espacial contribuyó al colapso de la Unión Soviética en 1989.

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