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Yo entiendo a Pedro, y más cuando está claro lo que va a pasar
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Esteban Hernández

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Yo entiendo a Pedro, y más cuando está claro lo que va a pasar

La posición imposible que mantiene el PSOE tiene su razón de ser, pero revela cómo los cambios en la política no han sido bien entendidos por la vieja socialdemocracia

Foto: Pedro Sánchez, durante la reciente sesión de investidura, habla con Pedro Quevedo. (EFE)
Pedro Sánchez, durante la reciente sesión de investidura, habla con Pedro Quevedo. (EFE)

Lo que ocurrirá, como todos sabemos, es que va a gobernar el PP. Las especulaciones de estos días tienen que ver con cuándo y cómo lo conseguirá, no con el resultado final. Quién dará su brazo a torcer, quiénes brindarán los apoyos, si será después de unas (improbables) terceras elecciones, etc. Pero el fin del camino está marcado por razones obvias que Rajoy ha repetido insistentemente en estas fechas.

Yo entiendo la triple negativa de Pedro (no a las terceras elecciones, no a una alianza con Podemos, no a investir a Rajoy) en el sentido de ganar tiempo y de resituar a su partido en una travesía que va a ser dura. El PSOE lleva tiempo instalado en una encrucijada en la que, haga lo que haga, pierde. No va a gobernar con Podemos, porque le saldría caro, tendría unos socios que le generarían muchos problemas y debería recabar otros apoyos para su investidura que le saldrían más caros aún; no va a dar el sí a Rajoy porque eso supondría equiparar a su partido con el PP y dejaría a su rival, Podemos, con más opciones de crecimiento de cara al futuro, y las terceras elecciones tampoco les vendrían nada bien, aunque algunos en Ferraz piensen que ese sería el momento de debilitar aún más a los de Iglesias.

Lo único que está haciendo el PSOE con estas tácticas es intentar conservar el pasado, y eso ya no es posible

Al PSOE le queda esperar que pase el tiempo, en especial las elecciones gallegas y las vascas, intentar que con los votos del PNV y alguno más que rasque el PP por ahí Rajoy sea investido, y jugar el papel de oposición. Eso, u otra jugada similar que permita a Sánchez plantar cara a sus barones, lo que tiene especialmente difícil, y más aún después de todos los golpes mediáticos que está recibiendo por mantenerse firme.

Un caso extraño

Entiendo a Pedro, pero creo que hay algo que no toma en cuenta, porque lo único que está haciendo es intentar conservar el pasado, y eso ya no es posible. Los cambios en la política europea han sido sustanciales en los últimos años, y también en España. Suena raro que un partido en el Gobierno, en época de crisis, con una política continuada de recortes, con la obligación de reducir el déficit, enfadando a todo el mundo con la subida de impuestos, con repetidos casos de corrupción y con una aceptación en continuo descenso, haya soportado de una manera tan sólida la situación. Por supuesto que ha sufrido un deterioro evidente en votos y escaños, pero sigue el primero, con más de 50 parlamentarios que el segundo y con una superioridad aplastante en el Senado. En otras circunstancias, todo el descontento generado por su gestión habría sido canalizado por el partido de la oposición; en este contexto, lo que se ha conseguido es que el segundo partido haya perdido aún más que el primero.

El mapa electoral occidental tiende a repartirse entre un partido sistémico que gana las elecciones y uno populista que queda en segundo lugar

Suena raro, pero es fácil de entender si se comprende el escenario político actual. Hasta poco después de la crisis, en las elecciones competían dos partidos, el que estaba en el poder y el que se ofrecía como alternativa. Es cierto que el voto en algunos países europeos estaba mucho más fragmentado, pero también lo es que, al final, una formación en concreto era la que lideraba la oposición y por lo tanto la que era percibida como alternativa real. Ambos partidos, el que gobernaba y el que quería hacerlo, exhibían sus diferencias, que no eran demasiado grandes, especialmente en lo económico, pero sí las suficientes como para que cuando uno de los dos flaqueaba, el otro estuviera bien situado para reemplazarle en el Gobierno.

Uno de los dos viejos partidos pierde

Ahora no es diferente, solo que de los dos partidos principales, uno tiende a ser extrasistémico en Europa. El ascenso de Le Pen, Beppe Grillo, Syriza, el Ukip y la derecha populista en general está alterando el mapa electoral, que tiende a repartirse entre un partido sistémico, que gana las elecciones, y uno populista que queda en segundo lugar. Eso no solo implica que existan partidos nuevos que se hayan convertido en dominantes, sino que uno de los dos que antes se repartían el gobierno tiende a convertirse en poco relevante. Y, en ese escenario, los viejos partidos socialdemócratas han salido perdiendo.

En España, aunque todo iba por el mismo camino, no ha ocurrido así por varios motivos. La fuerza que los socialistas conservan en algunas autonomías, su vinculación con las generaciones mayores y, sobre todo, la enorme torpeza de Podemos, que les hizo dilapidar las expectativas creadas, evitaron el 'sorpasso' y convirtieron a España en una pequeña anomalía.

El discurso sistémico opone la moderación, la sensatez y la responsabilidad a un rival radical, utópico, inexperto y peligroso

El PP supo adaptarse mejor a este nuevo contexto y por eso conservó la primera posición. Es decir, utilizar un discurso que entroncaba con los miedos y los deseos de la época. En lugar de insistir en elementos ideológicos, se centró en decir de sí mismo que era un partido responsable y moderado, que iba a cumplir con lo que Bruselas pidiera, que había obligado a los ciudadanos a grandes esfuerzos, pero que lo peor había pasado y que íbamos bien encaminados. Enfrentaba la moderación, la sensatez y la responsabilidad a un rival radical, utópico, inexperto y peligroso (Podemos y, por el mismo precio, el PSOE, que para gobernar tenía que hacerlo con Iglesias). Esta estrategia, que ha sido repetidamente utilizada en los últimos años, y que era fácilmente previsible (hace un año la describí en 'Nosotros o el caos') les ha sido muy útil porque enlaza bien con lo que muchos ciudadanos esperaban oír.

La redefinición

El PSOE no ha sabido resituarse, y la mejor prueba es que quiere aferrarse al pasado. Pretende conservar su vieja posición de alternativa típica de gobierno pero con una fuerza social muy menguada. Los tiempos le exigen una redefinición, o al menos un discurso a la altura, y los socialistas parecen incapaces de encontrar la tecla. Hasta ahora, era suficiente con centrarse en aspectos culturales (la religión, la relación de Madrid con las autonomías, los derechos de las minorías) para que se le identificase como partido diferente al PP. Pero ahora no basta con eso, por muchas razones, pero fundamentalmente por una: el acento ya no está puesto ahí.

Pedro Sánchez no quiere que su partido actúe como una fuerza sistémica y apoye a Rajoy ni tampoco convertirse en Corbyn, una jugada casi imposible

De manera que el PSOE tiene que decidir qué va a hacer en este nuevo escenario para evitar que le ocurra lo mismo que a gran parte de la socialdemocracia europea y de la vieja izquierda. Y tiene dos opciones: o trata de pelear con el PP por el puesto de partido sistémico, y para ello tendría que apoyarlo en la investidura, respaldar las medidas que proponga Bruselas y adaptar sus promesas económicas a la realidad que le solicitan, u opta por combatir por el espacio extrasistémico, girando a la izquierda, a lo Corbyn, y tratando de vaciar a Podemos de votantes, con lo que la negativa a investir a Rajoy quedaría justificada ahora y después de unas terceras elecciones. Pero Pedro no está haciendo ninguna de estas dos cosas, sino que quiere, como en el pasado, quedarse con las dos; pretende diferenciarse del PP como si fuera radicalmente distinto, pero sin ofrecer la justificación programática que la época exige para que sus votantes aprecien esa diferencia. Y eso sí que es una contradicción insostenible.

Como si nada hubiera pasado

El PSOE y la socialdemocracia tradicional no pueden seguir viviendo como si nada hubiera ocurrido. El escenario político ha cambiado y ahora les toca a ellos. Yo a Pedro le entiendo, pero lo que quiere no es posible. Y creo que no lo es incluso aunque sus rivales emprendan el camino del suicidio político, que bien podría ser. Ciudadanos puede acabar quemado y Podemos carece de la inteligencia estratégica necesaria para ganarse a las mayorías. Pero incluso si ambos desaparecieran, tampoco sería raro, a juzgar por experiencias cercanas, que una fuerza populista de derechas ocupase su lugar. Quizá dentro de cuatro años las cosas sean muy distintas, los partidos extrasistémicos estén acabados y regresemos a la vieja normalidad. Pero francamente, Pedro, no tiene mucha pinta.

Lo que ocurrirá, como todos sabemos, es que va a gobernar el PP. Las especulaciones de estos días tienen que ver con cuándo y cómo lo conseguirá, no con el resultado final. Quién dará su brazo a torcer, quiénes brindarán los apoyos, si será después de unas (improbables) terceras elecciones, etc. Pero el fin del camino está marcado por razones obvias que Rajoy ha repetido insistentemente en estas fechas.

PNV Ciudadanos Marine Le Pen