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Esteban Hernández

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El giro: hacia dónde van las derechas

Los partidos españoles están en un momento de tregua ideológica, pero una vez que pase la marejada de la investidura, tendrán que tomar decisiones de calado

Foto: Abascal y Casado, en la plaza de Colón. (EFE)
Abascal y Casado, en la plaza de Colón. (EFE)

Es sorprendente que la reflexión más interesante de los últimos tiempos realizada por un político español haya sido de Felipe González. En primer lugar, porque Felipe ha formado parte de aquello que critica y emite su juicio como si hubiera sido un mero observador. En segundo, porque lleva muchos años sin acertar: su respaldo a Susana Díaz, de hacerse realidad, habría conducido a su partido a un lugar mucho peor y, desde luego, no habría llegado al Gobierno. Aun así, los análisis que realiza en la entrevista con Soledad Gallego son muy pertinentes, de esos que la socialdemocracia actual, así como las mismas instituciones, debería tomar en serio.

Las ideas de González tienen mucho de voz de alarma, ya que subraya no tanto la desigualdad que está produciendo el sistema como la falta de sostenibilidad: vamos rumbo a un lugar mucho peor. Y en este escenario, una crisis provocará que las relaciones de fuerza se alteren profundamente y con ellas el sistema democrático. Los procesos históricos son lentos, y no suelen ocurrir de un día para otro, pero estamos inmersos en un cambio profundo, algunas de cuyas señales ya se han manifestado.

Una pista

En este instante crucial, las izquierdas, socialdemocracia incluida, aparecen muy frágiles en el plano internacional y, salvo Corbyn o Warren y Sanders, no se adivinan grandes posibilidades. Las derechas, sin embargo, son mucho más pujantes, y están ganando terreno. Una pista de hacia dónde vamos nos la ofrece el mapa europeo que, con sus especificidades y diferencias, señala un giro sustancial, con las extremas derechas creciendo y con los partidos tradicionales conservadores perdiendo aceptación social. En el este, el éxito de este tipo de opciones ideológicas es evidente, y la presencia de formaciones populistas de derechas ha crecido en el sur de Europa.

La derecha se vuelve más radical porque las formaciones tradicionales, con el objetivo de cerrar el paso a las emergentes, asumen sus ideas

La influencia real, sin embargo, no se manifiesta solo en el caso de éxito electoral. Cuando los partidos de la nueva derecha crecen, suele ocurrir que las formaciones tradicionales, con el objetivo de cerrarles el paso, asumen ideas de los emergentes. Ha ocurrido en España, donde la irrupción de Vox ha girado a los partidos de su ámbito ideológico hacia posturas duras, o en la misma UE, donde estas ideologías han arrancado a la Comisión una cartera de 'Defensa de los valores ocidentales'.

El giro conservador

El ejemplo más evidente, no obstante, es el de Reino Unido. Todo comenzó con el UKIP y el movimiento para salir de la UE, y con la aceptación de un referéndum por parte de Cameron, quizás envalentonado después de haber ganado la consulta escocesa. Tras la votación, el UKIP se convirtió en irrelevante, ya que buena parte de sus postulados fueron recogidos por el partido conservador, que se mantuvo en una tensión constante, primero sobre la pertinencia o no del Brexit, después acerca de si la salida debía ser dura o blanda y ahora con el primer ministro plenamente inclinado hacia la salida sin acuerdo. Un giro que muestra cómo el partido conservador se ha desplazado hacia una derecha más dura y cómo ha acabado con sus competidores canibalizando sus ideas.

Cuanto más se desprecia a Johnson o a Trump, peor se dibuja a sus rivales: si tan torpes son, ¿cómo es posible que estén gobernando?

El éxito de Johnson ha sido menospreciado en España, igual que lo fue el de Trump. Presidentes excéntricos, cuando no básicamente idiotas, fruto de la pura y chapucera irracionalidad, payasos que se mueven a impulso de los aplausos y otras lindezas semejantes son continuamente expuestas como explicación de su éxito. Lo malo es que cuanto más se les desprecia, peor se deja a sus rivales: si con contrincantes tan torpes, calificados como los peores dirigentes de la historia de sus países, no logran evitar que gobiernen, a saber qué ocurriría si estuvieran de verdad cualificados.

El programa

Al insistir en el desdén, tampoco se acierta a comprender bien a esta clase de líderes, que representan una opción política en auge que combina elementos materiales con los culturales. Respecto de los primeros, como asegura Andrew Crines, profesor en la Universidad de Liverpool, en ‘Boris Johnson and the Future of British Conservatism’, las nuevas derechas consideran que el papel del Estado debe ser el de un proveedor mínimo, de modo que se eliminen todos los obstáculos para la creación de riqueza, insisten en la recualificación de los trabajadores y en la formación continua, solicitan que se apoye al sector privado, en particular en todo lo que tenga que ver con innovación y tecnología, y apuestan por una bajada de impuestos masiva.

Los nuevos líderes se ofrecen como personas ejecutivas, que saben dirigir, que no se someten a las reglas y que ante todo actúan

En el terreno cultural, el freno a la inmigración, una mayor presencia de lo religioso, la mano dura en la seguridad y el regreso al nacionalismo emergen como sus pilares básicos. Y a estos elementos añaden nuevos liderazgos, más desatados, más sinceros y directos. Podrían denominarse antipolíticos, en el sentido de que combaten a los representantes electos: dado que estos son gente preocupada solo por sus intereses, que se escudan en las normas para no hacer nada, y que solo están pendientes de su beneficio personal, ellos se ofrecen como personas ejecutivas, que saben dirigir, que no se someten a reglas y que ante todo actúan.

El papel de las élites nacionales

Esto son las nuevas derechas occidentales, que más que un resurgimiento del fascismo son la continuación de Reagan o de Bush Jr., pero cada vez más atrevidas en lo económico y en lo cultural. Son, además, un movimiento que mezcla dos ofertas para captar a diferentes clases. En lo económico, se apoyan en las élites nacionales, en esos estratos sociales afortunados que han decidido coger las riendas de la política cansados de la vulgaridad y de la falta de decisión de los políticos tradicionales, y que creen que esto solo pueden arreglarlo ellos. Es como si las clases afortunadas hubieran delegado la política en los expertos y ahora decidieran dar un paso adelante ante la falta de eficacia de estos.

Están atrayendo simpatías entre las clases medias en descenso y los perdedores de la globalización mediante la promesa de un repliegue nacional

La necesidad de dar un giro al sistema que permita que se liberen las energías de la obstrucción administrativa y estatal, el requisito de acabar con la intrusión política en la economía y de permitir cada vez un mayor grado de acción a los actores más relevantes son ideas claramente situadas en este ámbito, que las élites nacionales, por algún motivo, ven beneficiosas.

Promesas frágiles

Por otra parte, atraen simpatías entre clases medias en descenso y perdedores de la globalización en general mediante la promesa de que el repliegue nacional les será beneficioso, porque permitirá mantener los trabajos, y porque les resguardará de la competencia laboral de los inmigrantes, así como les protegerá de la amenaza cultural que, desde su perspectiva, estos traen consigo (como se demuestra en la 'Defensa de los valores europeos' por parte de la UE). Es cierto que esas promesas son de complicado cumplimiento, y más si vemos cuál es el plan previsto en el caso de que exista un Brexit duro, pero de momento a los estadounidenses no les ha ido nada mal en las grandes cifras, pero pagando, eso sí, el precio del aumento de la desigualdad.

Las derechas españolas tienen muchos puntos de conexión en lo económico con las nuevas derechas europeas y estadounidenses

Estas son las dos grandes tendencias de la derecha contemporánea, mayor fragilización de las reglas para los grandes actores, en especial para los ligados al sector financiero, y un repliegue nacional como medio de combatir las disfunciones que esas medidas crean. España es un lugar peculiar en este sentido, ya que muchas de estas ideas están presentes en nuestro país, pero de un modo propio. En cuanto al lado económico, Vox es plenamente neoliberal, el PP ha contado con Lacalle para dirigir sus propuestas y las ideas de Cs sobre las reformas que deben realizarse van también en esta dirección, de modo que en lo material hay muchas semejanzas con las opciones que crecen fuera. En el ámbito cultural, sin embargo, ha habido intentos de colocar en el debate la inmigración, pero han sido tímidos, y las derechas se contentan de momento con atacar a feministas, animalistas y progres en general.

El nacionalismo

Las diferencias con las otras derechas han estado situadas en el nacionalismo. Si bien ese discurso ha regresado con fuerza, se ha limitado a la cuestión territorial interna y ninguno ha adoptado una actitud hostil respecto de la UE (ni siquiera Vox, que a la hora de la verdad ha sido europeísta) y tampoco han emprendido una campaña que abogue por la permanencia de los trabajos españoles en nuestro país. Este nacionalismo interno diferencia sustancialmente a las formaciones nacionales de las europeas.

Algún partido español se sumará a esa ola, y las izquierdas tradicionales, como la portuguesa o la del PSOE, tratarán de ejercer de opción sistémica

En estos tiempos extraños de elecciones, poselecciones y demás, los partidos nacionales están pensando en términos puramente tácticos, tanto para defenderse de los de su espectro ideológico como para situarse con ventaja de cara al futuro. Se han olvidado de las ideas políticas y sus planteamientos están reducidos a la mínima expresión, la electoral. Pero una vez que pase la marejada, la derecha va a tener que resituarse, ya que tres partidos fragmentan en exceso la oferta, y de los que queden, al menos uno de ellos va a apostar decididamente por una aceleración neoliberal en lo económico, por el repliegue cultural y por el nacionalismo.

Los tiempos van a favorecerlo. Decíamos que el capitalismo es hoy el peor enemigo de sí mismo, y cuando eso ha ocurrido en otras épocas, han aparecido siempre cambios políticos. Habitualmente, la dirección que se ha tomado ha sido la de correr más rápido, la de seguir haciendo lo mismo pero a mayor velocidad. Las derechas internacionales representan plenamente esta tendencia, ya que llevan promoviendo transformaciones desde los años ochenta, pero su influencia se ha hecho todavía más intensa en los últimos años, desde la aparición de China como potencia. Algún partido español se sumará a esa ola, mientras que las izquierdas tradicionales, como la portuguesa o la del PSOE, junto con lo que queda de liberalismo moderado, tratarán de ejercer de opción sistémica. Lo malo es que este es un momento en el que quedarse anclado implica que el vendaval te arrastre. Este es un instante de transformaciones, y llegarán propuestas más atrevidas a un lado y a otro: lo que estamos viviendo en España no es más que una pausa.

Es sorprendente que la reflexión más interesante de los últimos tiempos realizada por un político español haya sido de Felipe González. En primer lugar, porque Felipe ha formado parte de aquello que critica y emite su juicio como si hubiera sido un mero observador. En segundo, porque lleva muchos años sin acertar: su respaldo a Susana Díaz, de hacerse realidad, habría conducido a su partido a un lugar mucho peor y, desde luego, no habría llegado al Gobierno. Aun así, los análisis que realiza en la entrevista con Soledad Gallego son muy pertinentes, de esos que la socialdemocracia actual, así como las mismas instituciones, debería tomar en serio.

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